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"NO SOY NI EL NUMERO DOS NI EL NUMERO UNO: SOY UNO FUERA DE SERIE"

A raíz de su exposición en la galería Aberbach, de Nueva York, el pintor cartagenero fue entrevistado por Ana María Escallón de Vargas para SEMANA.

7 de marzo de 1983

SEMANA.: Su obra es considerada por el público y la crítica como una de las más representativas e importantes dentro de la tendencia hiperrealista. Sin embargo, usted se niega a que lo clasifiquen como tal. ¿Podría explicar por qué?
DARIO MORALES.: En realidad es muy simple. Lo que la gente llama movimiento hiperrealista se asemeja a una visión fotográfica, cinematográfica, a un mundo un poco pop. A mí lo que me interesa es la emoción íntima que se produce entre dos sujetos, eso es: el desnudo y la atmósfera que lo rodea. Si uno trabajara a través de una foto todo quedaría en un ambiente frío y mecánico. Mis propósitos en el arte son los más convencionales del mundo la continuidad en la historia del arte me llega por medio de la influencia de otros artistas.
El hiperrealismo tiene semejanza fotográfica. Cuando uno dibuja una pierna de una fotografía, ve una cosa muy plana; cuando uno la dibuja al natural, la imagen transmite vida. Si uno se mueve, la imagen que se está dibujando cambia, modificación permanente que se produce en función de algo que se quiere lograr en el cuadro.
S.: ¿Quiénes son los artistas que lo influenciaron?
D.M.: La corriente de los impresionistas, con todos sus problemas de luz, y Picasso. Lógicamente, entre ellos hay una diversidad de forma según como ellos se plantearon el sujeto. Pero en realidad, sea hecho por Picasso o por Tiziano el problema de la imagen existe, lo que ella dice y lo que uno quiere transmitir. Es una experiencia muy rica en sentimientos y emociones.
S.: En quince años la pintura ha pasado por muchas corrientes y tendencias. ¿Cómo ha podido su obra mantenerse sin modificaciones sustanciales en todo ese tiempo?
D.M.: Podríamos decir que hace quince años estoy haciendo la misma pintura con ciertas evoluciones que se pueden ver claramente.
S.: ¿Quiere decir que sigue haciendo la misma pintura con la cual comenzó?
D.M.: Ir a París significó para mi una toma de conciencia. Con la apertura a ese nuevo mundo, entendí que yo tenía que hacer lo que uno siente interiormente. Si esos sentimientos son bien interpretados, resultan universalmente válidos.
S.: ¿Se considera parte de los artistas individuales, tipo Bacon, Velickovic, Balthus, Milton Avery, que han seguido su camino como si no pasara nada a su alrededor?
D.M.: No sé, por mi parte yo trato de hacer lo que siento. Cuando leo las entrevistas de Matisse, las de Bacon o reviso las cartas de Van Gogh veo que son personas que han vivido su vida y han pintado su vida. Y yo creo que eso es lo importante.
S.: La continua acusación de las vanguardias de que pintar, dibujar o hacer arte figurativo es completamente decadente y obsoleto, ¿no le ha molestado en absoluto?
D.M.: Para ser franco a mí han dejado de importarme las especulaciones de la vanguardia, lo que se debe hacer, lo que no se debe hacer. En la historia del arte, los movimientos aparecen y desaparecen con facilidad; vemos cómo, por ejemplo, Picasso pasa de una época a otra con arbitrariedad. En el arte no se puede esquematizar, no se puede decir que se tiene que producir minimal o pop; es imposible, hay que expresar lo que se lleva adentro y si uno lo hace con verdadero sentimiento, ese arte es valioso. Y tarde o temprano esas cosas se vuelven vanguardia.
El neo-expresionismo alemán es la nueva vanguardia, pero es espantoso. Uno ve cómo las vanguardias son totalmente prefabricadas, muchas de las cosas que ellos dicen ser nuevas aparecieron hace 30 años. En esa época se hicieron bien y no como ahora que se trasluce un arte montado y circunstancial.
S.: ¿Creé que podría haber seguido trabajando en Europa de no mediar el apoyo de algún galetista?
D.M.: Yo creo que sí. La suerte no existe, uno busca la suerte, busca lo que quiere y al fin logra lo que quiere.
