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Muhammad Alí

El director de ‘El informante’ no logra hacernos vivir los 10 años más duros de la vida del boxeador. **1/2

Ricardo Silva Romero
26 de mayo de 2002

Director: Michael Mann
Protagonistas: Will Smith, Jon Voight, Jamie Foxx, Ron Silver, Giancarlo Esposito, Mario Van Peebles, Joe Morton, Ted Levine

Quizas a Colombia llegó una versión sin editar: Muhammad Alí tiene escenas estupendas, comprueba que aquel boxeador es en verdad un hombre que ha dado determinantes peleas en nombre de la humanidad y consigue, sobre todo, unas estupendas actuaciones de Will Smith y Jon Voight, pero se convierte en una suma de momentos culminantes que no vienen de ninguna parte y falla por completo a la hora de responder las preguntas básicas que justifican cualquier biografía: ¿quién es ese hombre que merece ser biografiado?, ¿cómo ha sido su vida?, ¿por qué le ha pasado todo lo que le ha pasado?

Las primera secuencia, digna de su excelente director, Michael Mann, autor de Fuego contra fuego y El informante, es un largo boceto de los orígenes del personaje. Gracias a esas escenas sabemos que el humor del cantante Sam Cooke, la pasión y la amistad del líder político Malcolm X y el apoyo de su familia y su entrenador lo convirtieron en un estupendo boxeador, un hombre negro completamente libre y un importante activista político. Lo siguiente es, sin embargo, la pelea contra Sonny Liston por el campeonato mundial del boxeo, la conversión al islamismo y la decisión de cambiarse el nombre de Cassius Clay a Muhammad Alí: entonces comenzamos a sospechar que sólo quienes conocen bien la historia deben estar disfrutándola.

Muhammad Alí cuenta los 10 años más importantes de la vida del boxeador —sus peleas más famosas, sus tres primeros matrimonios, su valiente negativa a ir a la guerra de Vietnam y la vergonzosa persecución a la que lo sometió el FBI de J. Edgar Hoover— y tiene a su favor la admiración que despiertan el sentido del humor y las luchas de fondo que emprende aquel personaje, pero, porque olvida contar la mitad de la información, y nadie tiene por qué saber nada de aquella década del siglo pasado, los grandes momentos de la vida de Alí se reducen a fotografías memorables, como esas que nos obligan a ver en las reuniones familiares sin un contexto que nos permita igualar el nivel de emoción que sienten los fotografiados.

Michael Mann, el director, suele necesitar más de dos horas y media para contar sus historias: el problema es que, aunque esta vez vuelve a tomárselas, las respuestas que buscamos nunca aparecen. Tanto es así que mientras caen los créditos nos negamos a aceptar que Alí tuviera un papá que pareciera su hermano, que actuara siempre porque sí y que su única relación humana la haya vivido con el comentarista deportivo Howard Cossell. Jamás se nos muestra, pero esos extras que pasan por ahí, aplauden y contestan el teléfono, fueron sus amigos, sus enemigos, su familia.

No queda muy claro, pero, desde que filmaron su vida, ese boxeador tiene que ser un hombre único, lleno de ideas y de compasión, que ha tratado siempre de ser él mismo. Quizá su vida ha sido tan apasionante que resulta imposible contarla.