Home

Cultura

Artículo

Después del éxito de su primer disco, Puerto Candelaria (derecha) ha vuelto a sorprender con su segundo trabajo discográfico: 'Llegó la banda'. El grupo Capicúa, por su parte, también lanzó un disco hace poco tiempo que titularon ‘Esencia’

MÚSICA

Noticias del ‘jazz’ colombiano

Sin el apoyo de las grandes disqueras, pero con un público fiel, las agrupaciones colombianas de 'jazz' pasan por un buen momento creativo.

Juan Carlos Garay
4 de marzo de 2006

Durante el pasado Hay Festival, en Cartagena, el pianista Juan Diego Valencia andaba enloquecido buscando a Antonio Caballero. Quería entregarle una copia de su nuevo disco porque, entre todos los potenciales oyentes, le interesaba sobre manera el oído del columnista. Cuando vio que era imposible acercarse a él, me nombró mensajero honorario de Puerto Candelaria y me encomendó la labor de entregárselo algún día, ojalá pronto, cuando lo viera en los pasillos de SEMANA.

Cumplí la misión y días después, revisando mi copia del disco, descubrí que Caballero aparece mencionado en los créditos de agradecimiento. Llamé a Juan Diego para darle el parte de triunfo y de paso preguntarle por la simpatía que él y su grupo, Puerto Candelaria, profesaban por esa pluma. "Es que hacemos lo mismo -me contestó-, mirar el país". La frase me ha hecho escuchar ese álbum con mente más amplia. Aun cuando en nada se parecen un piano y una máquina de escribir, en verdad ambas herramientas pueden apuntar a lo mismo. Y agrego: con inteligencia, con ironía.

Llegó la banda es el segundo disco de Puerto Candelaria luego de un debut que deslumbró por su originalidad hace poco más de tres años. La expectativa era grande y hay que decir que salieron airosos: han vuelto a aparecer los ecos de pasillo, porro y vallenato, pasados a través del cedazo del jazz y aderezados con buenas dosis de humor. En la pieza que le da título al álbum los músicos imitan una papayera de Talaigua, Bolívar, con todo y su desafinación. En Para el doctor, contratan los servicios de un 'ayhombero' (el encargado de gritar "¡Ay, hombe!") y a la hora de cerrar el disco optan por una versión jazzística del Himno de Antioquia con el subtítulo de Fin de la emisión. Frank Zappa se preguntaba, en el título de uno de sus discos, si el humor tiene cabida en la música; los integrantes de Puerto Candelaria se cuentan entre los pocos que pueden responder que sí.

Pero el álbum de Puerto Candelaria no viene solo. Meses antes y después han aparecido en el mercado varios discos que demuestran la evolución del jazz colombiano. Todos se lanzan de manera independiente, sin mediación de las grandes disqueras, lo cual no es de extrañar. Una vez le pregunté a un ejecutivo de una multinacional por este tipo de producciones y me respondió con fineza: "Vender discos de 'jazz' es casi tan rentable como abrir un instituto de enseñanza del griego".

Entonces, ¿por qué existen grupos de jazz? La respuesta está en la música: es una de esas locuras sin las cuales la vida sería menos emocionante. Ninguno de estos discos llegará jamás a las listas de popularidad; todos están hechos con pasión y son de una calidad que evidencia enormes talentos.

Los nacionalistas

Sin duda la tendencia más presente tiene que ver con la recreación de elementos autóctonos, de ritmos que el oído reconoce fácilmente como colombianos. El punto de inspiración fueron esas primeras grabaciones de Antonio Arnedo en que tomaba canciones como El pescador o el Bunde tolimense y a partir de ahí desarrollaba una improvisación. Para las nuevas generaciones, esos discos fueron como el libro de texto: estudiaron los solos, las armonías, la rítmica, y lograron una definición de lo que puede ser el jazz colombiano.

En el caso del grupo Capicúa, la influencia es aun mayor: sus integrantes fueron discípulos de Arnedo en la Universidad Nacional. En su disco Esencia, es el maestro Arnedo quien los presenta en unas notas interiores en las que alaba su "carisma" y su "interés en Colombia y sus sonoridades".

Esas mismas palabras se podrían aplicar a un disco aparecido unos meses atrás: Fractales, grabado en el Teatro Colón por el cuarteto Afluente. La acústica de ese escenario clásico se suma a algunos coqueteos con la música andina (no es gratuito que uno de los temas se llame Altiplaneando) y todo, en fin, apunta hacia esa búsqueda de la identidad nacional que tanto preocupa a los jazzistas ahora.

Algo más arriesgado rítmicamente es el álbum Los cerros testigos, del pianista Ricardo Gallo y su grupo. En este caso se trata de un trío estándar de jazz (piano, bajo, batería) al que se le ha agregado percusión folclórica. Ricardo explica que "quería que en mi música cupieran nuevas texturas y, aunque no soy tradicionalista, que hubiera una alusión a la tradición".

El buen relajo

Otros músicos, en cambio, han optado por explorar eso que el jazz tiene en común con la libertad. El grupo Asdrúbal es una muestra clara: si bien al inicio de alguna pieza se puede identificar un golpe de currulao, la música avanza alocadamente casi hasta tocar las fronteras con el caos. Asdrúbal fue una de las sorpresas en el Encuentro de Jazz Eafit de Medellín de 2004 cuando, según la saxofonista María Angélica Valencia, "nos reunimos con el reto de improvisar fuera de toda tonalidad y armonía". Toda esa filosofía queda plasmada en su disco La revuelta, que es una de las grabaciones más arriesgadas que tiene el jazz colombiano.

Finalmente, la gran sorpresa en ese sentido la dio un grupo que exhibe el irreverente nombre de Primero Mi Tía. Hace seis meses nada se sabía de ellos: fraguaban su disco como niños traviesos planeando la última pilatuna. Y cuando por fin salió el CD, era como si hubieran aterrizado los marcianos trayéndonos su música. La energía se desborda, los solos de saxo son vertiginosos, el ritmo es veloz.

Se trata también de un grupo constantemente cambiante, lo cual les da un aire misterioso. Cuando pretendimos publicar una foto para este artículo, nos advirtieron que ya los integrantes no eran los mismos y que su nueva formación incluía, entre otras curiosidades, un acordeonista melenudo.

Hace poco leí en SoHo que Antonio Caballero admira algunas cosas de Estados Unidos, entre ellas el jazz "de raíces africanas". Seguramente si se da la oportunidad de escuchar el disco que le envió Puerto Candelaria, concluirá que ese camino que se inició en África y pasó por Norteamérica ofrece ahora una parada excepcional en Colombia.