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El museo que mostrará cómo fue el conflicto en Colombia

En la Feria del Libro de Bogotá se conocerá el contenido del Museo Nacional de Memoria Histórica, una radiografía del conflicto colombiano que pretende reparar simbólicamente a los afectados y narrar cómo cambió la guerra al país.

7 de abril de 2018

"Fuimos víctimas del olvido del Estado, de la sociedad y hasta de la familia”, dice Daniela Villareal, estilista transexual de Chaparral, Tolima. Cuenta que en la década pasada en ese territorio los grupos armados impartían la justicia: cobraban las deudas y controlaban cómo se comportaba la gente en la calle. El Estado no estaba presente. Las condiciones geográficas del lugar –un corredor estratégico con un relieve propicio para esconderse– lo hacían ideal para los grupos guerrilleros.

Por las sillas de la peluquería de Daniela, allá en Chaparral, pasaban combatientes de todos los bandos. Para ella no eran más que clientes: se ocupaba de cortarles el pelo y la barba; les conversaba, pero nunca “de esos temas que era mejor no hablar”. La situación era compleja para muchos miembros de la comunidad LGBTI en el sector: asesinatos, amenazas y extorsiones cobraban cada vez más víctimas. Pero en medio de la violencia, Daniela y un grupo de amigos organizaron un reinado trans que empezó con algunas reuniones cerca al río Tuluní, y luego se consolidó como un evento para reconocer la unidad y la existencia de una población diversa.

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“Es increíble cómo algo tan sencillo, tan popular y tan común en Colombia, nos ayudó a crear una unidad que nos reconoció y nos visibilizó ante la gente”, dice Daniela. Ella estará presente con su relato en el lanzamiento del guion museográfico de Voces para transformar a Colombia, la primera exposición del Museo Nacional de Memoria Histórica, que se llevará a cabo durante la edición número 31 de la Feria Internacional del Libro de Bogotá.

Entre el 17 de abril y el 2 de mayo, en los 1.200 metros cuadrados del pabellón 20 de Corferias, el público podrá participar en más de 100 actividades que mostrarán el contenido que ofrece. Nunca un museo del mundo había presentado su guion antes de abrir sus puertas, ni ‘en caliente’, es decir, cuando el conflicto colombiano no ha terminado del todo, pues en lo corrido de 2018 más de 20 líderes sociales han muerto asesinados en el país.

Encuentro para el diálogo

El Museo Nacional de Memoria Histórica nació en la Ley 1448 de 2011, o Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, “por la cual se dictan medidas de atención, asistencia y reparación integral a las víctimas del conflicto armado interno”. Es un proyecto del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), que por disposición legal cerrará en 2021, no sin antes culminar su labor de consolidar un museo “destinado a lograr el fortalecimiento de la memoria colectiva acerca de los hechos desarrollados en la historia reciente de la violencia en Colombia”.

El museo existe desde 2012, pero carece de sede. Durante estos años se ha dedicado a conseguir recursos, a realizar un trabajo de construcción social para nutrir sus contenidos, y a investigar, asesorar y trabajar con otros lugares de memoria en las regiones. En diciembre del año pasado se confirmó la financiación del edificio diseñado por María Hurtado (España) y Felipe González (Colombia), de las firmas Estudio Entresitio y MGP Arquitectura y Urbanismo. Estará ubicado en Bogotá sobre la calle 26, en el llamado Eje Urbano de la Paz y la Memoria. La obra costará aproximadamente 80.000 millones de pesos provenientes de recursos públicos y cooperación internacional. Se espera que para el último trimestre de este año comience la obra, que se prolongará hasta finales de 2020.

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No es nueva la idea de un recinto destinado a albergar el arte y la memoria de un país en sus momentos más difíciles. En Polonia, el Museo Estatal de Auschwitz-Birkenau (1947) conmemora los crímenes cometidos en la Segunda Guerra Mundial y promueve investigaciones sobre el Holocausto. En Camboya, el Museo de los Crímenes Genocidas Tuol Sleng (1980) conserva pruebas de la desaparición de cerca de 3 millones de personas entre 1975 y 1979. Y el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos (2010), en Santiago de Chile, recuerda a las víctimas de la dictadura de Augusto Pinochet.

