Home

Cultura

Artículo

MITOS PINTADOS

La Galería Diners expone el mundo fabulado de Luis Luna y de Tutua Boshell.

3 de diciembre de 1990

Los mitos de la antiguedad, como todos los fenómenos históricos de gran fuerza, estarán siempre presentes como fuente de inspiración de poetas y artistas. La Galería Diners, de Bogotá, lo comprueba con la muestra de obras recientes de los pintores Luis Luna y Tutua Boshell que expone actualmente. Leyendas y recuerdos de aztecas y muiscas han quedado plasmados en los lienzos de estos dos artistas, con estilos perfectamente diferenciados pero con el comun denominador de la abstracción.
Luna, quien a pesar de sus 32 años ha entrado ya a formar parte de las grandes ligas de la plástica en Colombia, presenta en esta ocasión una serie inspirada en la creación del universo según la mitología azteca. El punto de partida lo constituye su contacto con el "Popol Vuh", el cual, por el carácter de su estructura y la profunda simbología que lo caracteriza, parecería escrito a propósito para que un pintor del corte de Luna lo ilustrara y lo diera a conocer a las nuevas generaciones. Sin embargo, el pintor bogotano no se limita a traducir a su lenguaje pictórico la fábula precolombina. Va mucho más allá. La toma la procesa en su mente y la recrea con sus manos.
Al final queda la esencia mitológica. La poesía que no se adivina con la lectura desprevenida del texto. Queda la magia de un proceso que los hombres creen adivinar cuando le dan alas a la imaginación para tratar de entender a sus dioses creadores. Luna también sueña. Se inspira con la fantasía azteca y reconstruye los mitos. Le da vida al concepto y establece enigmas. Pero no le interesa plasmar en su obra el resultado final del proceso. Prefiere que el espectador, al igual que él, tenga la oportunidad de crear su propia historia.
Los símbolos permanecen, adaptados, claro está, a su jerga semiológica. Aparecen jerarquizados por el color, la ubicación, la dimensión y el contraste.
Uno a uno, sumados, le van dando forma a esa composición casi oriental que Luis Luna ha logrado mantener en su obra. No obstante, se mezclan entre sí sin temor para lograr algún propósito.
Se enfrentan, incluso, a los signos de las nuevas épocas. A las imágenes de otras latitudes, de otras culturas. "La caza", por ejemplo, muestra las ansias de poder -una ambición que se repite
con insistencia en la historia-, a través de dos hombres que luchan por el territorio. Es un interesante juego de imágenes. Se sabe que se trata de dos seres diferentes en el tiempo y en el espacio por el simbolo que respalda a cada uno. Pero queda clara la idea de la permanencia, porque en sus rasgos es el mismo hombre. La presencia de una cruz, elemento ajeno a la cultura azteca, confirma la intención del pintor de ir más allá del entorno en el cual se mueve el texto, para trasladar libremente los conceptos de un mundo a otro, hasta alcanzar una visión totalizadora.
En el "Popol Vuh" la humanidad parece estar sometida a un permanente viaje. La transición es una constante. Este hecho fue, posiblemente, el que llamó más profundamente la atención de Luna. "Durante las transiciones se aprecian mejor las cosas, porque es cuando la reflexión logra su punto máximo", asegura. Las ideas cambian. Lo que se creía inamovible finalmente fluye. Las estructuras se destruyen para crear nuevos parámetros. Por eso la muerte también se convierte en una constante en estos episodios mitológicos, porque a partir de ella se recrea. Y si bien esta noción queda impresa en sus cuadros en lo que hace referencia al fondo, a lo Intimo del concepto, asi mismo, curiosamente, es el eje del trabajo del pintor. Luna pocas veces crea con base en un proceso lineal. Primero construye sobre el lienzo y luego destruye para recrear. Primero pinta esos mosaicos llenos de imágenes y luego tapa ciertos fragmentos con nuevas capas de acrílico para obtener una nueva realidad.
Incluso cuando el resultado es uno de esos mosaicos repleto de elementos, lo cierto es que con detenimiento se puede descubrir que hay figuras ensombresidas detalles repisados, símbolos casi ocultos en el fondo.
Sin abandonar en ningún momento su línea característica, la presente muestra de Luis Luna ofrece ciertas novedades en el tratamiento pictórico. Por un lado, el soporte geométrico que surge en su obra como punto de enlace o, por el contrario, de dispersión entre los elementos, se ve enriquecido básicamente con la presencia de una escalera doble que se proyecta hacia un cielo en busca de la esperanza. Y, ante todo, llama la atención, en su "Casa de los bogavantes", el surgimiento de un de talle claramente figurativo: una rueda que cumple con dos propósitos. Primero, subrayar la idea de movimiento que insinúa el cuadro. Segundo, traer a colación todo el progreso que lleva consigo la aparición de la rueda en una civilización. Por lo demás, hay que decir que Luna sigue fiel a los parámetros de una propuesta que cada vez convence más.
Su obra goza de gran fuerza. Y el manejo del color -para tocar un último elemento vuelve a sorprender con su enorme peso simbólico. Después de los fondos negros que dominaron la muestra que presentó en la Bienal del Museo de Arte Moderno cuando retomó los desastres de Goya, sus nuevas pinturas se han llenado de los colores ultramarinos, soleados y plenos de naturaleza de una región como Xilalba, donde los aztecas jugaban a la pelota.
Tutua Boshell, por su parte, trae a colación motivos muiscas, más por una coincidencia formal qué por un interés premeditado de ahondar en las leyendas indígenas. Su obra, de hecho, es un culto a la forma. La artista se interesa ante todo por la composición de sus cuadros, por plasmar sus motivos con un depurado esmero estético. Su recorridó por el arte constituye una búsqueda profunda.
A partir de un camino que se inició con naturalezas muertas al óleo, Boshell se metió a fondo en el estudio de materiales, técnicas y soportes de diversos orígenes, hasta determinar un estilo propio logrado a fuerza de ensayar en su estudio. Trasladó a su obra pictórica algunos de los materiales básicos de la escultura, los mezcló con el óleo y el acrilico y con elementos cotidianos, antiguos y de desecho. Sobre una base de yeso y caseina, las capas de pintura se encargan de convertir las telas deshilachadas -una constante en su trabajo en texturas palpables que a veces conservan la esencia del textil pero que en muchas ocasiones ofrecen la apariencia del metal.
La presente muestra constituye, en realidad, un conjunto de variaciones alrededor de esa técnica que ha creado.
Aunque reconoce que la mayoría de las veces emprende un trabajo sin una motivación temática determinada, se sabe inspirada por la naturaleza pura y por los elementos indígenas. De esta manera, ofrece una visión particular de rios y bosques, de paisajes muiscas y atuendos nativos. Prevalece la linea vertical y el juego de los paralelos. El movimiento pretende ingresar en sus últimos cuadros, con la exploración de líneas simétricas que van tomando una timida curvatura. Pero sobresale esa noción de quietud, de tiempo represado, que aún en su "Lluvia" alcanza un estado de permanencia.
Priman los tonos de la tierra y los colores apastelados. La mezcla de metálicos debidamente opacados y de verdes y lilas que surgen desde el fondo del yeso. La propuesta de Tutua Boshell goza de gran vitalidad, pero queda la idea de que aún permanece en la búsqueda de una clave temática que le permita despegar definitivamente.
En todo caso, queda claro que la Galería Diners se anota un buen punto con esta exposición, después de que su tradicional nivel había dejado algunas dudas en los últimos meses.