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NO TODO LO QUE BRILLA ES ORO

Seis artistas sacan la cara por el arte joven colombiano en una colectiva del Museo de Arte Contemporáneo.

9 de abril de 1984

La reunión global en el Museo de Arte Contemporáneo del Minuto de Dios de los que han expuesto allí durante los últimos cuatro años sirve, entre otras cosas, para indicar que ésta es institución esforzada por hacer ver arte joven. Y eso de abrir el campo a artistas que no han tenido aún mucha experiencia y que sin embargo deben mostrar a través de canales distintos de las galerías comerciales, no es tarea fácil. Una de las conclusiones a las que se llega viendo la presente colectiva es que gran parte del trabajo no es profesional y que en proporción considerable pudiera estar expuesto en aquellas mismas galerías comerciales de las cuales se trató de salvarlo.
En efecto, muchos de los participantes en la muestra parecen haberse desviado por la vertiente menos pendiente del pensar que lleva a obras de una marcada complacencia en lo que se refiere tanto a su técnica como a los asuntos que plantea. Desde este punto de vista parecen haber ya desarrollado perfiles característicos, que también pudiéramos llamar tics, o manías, que presuponen la presencia de amaneramientos que derivan de un cierto triunfalismo y que hacen prever lo difícil que será volver atrás, tratando de encontrar el camino de lo verdaderamente significativo. Otros, sencillamente, no alcanzan el nivel profesional, lo cual quiere decir que sus obras tambalean indecisas y se contradicen en la ejecución para no llegar a afirmaciones de consecuencia. Los dos tipos de situación recién descritos afectan a la gran mayoría de los participantes, que por lo mismo no serán citados aquí.
De entre los veintiseis artistas incluídos, sólo seis hacen aporte de interés y llevan su trabajo hasta un nivel aceptable de definición conceptual y de propósitos estéticos, sin que, aparentemente, hayan cerrado el camino para nuevas opciones y posibilidades que permitan el continuado crecimiento de sus quehaceres. Ellos serán aquí agrupados en tres categorías que permiten verlos con mayor claridad.
El primer grupo trabaja la abstracción geométrica a partir de elementos modulados con preferencia por bordes duros y configuraciones sacadas del ámbito de la geometría pura del intelecto, el discurrir mental y la capacidad de racionalizar para así llegar a la multiplicación. Dicha repetición enuncia la optimización de los modos productivos.
En el trabajo de Alvaro Henao, los perfiles metálicos armados y articulados entre si por medio de recursos como remaches y otros de la mecánica más elemental, se presentan configurando complejas estructuras abiertas y transparentes. Ellas son altamente sugestivas de la intervención del ente pensante como regulador de su forma y enunciador de su posible contenido. Las obras presentadas por Henao carecen de cualquier literatura y refieren solamente eventos de figura y dirección: compensación, balance y tensión.
Dentro de este primer grupo, Jaime Finkelstein trabaja con un lenguaje ya bastante conocido, a partir de cajas de madera que encierran relieves de cartón corrugado. Cuando las cajas, articuladas por medio de visagras, se cierran, supuestamente se produce en su interior un cace entre las dos caras que hasta hace un momento eran todavía visibles; supuestamente dichas caras constituyen una pareja enunciada en términas de positivo y negativo. El acople entre las dos, es invisible porque ocurre con el cierre, y esto produce el drama en la actuación de los objetos.
Un segundo grupo de artistas notables dentro de la muestra está constituído por Cecilia Ordoñez y Julián Castellanos. Ambos trabajan dentro de una modalidad que pudiera llamarse de abstracción orgánica, o de bordes blancos, o de geometría sensible. Las formas que utilizan, al igual que los del grupo anterior, provienen del ámbito inteligente de la geometría pura, sólo que para aparecer en estos trabajos han sido pasadas por el tamiz que las modifica sustancialmente, tornándolas oscilantes y polivalentes: han sido radicalmente "manoseadas" o modeladas para ser transferidas a otra región donde pueden comunicarse de manera más directa con los elementos que se toman de la naturaleza.
