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No son doce y sí han peregrinado

Finalmente en circulación, los Doce Cuentos Peregrinos, de Gabriel García Márquez, se sometieron al análisis de los críticos. María Mercedes Carranza presenta el suyo.

7 de septiembre de 1992

TENER ENTRE LAS MANOS UN LIBRO nuevo de García Márquez para comenzarlo a leer, desata todos los jugos del espíritu y produce tan sabrosa expectativa, como ocurre ante un suculento plato de comida colocado en la mesa y listo para ser saboreado.
Ahora tenemos sus "Doce cuentos peregrinos", que cocinó durante 18 años con un curioso proceso, que él mismo explica en el prólogo. Primero fueron unos apuntes sin destino ni propósito precisos, sobre experiencias extrañas de latinoamericanos en Europa, luego algunos de esos apuntes se refundieron o fueron descartados, otros se convirtieron en notas periodísticas, otros en guiones de cine y, al cabo de los años, de esos apuntes, notas y guiones salieron los doce peregrinos.
Sin entrar a valorar el resultado final de tan particularísimo proceso creador hay que señalar que García Márquez ha propuesto con este trabajo un juego de verdad apasionante. Apasionante por lo arriesgado, por lo difícil de jugar y por su novedad como experimento literario. Todo creador y escritor sabe que cuando un tema fracasa no hay remedio y adiós; sabe también que cuando el tema se logra y se considera la obra lista para entregarla al público, desaparece, en este caso, para el autor: el fantasma, la obsesión, el impulso, la terquedad o cualquiera otra motivación que lo haya llevado a darle forma, se han agotado en la obra que está ahí. Por ello, tratar de prolongar su vida, dándole nuevas formas, brincando de un género a otro, es tan difícil como sacarle pelos a una calavera.
Y eso es lo que ha hecho García Márquez. Tal vez en él, este experimento constituya otra manifestación de una de sus técnicas de narrar, con los hechos y personajes que se repiten circularmente, los episodios superpuestos, los temas entrelazados, las historias que se complementan unas a otras y se confunden, logrando contar así la misma cosa de manera multiforme y calidoscópica.
Pero en el caso concreto de estos cuentos, anotaba que, además de ser un juego difícil, era peligroso, ya que es alto el riesgo de que el experimento no resulte. Y aquí es donde García Márquez tropieza. Porque no todas las narraciones incluidas en el libro son cuentos: algunas no logran romper su corteza original. De las doce, a mi parecer, siete alcanzan la estructura, el ritmo y el desarrollo del cuento. Las cinco restantes conservan su condición original de relatos periodísticos, las cuales, sin embargo, deben incluirse en su obra literaria, pues la reelaboración que con intención narrativa hizo García Márquez las coloca en esa órbita.
No quiere decir lo anterior que tales narraciones desmerezcan el conjunto del libro, pues las hay hermosísimas como "El avión de la bella durmiente", hermosas como "Fantasmas de agosto"; aunque también figuran otras de inferior calidad, como "Tramontana" -simple descripción de un fenómeno atmosférico- o "Diecisiete ingleses muertos", relato insulso que, por lo forzado, parece que sirvió para salir de un tema que no se quiso descartar. Entre los textos que llegaron a ser cuentos, los hay espléndidos, como "Sólo vine a hablar por teléfono", "La santa", "Me alquilo para soñar" y "María dos Prazeres".
Los estudiosos de la obra de García Márquez han visto dos períodos alrededor de los cuales gira su obra. Una, que está representada por "Cien años de soledad" y "Los funerales de la Mamá Grande", por ejemplo, donde hay una elaboración mítica de la realidad, determinada por fatalidades históricas, saturada de la materia maravillosa y que se manifiesta exuberante, de manera torrencial y casi dionisíaca.
El otro período, del cual es muy representativo "El coronel no tiene quien le escriba", es aquel en que se advierte la influencia del trabajo periodístico en el manejo narrativo. Aquí el escritor toma distancia frente a los hechos y los personajes, es más o menos un cronista que relata en un lenguaje parco y sobrio y sobre todo enunciativo. Lo maravilloso no desaparece, pero su extracción, sus mecanismos y su utilización son distintos; tampoco desaparece la poesía,la cual aún en sus más sencillos e intrascendentes escritos deja siempre un claro rastro.
Pues bien, a este ciclo de la obra garciamarquiana pertenecen los cuentos y relatos peregrinos. En unos el escritor es un testigo, en otros desaparece por completo, en algunos es él mismo el personaje. En todos la intención es encontrar en una vida trivial y anónima el elemento mágico y maravilloso que lo redime de esa trivialidad o, también, revelar las trampas que tiende el destino mediante una urdidumbre sutil y secreta pero certera. ¿Hasta dónde llega la realidad y cuándo comienza la imaginación en estos relatos que tuvieron su origen en experiencias y hechos vividos? Ni el mismo autor lo sabe, según confiesa en el prólogo. Por mi parte, creo que hay poco de fantasía, porque el gran don de García Márquez consiste precisamente, en ver el revés del tapiz, es decir esa cara de la realidad que a la mayoría está vedada porque no tiene la sensibilidad ni la intuición para percibirla.
Tal vez a este audaz experimento que ha propuesto García Márquez con los doce cuentos, le falte redondear el ciclo para alcanzar su plenitud: convertir esos mismos cuentos y relatos, que antes fueron artículos y guiones y más atrás proyectos y más atrás aun sólo apuntes, en poemas. Porque no hay que olvidar que García Márquez es, por sobre todo, un poeta.