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NO TODO LO QUE BRILLA...

Daniel Samper escribe sobre una curiosa muestra del Museo Británico de Londres, que expone las mejores falsificaciones de arte en el mundo.

27 de agosto de 1990

Era uno de los acontecimientos artísticos del año en la Inglaterra de 1930. Lord Lee había logrado comprar una madonna del pintor renacentista italiano Sandro Botticelli y, aunque le había costado 25.000 dólares "alrededor de 2,5 millones de pesetas" críticos eufóricos como Roger Fry consideraban que bien los valia esta "gran obra auténtica del maestro".
Muchos de los que la vieron consideraban que la expresión de esta Madonna del velo tenía la misma extraña belleza con que animó Botticelli su Nacimiento de Venus 450 años antes. En 1932, la Sociedad Médicis elogió la adquisición y la reprodujo en sus páginas "para que la obra maestra llegue a todos".

Quince años más tarde, la sospecha se habla proyectado sobre la Virgen de rostro melancólico que alza tiernamente en sus brazos a un niño Jesús travieso. Ojos escépticos anotaron varias incongruencias técnicas, como una raya oscura entre los labios, extraña de Botticelli. Exámenes técnicos disiparon luego las dudas. El traje de la madonna tenia un revestimiento de azul de Prusia que sólo empezó a usarse en el siglo XVIII, cuando el autor llevaba ya 200 años de muerto. Los ocres del bosque del fondo habian sido pintados con un pigmento de reciente fabricación. Al final, los expertos dieron su fallo definitivo: la madonna renacenlista de Botticelli no era una madonna , sino que estaba posiblemente inspirada en alguna estrella del cine mudo. No era renacentista: habia sido pintada hacia 1920. Y no era de Botticelli, sino de algún habilidoso artista estafador.

Condenada desde hace 40 años a la oscuridad de su origen espurio, la madonna ocupa ahora el ilustre lugar de museo para el que estuvo una vez destinada. Desde el 9 de marzo y hasta el 2 de septiembre, esta hija de las escuelas florentina y hollywoodense forma parte de una interesante, entretenida e inquietante exposición del museo Británico. Titulada Fake? (¿Falsificación?), la muestra reúne 600 piezas que en un momento o en otro lograron dar gato por liebre a los expertos y, siendo imposturas, plagios o fraudes, consiguieron pasar por genuinas. Muchas de ellas fueron adquiridas por el propio museo, que ahora, con una buena dosis de humildad y otra de humor britanico, las aglutina, cataloga y exhibe en Londres como una auténtica exposición de falsedades. El crítico Mark Jones publica un libro de 300 páginas sobre ellas y la revista trimestral de la Sociedad Museo Británico les dedica su portada y el artículo principal de su último número. Faltó sólo señalar que ésta es la única muestra genuina y autorizada de fraudes: atención, cuidado con las imitaciones...
NO TAN ANTIGUAS. La falsa madonna del falso Botticelli comparte los papeles estelares con otras antiobras maestras. Hay varios verrneers que no pintó Vermeer; objetos orientales antiguos de reciente aparición; no pocos rembrandts apócrifos; poemas medievales escritos en el siglo XIX; viejos carros etruscos que no han cumplido cien años; antiguedades que imitan a otras antiguedades aún más antiguas; primitivas fotografías inventadas hace 15 años; estatuas de mármol armadas con trozos de diverso origen.
En fin, para todos los gustos.

Es inevitable que la exposición parezca un bazar persa. Un falso bazar persa, naturalmente, porque la mayoría de las piezas procede de museos europeos, no de bazares persas. Al lado de relojes Rolex adulterados, que ni siquieran llevan el respaldo publicitario de algun doble de Plácido Domingo, sonríe al público una trucha con melena similar a la de Jesús Hermida. Pero canosa. Porque también es falsificada, como ya sabe bien el Museo Real Escocés que la compró a un canadiense en 1970. Y en medio de remedos de cerámica japonesa y monedas griegas de timo, yace en el salón la venerada Sábana Santa del siglo XIII con la que se creyó durante 700 años que había sido envuelto el cadaver de Cristo. Es una cesión de la diocesis de Turín a la exposición y, con ello, a la rectificación de errores seculares.

Los organizadores han tratado de imponer algún orden en tan dispar despliegue. Así, agrupan los objetos en secciones tales como la adulteración de documentos históricos "muy extendida"; los limites de la credibilidad "infinitos"; el examen técnico de fraudes "avanza pero no es infalible"; y la falsificación de arte en el Oriente, en Europa antes del siglo XVIII, en el siglo XIX edad dorada de los más adorables y admirables falsificadores y en el siglo XX época muy comercial y apurada: ¡ya no se falsifica como antes!.

ESLABON PERDIDO. Quizás la vitrina que representa un acto de contrición más conmovedor es aquella que contiene cinco trozos de huesos. A eso se reduce hoy lo que en 1912 se celebró como la aparición del eslabón perdido entre el hombre y el mono: una calavera con mandibula simiesca hallada por el arqueólogo Charles Dawson en Piltdown "Inglaterra" y garantizada en todo su histórico valor nada menos que por el teólogo y antropólogo francés Teilhard de Chardin. Cuatro decadas después, un examen de fluor permitió establecer que se trataba de un fraude o una broma.

