Nuestra alma provinciana
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>Para
Clementina Pedraza, la mejor película del periodo silente del cine colombiano
era su Alma provinciana. Así lo expresó en 1973, en una entrevista concedida a
Hernando Salcedo Silva (1916-1987), quién en ese momento y desde hacia tiempo,
andaba en busca de las raíces del cine colombiano, una obsesión a la que dedicó
toda su vida. Gracias al entusiasmo y empeño de don Hernando, se pudieron encontrar
muchas obras de los pioneros de nuestro cine, hoy consideradas valiosos documentos.
Nadie podrá negar que su trabajo al frente de la Cinemateca Colombiana es el que
nos hace posible ver hoy los primeros ensayos de nuestro cine.
Clementina Pedraza, la viuda de Félix J. Rodríguez, guardó como un tesoro, por
más de cincuenta años, la única copia que sobrevivió de Alma Provinciana, y es
por eso que tal vez, es la más completa de las películas que se conservan de la
primera etapa del cine colombiano. Ella y su familia entendían que, más allá del
valor sentimental que tenían esos once rollos de nitrato, lo realmente importante
era la trascendencia histórica de su contenido. Hoy, Alma provinciana se nos revela
como una obra plena de logros artísticos, producto de la aguda percepción de su
creador, quien puso en escena un drama de fuerte contenido social, donde se muestra
cómo las contradicciones entre las diferentes clases son posibles de resolver
gracias al amor. Era la obra de un inquieto personaje, escritor poeta, pintor,
orfebre y el único de los pioneros de nuestro cine que adquirió cierta experiencia
en la producción del arte mudo, trabajando precisamente donde más rápido se estaba
desarrollando, la costa oeste de los Estados Unidos.
Félix J. Rodríguez fue el alma de Alma provinciana. A la edad de 28 años escribió,
dirigió, hizo cámara, diseñó y construyó escenografía e iluminación, e incluso,
molesto por el trabajo de los laboratorios en Estados Unidos, él mismo reveló
una segunda copia de la película en un laboratorio que adaptó en su casa. Aunque
Rodríguez contó con un reducido presupuesto, supo aprovechar al máximo sus modestos
conocimientos sobre fotografía y "técnica cinematográfica". Obsesionado por el
realismo, insistió en que las locaciones fueran desprovistas de artificio, sin
telones de fondo ni interiores decorados. Ahí precisamente reside uno de los mayores
atractivos de la película: él quería ambientar una comedia romántica en un ambiente
natural.
Así pues, don Félix no usó estudios - en ese momento, en el Teatro Olympia los
Di Doménico ya tenían uno adaptado donde se rodó Aura o las violetas- y por el
contrario, para las escenas de interiores, acudió a las casas de los amigos que,
según su esposa, gustosamente fueron prestadas para la película. Los exteriores
fueron rodados en la capital, en la Sabana y en los páramos de Santander. Los
paisajes que se ven son los alrededores de Bogotá, un hermoso registro de esa
Sabana ahora tapizada de flores bajo los plásticos de los invernaderos.
Vistas hoy en día, impactan las imágenes de la ciudad desaparecida o transformada:
la Calle Florián, el Capitolio Nacional vestido para el carnaval, delineado por
cascadas de luces; la catedral y sus billares aledaños; el edificio Liévano y
sus almacenes -hoy convertido en Palacio-; el parque del Centenario - hoy de La
independencia- con La Rebeca, el Trianón, los cerros al fondo y el templete con
las estatua de Bolívar que hoy reposa en el llamado "Parque de los periodistas".
También se ve la Escuela de Medicina en la plaza del Voto Nacional, entre otros.
No quedaron por fuera los eventos y las gentes de la época. Es particularmente
interesante el registro de los carnavales estudiantiles que se realizaron para
festejar el aniversario de Bogotá en 1925, con sus reinas y desfiles; una interpretación
y baile del Torbellino en una boda campesina; Una corrida de toros y curiosas
costumbres como la de "bautizar" en las fiestas infantiles las muñecas de los
niños.
Las protagonistas de algunas películas colombianas de la época eran en su mayoría
extranjeras.