S.: ¿Está de acuerdo o en desacuerdo con la propuesta de Marta Traba de que lo consideren el número dos, como si fuera un caballo de carreras?
D.M.: Yo no soy ni el número dos ni el número uno, sino uno fuera de serie. Primero que todo no me gustó cuando vi una carátula diciendo que soy el número dos. No es justo que se aprecie el arte de acuerdo con lo que vale económicamente. Son apreciaciones de periodistas frívolos.
S.:¿Algo se modifca en usted o en su trabajo que estimaba en 5 mil dólares y pasa a valer 35 o 50 mil dólares?
D.M.: En absoluto. Yo hago cuadros que la gente quiere comprar y que si a mí no me gustan los destruyo. El precio no influye para nada en mí; yo no pinto para vender, lo hago porque obedece a una necesidad. Eso es algo completamente aparte y pertenece a otro circuito que no corresponde a mi proceso creativo.
S.: ¿Considera usted que su obra es erótica?
D.M.: Yo espero que sea erótica, porque hay una emoción muy sensual en la imagen y yo trato de transmitir eso. Que sea erótica y otras cosas más.
S.: ¿Cómo qué por ejemplo?
D.M.: El placer sensual que puede producir una mujer no es cosa física solamente, es algo espiritual y yo quisiera que esas dos dimensiones estuvieran unidas.
S.: ¿Cuándo comenzó a introducir su propio autorretrato?
D.M.: En las esculturas hace tres años. En las pinturas hace mucho tiempo. Yo diría que fue simultáneo con los desnudos, ya que en el taller cuando pinto se me produce una cierta tensión, cierta atmósfera que me obliga a incluirme dentro.
S.: ¿No existe para usted el mundo exterior? ¿Es decir, todo ocurre en un cuarto cerrado?
D.M.: El mundo exterior lo veo a través de mi mundo interior. Uno está viviendo todos los días una realidad, uno siempre está en contacto con la vida y a pesar de que uno se aisle, nunca pierde el contacto.
S.: ¿Pasó usted a las esculturas por un problema de mercado, o porque era necesario para su trabajo?
D.M.: Nunca hay un problema de mercado y menos de imitación. El hecho de que yo hiciera escultura responde a que, pintando el cuerpo humano, se descubre que es una imagen tan rica en volumen y tan sensual, que siempre tenía la sensación de que el dibujo estaba incompleto. Había cierta insatisfacción, siempre tuve ganas de seguir dibujando por detrás de la hoja. Esa necesidad me llevó a hacer escultura.
S.:¿Desde hace cuanto tiempo?
D.M.:4 años.
S.: ¿Dónde se siente más a gusto, en el dibujo, en la pintura, o en la escultura?
D.M.: La escultura tiene algo maravilloso, ya que de cada centímetro que uno se mueve, aparece un dibujo completamente diferente. Entonces, uno hace un dibujo al infinito. La escultura cada vez me atrae más, a pesar de que siempre se presentan muchos problemas desde el punto de vista técnico y resulta un trabajo demasiado largo... primero la cera después el bronce, luego las pátinas... pero de todas formas es una cosa apasionante. Pero la pintura y el dibujo tienen una cosa más intima, es una fabricación que se hace en el taller. En cambio la escultura depende de mucha gente, de quién haga el molde, la fundición, en fin todos esos pormenores.
S.: ¿Siente usted que su trabajo tiene alguna relación con el país o los años de vida europea lo han vuelto completamente internacional?
D.M.: Yo sigo siendo muy colombiano, nací en Cartagena, y ya eso implica que uno tiene una cultura mixta, ya que nuestras sociedades tienen gran influencia foránea. Mi vida en Europa me ha ayudado a vivir más, a confrontar el arte con el mundo.
S.: ¿Le interesan a usted los otros artistas plásticos? Si es así, ¿qué nombres podría mencionar tanto en Colombia como en el exterior?
D.M.: Que me interesen realmente... en Colombia ninguno. Y de los extranjeros tendría que hacer una lista y decir por qué me gustan. Podría decir que, dentro del arte contemporáneo, uno de los que más me ha interesado ha sido Picasso en su época azul y rosa. Además están Degas y Rembrandt, ya que encuentro una relación muy directa entre lo que ellos quisieron hacer y lo que yo he vivido.--