En Cecilia Ordoñez se da el caso aisladísimo, muy notable, de una de las muy contadas personas que en Colombia trabajan con éxito estético en el campo de la cerámica. Esto significa que no le ha dado por hacer muñequitos a base de pellizcar el blando material de la greda como ha sucedido, lamentablemente, con tantos otros mal llamados ceramistas entre nosotros. Por el contrario ha preferido considerar el material cerámico en términos de la monumental dureza que tendrá una vez que haya salido del horno. Por eso obtiene imágenes escultóricas que comparten la grandeza de las piezas cerámicas del pasado precolombino del país. Esto no quiere decir que la artista se refiera de manera mimética a lo precolombino, ya que maneja un lenguage contemporáneo y bastante personal. A partir del mismo ha logrado transferir significados a otra esfera, donde nos da la evidencia de la majestad de su material, haciéndolo aparecer casi como madera petrificada, a través de una muy interesante metáfora que se refiere a la intercambiabilidad de sustancias entre los hechos de la naturaleza.
En el mismo grupo de abstracción orgánica aparece la obra de Julián Castellanos. Fue éste un talentoso artista, trágicamente desaparecido hace algo más de un año. La exposición del Minuto de Dios hubiera sido más interesante si se hubieran incluído mayor número de obras de Castellanos. Desafortunadamente sólo sé muestra una de sus esculturas; ellas resultaron del proceso de hallazgo, recolección y ensamblaje de materiales de desperdicio, algo a la manera de la gran escultora norteamericana Louise Nevelson. Sin embargo, Castellanos eludió cualquier posible pastiche al pintar sus objetos con colores rechinantes que se armaban con incontenible gracia y sensible ligereza para configurar imágenes que aludían de manera clara al mundo de la información local colombiana. Las referencias de estas esculturas apuntan a la decoración de los objetos populares, desde vehículos de uso público hasta adminículos de manejo personal. La gran alegría de la obra de Castellanos así como su capacidad poética nos recuerda que aún está por hacerse la evaluación de su producción: después de varios años dedicado a la escenografía teatral, este profesional del arte decidió internarse por el camino de la escultura y encontró una expresión altamente individual, y valiosa como punto de referencia dentro de un posible mapa del arte colombiano contemporáneo
Por último aparece el grupo compuesto por dos usuarios de lo bidimensional: el dibujante Francisco López y el pintor Carlos Salazar. Son los únicos de entre los seis artistas mencionados aquí que no hacen escultura. Ambos muestran trabajos realistas marcados por considerables dosis de ironía en los que el recurso gráfico o dibujístico enuncia en forma abierta su preocupación con asuntos pertinentes a una literatura de la picardía y el equívoco.
La obra de Francisco López se presenta por medio de dibujos realizados con lápiz de grafito. Son ellos delicadísimos planteos con los que se permiten situaciones minúsculas de diálogo entre objetos extrañamente animados, y por lo tanto capaces de establecer significativas relaciones entre sí. Sillas, mesas, ventanas, etc., crean el espacio que invita a la aparición, nunca realizada, del personaje humano, imponiendo de antemano una serie de reglas para su eventual conducta.
El trabajo de Carlos Salazar, aunque hecho de pintura, también depende considerablemente del dibujo para, por medio del mismo, llevar a cabo sus principales propósitos. Sus cuadros, de pequeño formato, relatan la presencia de personajes femeninos. Las figuras de éstas, que casi pudiéramos llamar odaliscas, aparecen rodeadas por diversos elementos, o marcas que intentan añadir significación a la situación que el personaje, principalmente, logra promover. Y el tema principal lo constituye la velada perversidad de las poses, miradas y adornos. Este es un trabajo con marcados acentos fotográficos, con definitivos atributos de profesionalidad, que sin duda sobrepasa los límites estrictos de la vulgaridad realista para plantear situaciones que, en medio de su ironía, señalan su vocación por los eventos sorprendentes.
El hecho de que a la vuelta de cuatro años y de entre veintiseis artistas sólo se anote la presencia de seis figuras, no quiere decir que estemos ante una gran pérdida de tiempo. Sencillamente sirve esto para señalar que en el trabajo del arte ocurren procesos de selección y decantación que se dan en el tiempo y que eventualmente resultan en la aparición de personajes con la voluntad y los recursos con qué consolidarse.