Esto
se debía, por una parte, al tradicionalismo familiar que impedía que las jovencitas
de la sociedad aparecieran en pantalla y, por otra, al espíritu de quienes invertían
en cine, que no eran ni artistas ni soñadores, sino por el contrario industriales
y comerciantes que buscaban que las películas fueran un producto rentable. Para
la muestra, en 1926, año del estreno de Alma provinciana, aparecía en una carátula
de la Revista Cromos la actriz italiana Lyda Restivo, conocida como Mara Meva.
La Meva fue una estrella traída por la Cali Film Company y subcontratada por
la SICLA de los Hermanos Di Doménico para protagonizar El amor, el deber y el
crimen, que como casi todas las películas nacionales del momento, incluida Alma
provinciana, estaban marcadas por la influencia de los melodramas italianos
que llegaban al país.
Sin
embargo, Alma provinciana no era una iniciativa de acaudalados. Félix J. Rodríguez
invitó a sus amigos para que actuaran en la película, donde incluso aparece
al final, quién posteriormente sería considerado el pionero de la aviación colombiana,
el también santandereano Camilo Daza. Curiosamente, aunque Rodríguez no actúa,
aparece con sus ojos fijos y su expresión desencantada en las primeras imágenes,
como presentando su obra. Fueron pues los compadres, actores sin experiencia,
quienes gracias a los ensayos dirigidos por él, pusieron en escena Alma provinciana.
A diferencia de Bajo el cielo antioqueño, cuyo rodaje según Luis Alberto Álvarez
, fue un continuo carnaval donde actuaba lo más selecto de la sociedad antioqueña,
las "estrellas" de Alma provinciana eran gente común y corriente, personajes
muy parecidos a los de la película, con los que don Félix quizás, pretendía
también alcanzar el ansiado realismo. Ya que la empresa era filial y a riesgo
compartido, las acciones y los dividendos de la misma fueron repartidos en partes
iguales entre el realizador y el elenco artístico.
La única copia que sobrevivió de la película, fue donada a la Cinemateca Colombiana
por los herederos de Félix J. Rodríguez el 13 de octubre de 1980 y tuvieron
que pasar veintiún años para contar con una copia restaurada para exhibición
de la misma, a pesar de los esfuerzos que se hicieron desde el mismo momento
de la donación, contactando instituciones en el país y en el extranjero, sin
obtener respuestas concretas que permitieran iniciar el costoso pero absolutamente
necesario proceso de preservación.
En 1997, más de setenta años después del rodaje de Alma provinciana, algunos
rollos del original en nitrato de celulosa que habían soportado el paso el tiempo,
estaban a punto de perderse definitivamente, y con ellos la parte más importante
de la película. Así pues, la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano, que había
recibido el legado de la Cinemateca Colombiana, dio la voz de alerta y gracias
al apoyo del Ministerio de Comunicaciones, se enviaron estos materiales para
su restauración y copiado en los laboratorios de la Fundación Cinemateca Nacional
de Venezuela.
Los demás rollos, que por las afortunadas casualidades del destino estaban en
mejores condiciones, tuvieron que esperar hasta 1999, cuando el Ministerio de
Cultura, a través de la Dirección de Cinematografía, aportó los recursos que
faltaban para restaurar y preservar nuestra Alma provinciana, en los laboratorios
de la Filmoteca de la Universidad Nacional Autónoma de México, contando también
con el apoyo del programa Memoria Compartida II, un proyecto de la FIAF (Federación
Internacional de Archivos Fílmicos) y Cooperación Española.
DON FÉLIX J. RODRÍGUEZ, UN ENTUSIASTA SOÑADOR
Félix
Joaquín Rodríguez perteneció a esa extraña raza de los soñadores y aventureros,
de los inquietos y quizás, como las imágenes del cine, "hiper-kinéticos". Fue
parte de esa minoría de idealistas que quisieron hacer cine en un país de grandes
aldeas, donde apenas algunos conocían el avión, y la radio lentamente estaba
llegando. Nació y creció en Chima, Santander, y aún sin terminar el bachillerato
en el colegio del cual su padre era rector, buscó camino, tal vez por que no
le bastaba el horizonte que tenía frente a sus ojos. Dueño de sí mismo, inició
con su hermano un gran viaje, un periplo que arrancó bajando por el Río Magdalena
desde Barrancabermeja, y terminó también en el Magdalena, cuando él, a su buen
parecer, así lo quiso unos años después. Le encantaba devorar horizontes y siguió
río abajo. Cuando llegó a Barranquilla, se embarcó hacia Panamá y de ahí, haciendo
múltiples escalas en el Caribe, llegó a Nueva York.