El cráneo era un pastiche de dos huesos diferentes, uno de los cuales resultaba joven en términos arqueológicos: apenas 50.000 años, y no los 500.000 que reclamaba el poco fiable señor Dawson. Este mismo profesor, por cierto, entregó en 1901 al Museo Booth de Historia Natural un sapo momificado dentro de una piedra ovoide, hallazgo al que fijó miles de años de procedencia. Desde entonces, el sapo, que no era sanforizado, se ha achicado hasta adquirir una modesta expresión de rana, lo que indica -reconoce el catálogo que no era muy antiguo en el momento del descubrimiento".

Otro prestigio que sale algo va puleado de la sala de exhibiciones 49 es el de sir Arthur Conan Doyle. En 1920 dos niñas de 15 y nueve años de edad hicieron creer al creador del escéptico Sherlock Holmes que sostenía primaverales encuentros con simpáticas y diminutas hadas. Para muestra, una fotografía que las niñas tomaron y que Conan Doyle publicó en la prensa con su admirado aval. En 1983, cuando las dos traviesas chicas de Yorshire eran ya venerables ancianas, accedieron a revelar que las hadas no eran más que recortes sujetos con horquillas. Elemental, querido y difunto Doyle.

No lejos de las fotografías de las falsas hadas se levanta un busto famoso, el de Clitia, ninfa florecida. El marmol, propiedad del Museo Britanico, se atribuyó durante decenios a un escultor romano anterior a Cristo. Desde hace 30 años se sabe que es un trabajo frances del siglo XVIII: se trata de un striptease rococó de alguien que se atrevió a semidesnudar a cincelazos una figura femenina posiblemente antigua. A pesar de su posterior ignominia, Clitia sigue siendo tan famosa que el museo vende copias de esta copia a razón de 550 libras cerca de 100.000 pesetas el ejemplar.

La ninfa hace graciosa pareja con el Discóbolo de Tívoli, desenterrado en 1791 y adquirido entonces aprecio momumental por el museo. En 1809 ya se había denunciado a esta supuesta escultura grecorromana del siglo V antes de Cristo como un hibrido de dos mármoles distintos, pues la cabeza observaba una curiosa posición hacia el frente. Hasta 1861 su director, tan torcido como la cabeza del muñeco, sostenía que se trataba de una estatua auténtica.

Lo insólito es que todas estas piezas, procedentes de 36 museos y siete países, así como miles de falsificaciones más que pueblan y averguenzan a todos los museos del mundo, han logrado confundir a juiciosos expertos.

Cada ejemplar que adquiere el Británico debe pasar por un triple filtro: el coleccionista intermediario, un especialista que la examina y los sabios de la casa, que dan el visto bueno. Pese a las precauciones, la National Gallery de Londres es orgullosa propietaria de un falso rembrandt "Viejo con capa" que es una de las miles de imitaciones del maestro flamenco que circulan por el mundo. Desde su silencioso sitio en la exposición de falsos, el viejo parece reflexionar sobre la ingenuidad del hombre. Ingenuidad que permitió a los expertos adquirir unas piezas de jade chino labradas hace 80 años como si fueran del siglo XII antes de Cristo y una supuesta alfombra turca del siglo XVII que en realidad fue tejida en Hungría en 1930.

TIMADORES. Sin proponérselo, la exposición es también un homenaje a varios grandes falsificadores, como el monje griego Constantino Simóides (fallecido de lepra en 1867), que montó una pequeña industria de pergaminos medievales; o como el legendario Louis Marcy, nacido en Italia en 1860, que vendió a varios museos europeos obras de arte renacentistas de confección casera -esculturas, altares que parecían auténticas. Varias de ellas se exhiben en Fake? Quizás el timador que mejor librado sale de todos es el holandés Henricus Antonius van Meegeren (1889-1947), que llegó a pintar vermeers tan buenos como los del propio artista Johaness Vermeer de Delft (1632-1675), o aun mejores. Su Darna con caballero y su Cristo y la adultera, dos de las estrellas de la exposición, fueron celebradas en su momento como obras cumbres de Vermeer. Sólo se supo quién era su verdadero autor porque Meegeren vendió esta última al destacado jefe nazi Hermann Goering durante la ocupación de Holanda y, al terminar la II Guerra Mundial fue acusado por ello de colaboracionista. "Colaboracionista, jamas; falsificador, ¡siempre!", dijo Meegeren en defensa propia. Y confesó. Fue sentenciado a un año de carcel, que no pudo cumplir porque murió en olor de admiración folclórica.

En la remota Babilonia ya remedaban monumentos para hacerles pasar por antigUedades de mil años atrás. Y ahora falsifican dos millones de relojes Cartier al año: ocho veces la producción genuina de la marca.

Los Cartier falsos caen por cuestión de calidad. Las antiguedades falsas caen por algún anacronismo que detectan los rayos X, los rayos ultravioleta, el análisis químico, la absorción atómica espectrométrica o el plasma de emparejamiento inductivo. Cierta figura de un chacal egipcio antiguo se reveló como falsificación gracias a la aparición de lapislázuli procedente de una mina siberiana que sólo empezó a explotarse en el siglo pasado. Y otra joya egipcia, la pequeña estatua de la reina Tetisheri que adquirió el Museo Británico en 1890, acusó trazos de tintura de sulfato de bario, desconocido en tiempos de Cleopatra.

Pero la ciencia no permite despejar toda duda. Uno de los grupos más interesantes de Fake? está compuesto por una treintena de objetos y cuadros que se presumen falsos pero cuya fecha, origen y análisis son equívocos.
Se trata de piezas que siguen engañando a medias a los expertos y que preservan esa "hórrida fascinación por las adulteraciones" que, según el crítico de arte David M. Wilson, siente todo el mundo.