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MR. BEAN

El célebre payaso de la televisión británica en una película que le hace honor a su gracia.

11 de mayo de 1998

Se parece más a Marty Feldman que a Benny Hill, pero en todo caso es solo eso, un leve parecido, pues Feldman rara vez necesitó de fórmulas escatológicas para producir humor. Se trata de Mr. Bean, el célebre personaje de la televisión británica que se ha cotizado lo suficiente como para justificar una película en la pantalla grande. Sus videos se venden por toneladas y sus programas son vistos por millones de televidentes alrededor del mundo.
Dirigido por Mel Smith, Mr.Bean caracterizado por el actor Rowan Atkinson hace las veces de un vigilante de sala de la Galería Nacional de Arte, de Londres, que termina haciéndose pasar por un respetado crítico que debe presentar una obra importantísima en una galería de Los Angeles. A partir de este argumento, Mr. Bean da rienda suelta a sus acostumbradas ocurrencias, todas ellas basadas en su reconocida torpeza, sus muecas babosas y sus jugarretas infantiles.
Atkinson, en su papel de Mr. Bean, demuestra ser un mago del histrionismo, bien sea en el manejo de su cuerpo y de los ojos o en la manera como se relaciona con los elementos cotidianos, los cuales para Mr. Bean, como lo fueron para el legendario Charlot, aparecen más como obstáculos calamitosos. Sin embargo las muecas de Mr. Bean no bastan para salvar a la película de su naufragio, pues es demasiado evidente y forzado el propósito del director de invertir todo su capital en las payasadas de Bean sin ocuparse de la historia.
A pesar de que hay quienes piensan que la idea es, precisamente, explotar al máximo las monerías del actor británico, no es menos cierto que la mejor interpretación humorística de Atkinson en pantalla grande tuvo lugar en un papel relativamente serio, como el nervioso sacerdote de Cuatro matrimonios y un entierro.