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NOTAS DE ARMONIA

El Free Jazz Festival, de Brasil, uno de los más prestigiosos del mundo en su género, podría ser una realidad en Colombia.

17 de noviembre de 1997

entre el 9 y el 14 de octubre pasados los habitantes de Rio de Janeiro, Sao Paulo y Porto Alegre, en Brasil, le dieron descanso a su fanatismo por el fútbol para darle paso a una afición no menos significativa: la música. Emedio de una tradición que ya cumple 10 años de vigencia, el Free Jazz Festival detuvo por unos días la ajetreada cotidianidad brasileña para deleitar a sus habitantes con una buena dosis de blues, soul, acid jazz, bossanova y las demás corrientes de un ritmo que desde las riberas del Mississippi cambió para siempre la música contemporánea: el jazz. En Rio el espectáculo reunió en cuatro días a más de 30.000 espectadores. Y no era para menos. Cada año los más reconocidos jóvenes intérpretes del momento se dan cita en la ciudad carioca para alternar con las grandes leyendas del jazz en un duelo que suele extenderse cada día hasta la madrugada. El Free Jazz Festival de 1997 no podía ser la excepción. Por los diferentes escenarios del Museo de Arte Moderno, de Rio, desfilaron artistas de la talla del guitarrista Otis Rush, considerado a sus 64 años una verdadera institución del blues, y Art Farmer, quien a punto de cumplir los 70 todavía demuestra sus dotes de excelso trompetista. Al lado de ellos hicieron su aparición fenómenos como el de Kenny Garrett, un virtuoso saxofonista de escasos 30 años quien, después de acompañar al célebre Miles Davis durante cinco años, decidió montar toldo aparte al lado de Kenny Kirkland, considerado por los expertos como el pianista de jazz más prodigioso de las últimas décadas. Su presentación arrancó atronadores aplausos entre los asistentes al auditorio New Directions, localizado a la entrada del MAM. Mientras se balanceaba permanentemente al ritmo distraído de su cuerpo, Garrett sacó a relucir sus cualidades de improvisador innato en una conversación con el piano que se sostuvo durante varios minutos y terminó con el delirio de los espectadores. Algo similar ocurrió en la presentación de Art Farmer, en el auditorio Club, en el segundo piso del museo. Acompañado de piano, batería y contrabajo, el curtido trompetista hizo gala de ser uno de los más refinados intérpretes. Fino, medido y melodioso, Farmer demostró que para hacer buen jazz clásico no se necesita ser un acróbata del instrumento, sino desarrollar unos labios y unos dedos muy sensibles. El auditorio Main Stage, un galpón artificial del tamaño del Palacio de los Deportes sin tribunas, con capacidad para 1.600 personas sentadas y cerca de 4.000 de pie, fue el escenario de los eventos más multitudinarios, entre ellos los espec-táculos de populares artistas contemporáneos como las vocalistas Neneh Cherry y Erikah Badu, y los de figuras tradicionales como el mismísimo Elvis Costello. Sin embargo el show principal corrió por cuenta de Jamiroquai, la banda de acid jazz que se ha convertido en la sensación del momento. Liderada por el excéntrico y ecológico Jason Kay, Jamiroquai demostró con una impecable interpretación porqué ha vendido varios millones de copias de sus discos alrededor del mundo. Con un timbre de voz similar al de Stevie Wonder, de quien además ha recibido notable influencia, Kay y su grupo se han erigido en el paradigma del gusto juvenil de los años 90. Durante cuatro días el Free Jazz Festival acaparó la atención del pueblo carioca en el marco de un certamen que cada año atrae la presencia de mayores figuras internacionales. Lo más interesante del fenómeno es que este espectáculo podría ocurrir en Colombia el próximo año. La British American Tobacco _BAT_, productora de la marca de cigarrillos Free, patrocinadora del evento, ya ha empezado a realizar las primeras gestiones para que Colombia haga parte del circuito jazzístico internacional. La idea es aprovechar el viaje de los artistas al festival brasileño para organizar una escala en territorio colombiano. Aunque todavía no está muy claro si el festival nacional se va a programar en Cali, Bogotá y Medellín simultáneamente, lo cierto es que los primeros contactos ya se están dando. Por el momento, en Bogotá, la BAT ya ha asegurado la participación del parque 93 como escenario de algunas de las presentaciones, mientras se adelantan gestiones para organizar otra sede en la plaza de Usaquén. El festival anual de jazz del Teatro Libre, del cual ha sido también patrocinador, es el principal aliciente de la BAT para medírsele al reto. Al fin y al cabo la capital ha demostrado que tiene público suficiente para eventos tan exigentes. Sería un excelente regalo para una ciudad que cada día busca más espacios de distracción para contrarrestar el caos cotidiano.