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Mi regla para juzgar la literatura infantil o juvenil es la misma que aplico para juzgar la literatura a secas: una historia bien escrita que sea capaz de persuadirme y que no se agote en la primera lectura.

30 de enero de 2005

Fred Bernard y Francois Roca
Jesús Betz
Fondo de Cultura Económica
31 páginas



Este libro es justamente eso: una historia que no nos deja indiferentes. Jesús Betz, el protagonista de esta narración, le escribe una larga carta a su madre en la que hace un recuento de lo que ha sido su vida. Su vida con ella y sin ella: a los 15 años Jesús partió en un barco ballenero para, al igual que todos los seres humanos, hacerse un lugar en el mundo. Aunque hay un pequeño detalle: él no es como todo el mundo. Nació sin brazos y sin piernas. Es sólo un tronco y una cabeza, con una hermosa voz para el canto y unas enormes ganas de vivir. Digamos que le resultó un tanto más difícil que a otros salir adelante. Nunca pudo decir: 'Poner los pies en polvorosa', 'bajar los brazos', 'agarrar el paso', 'cruzar los dedos'. Sin embargo, lo consiguió. Esa es la razón de ser su carta: decirle que a pesar de todo la vida no lo venció y que por eso mismo quiere reunirse con ella y con su hermano menor; quiere presentarles a su bella esposa y celebrar.

Sí, para él no fue nada fácil la existencia. Las opciones de trabajo que tenía eran muy pocas (el circo, en la sección monstruos, etc.). En el barco ballenero, desde luego, no había cómo ocuparlo. Por fortuna le encontraron algo: ser vigía. Y terminó haciéndolo muy bien: aprendió a divisar el chorro de las ballenas a muchas millas de distancia. Hasta que un día, una gaviota le reventó un ojo y le dañó seriamente el otro... Pero no, de ninguna manera es trágica esta historia. En el relato de Jesús Betz no hay una pizca de autocompasión ni de resentimiento. Tampoco de moraleja; no pretende hacer un discurso edificante. Sólo decirnos su pequeña y sencilla verdad: para cualquiera vivir es algo heroico. El secreto es la tranquila aceptación de nuestras habilidades y nuestras limitaciones, que otros llaman 'el destino'.