Para este personaje que, según su esposa Clementina Pedraza, estaba poseído
por una sed inextinguible de conocimiento, los rascacielos del Nueva York de
1915 no le fueron suficientes, y junto con su hermano decidió atravesar Estados
Unidos de costa a costa, para llegar a San Francisco, buscando, probando, conociendo,
untándose de todo lo que en ese momento estaba allí en ebullición. Esa curiosidad
lo llevó, como a muchos de los inmigrantes de la época, a participar como extra
de películas, atraído como una luciérnaga por la luminosa novedad del cine.
Pero él fue más allá y de extra, pasó a cargar cables, para conocer y aprender
todo acerca de esa maravilla que eran las imágenes en movimiento. Algo mágico
que al parecer lo perseguía desde el año de su nacimiento,1897, fecha que coincide
con la llegada del cine a Colombia.
La
película se devuelve, y en 1919 Félix J. Rodríguez regresa al país con sus ahorros
invertidos en un proyector de cine y algunas películas, para dedicarse a mostrar
la nueva maravilla en los pueblos de Cundinamarca, Boyacá y Santander. Durante
algún tiempo estuvo radicado en El Socorro, donde alquiló el Teatro Manuela
Beltrán para la exhibición de cine. Luego se trasladó a Bogotá para ingresar
a la Universidad Libre y obtener el título de abogado. No se tienen datos que
permitan asegurar que Don Félix haya continuado con la exhibición de películas
en Bogotá. Sin embargo, su vena creadora estaba intacta y durante ese período,
gracias a su esposa, se sabe que escribió el libro de cuentos Chingalo y algunas
obras para teatro entre las que se recuerda Corazón de tierra, Amor de patria
y Con el nombre de Isabel en los labios.
Lo que sí es seguro es que la pasión por el cine no disminuyó, ya que recién
llegado a Bogotá, se entregó a su gran proyecto: Alma provinciana. Precisamente
a mediados de los años veinte, la escena cinematográfica nacional estaba en
su momento más agitado. De esa época son filmes como Bajo el cielo antioqueño,
Conquistadores de almas, El amor, el deber y el crimen y Como los muertos, entre
otros.
Alma
provinciana es considerada el octavo largometraje en las historia del cine colombiano,
un melodrama totalmente nacional cuyo estreno en el teatro Faenza hace un poco
más de 75 años, el 13 de febrero de 1926, fue un éxito, tanto que ganó un concurso
de películas comerciales. Después de Alma provinciana, literalmente la vida
de don Félix Joaquín Rodríguez se pierde en el río del tiempo; sólo se sabe
que intentó rodar Isabel, pero que por diversos motivos no pudo. Después de
recibir su grado de abogado en 1930, se trasladó al entonces prospero puerto
de Girardot, sobre el río Magdalena, donde puso fin a su vida en 1931.
Rito Alberto Torres - Jorge Mario Durán
Créditos de la versión restaurada
FELIXMARK FILM
ALMA PROVINCIANA
Comedia original de
Félix J. Rodríguez
Interpretada por un distinguido grupo de jóvenes y señoritas,
amante del arte nacional.
"El autor y actores dedican esta cinematografía a la memoria del noble joven
CÉSAR PHILIPS".
Dirección, producción, guión, fotografía, montaje, cámara, escenografía y ambientación:
Félix Joaquín Rodríguez.
EMPRESA PRODUCTORA: FÉLIXMARK FILM, 1925.
FILMADA EN: Santander; Sabana de Bogotá; Bogotá, 1925.
ESTRENADA EN: Teatro Faenza (Bogotá), 13 de febrero de 1926.
DURACIÓN: 110 min. 52 seg. a 20 imágenes por segundo.
REPARTO: Maga Dalla (Rosa), Alí Bonel (Gerardo), Elisa Loebel, Rosa Loebel,
Carlos Brando, Ramón Vesga, Juan Antonio Vanegas, César Philips, Alberto Galvis,
Camilo Daza.