El museo en Colombia busca reparar simbólicamente a las víctimas y reivindicar su derecho a la verdad. Y pretende reunir en un solo lugar diferentes voces afectadas por el conflicto. Según Luis Carlos Sánchez, director del museo, este proyecto debe convertirse en un espacio que dialogue con la sociedad. Por eso, han tratado de “darles un lugar a todas esas voces que pueden identificarse como víctimas directas, pero también a aquellos que tienen una lectura distinta, como empresarios o miembros de la fuerza pública”, dice.

La curaduría, a cargo de Cristina Lleras, decidió usar tres ejes para la exposición Conceptos, que intentan disipar los sesgos de esas voces que participan en el acto de narrar el conflicto: “Agua, que muestra los estragos causados en el medioambiente; tierra, que cuenta las historias de una lucha que va mucho más allá de lo aparente; y cuerpo, para confrontar esas historias de estigmatización y poca tolerancia con la diferencia”, explica la curadora. Además, asegura que les interesa sobre todo que puedan verse las dos caras de cada eje, tanto el conflicto como la resistencia, gracias a los relatos y testimonios recogidos por el CNMH durante más de diez años.

Voces para transformar a Colombia se apoyará en historias gráficas, murales, cartografías, talleres, foros y rituales. Más de 100 personas, entre víctimas y líderes sociales, llegarán desde las regiones para participar activamente en la muestra, que contará como guías con 20 jóvenes universitarios voluntarios. Con este primer acercamiento a un público tan diverso como el de la Feria del Libro, las directivas esperan recoger las reacciones y evaluar las propuestas hechas por el museo hasta ahora.

¿La discusión?

La ubicación del museo en Bogotá ha generado debates. El hecho de estar en la capital (aunque así lo estipule la ley) quizá tenga que ver con que esta es la ciudad que mayor número de víctimas recibe en el país –según cifras oficiales, más de 325.000–. Según el director del museo, muchos de los afectados por el conflicto piensan que, al construir la sede en la capital, quienes han visto la guerra de lejos, o incluso le han dado la espalda, pueden acercarse a sus relatos y darles un significado dentro de la historia del país.

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Al ser un museo de carácter nacional, servirá de plataforma a otras instituciones como la Casa Museo de la Memoria, en Medellín; al Museo del Conflicto, en Valledupar; o La Casa de Memoria, de Caquetá. Según Mauricio Builes, asesor de comunicaciones del proyecto, “no es que el museo imponga una forma de hacer memoria, sino que recoge el trabajo de todos esos lugares”.

Pero ¿cuáles víctimas priorizar al narrar esa memoria? El museo se ampara en la ley y considera víctimas a quienes fueron atacados en condición de indefensión. Por eso, su narrativa versa sobre ejes y conceptos amplios (agua, tierra, cuerpo), que apelan a los puntos en común que pueden tener las víctimas y, de esa manera, disminuir los sesgos. Incluso, cuerpos militares y excombatientes de las Farc buscan consolidar formas particulares de resarcir simbólicamente los estragos humanos de la guerra y contar la historia desde un ángulo propio.

La reconstrucción de memoria trasciende las instituciones. Mucho antes de la ley, las comunidades afectadas ya buscaban formas de reconocer su realidad, porque recordar es un proceso narrativo. Más aún para los 8 millones de víctimas que tiene el país. Madres que hacen altares a sus hijos asesinados; civiles que hacen listas con los nombres de las víctimas de su pueblo; archivos militares que registran la cotidianidad del conflicto; libros escritos en medio de las disputas –como Diario de la guerra y la paz, relatos y poemas de trinchera, escrito por Rubín Morro, exguerrillero de las Farc-EP–; o reinados de belleza que unen a una comunidad en torno a la identidad. Todas esas acciones ponen en común la necesidad humana de reconocer y narrar la propia historia para construir a partir de sus enseñanzas.