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Desaparecer es un arte

Liu Bolin se ha hecho famoso gracias a sus asombrosas instalaciones, en las que se vuelve invisible. SEMANA recorrió junto a este artista chino la muestra de su obra que se acaba de inaugurar en Bogotá.

19 de octubre de 2013

Al contrario de lo que se podría pensar, Liu Bolin no pasa inadvertido. A pesar de que es un experto en camuflarse, este artista chino –uno de los más populares en la actualidad– es un hombre imponente. A sus 40 años ya es una estrella de la escena artística mundial: ha viajado por tres continentes para producir una obra que cada día se cotiza mejor en el mercado. 

Bolin es alto y de voz firme. En su muñeca izquierda lleva un enorme reloj de lujo y en la derecha, enroscado, un collar de madera. Viste una chaqueta azul de diseñador, zapatos de cuero rojo, lentes oscuros y lleva un anillo en el dedo anular. Sobre su cuello cuelga una cámara digital, con la que toma fotos de lugares que podrían convertirse en locaciones para sus obras.

Bolin recibió a SEMANA en la sede de la galería La Cometa, en el norte de Bogotá, donde se expondrá su obra entre octubre y diciembre con el apoyo de las empresas JCR Consulting Limited y Huawei. El artista chino había llegado a Bogotá el día anterior y confesó conocer poco del país, pues es la primera vez que viene a América Latina. Pero, por lo poco que pudo investigar antes del viaje, sabe que hay varios aspectos de la cultura colombiana que le interesan. 

En los días siguientes Bolin recorrerá la capital y sus alrededores: ahí piensa encontrar varias locaciones para hacer sus famosas instalaciones. Le llaman la atención, en principio, los campesinos de la sabana de Bogotá, el Museo del Oro y los cultivos de hoja de coca. 

Su historia es bastante conocida. Nació en Shandong, en el noreste de China. Toda su familia, sus dos padres y tres hermanos, eran funcionarios del departamento de Irrigación de Tierras. Bolin creció en un ambiente muy controlado, en el que tenía poco acceso a imágenes o información del mundo exterior. Sin embargo, su talento para el arte se hizo evidente desde muy joven. Entonces, un profesor de dibujo le ayudó a estudiar en la Facultad de Bellas Artes de Shandong a principios de los noventa. Dos años después se graduó y empezó a enseñar escultura. 

En 2000 viajó a Beijing para continuar sus estudios en una escuela de arte del Estado. No obstante, empezó a tocar en sus obras temas incómodos para el establecimiento. Fue expulsado de la escuela y casi quedó en la calle. En 2006 lo contrataron como profesor en Suojia, una villa de artistas en Beijing. Ese año el gobierno mandó demoler varias casas, supuestamente ilegales, donde vivían Bolin y sus amigos. Para protestar, el artista decidió camuflarse frente a los escombros. Así nació el trabajo que lo hizo famoso en el planeta. 

“El primer impulso fue protestar pacíficamente. Creo que esa primera idea se sigue manteniendo. Me parece que el arte tiene la capacidad universal de hacer reflexionar a la gente y en esa medida puede impulsar cambios sociales”, le dijo a SEMANA en su lengua materna, el mandarín. La serie, en la que sigue trabajando desde entonces, se llama Hiding in the City. 

Su técnica de trabajo tampoco ha variado mucho. El chino viaja a diferentes lugares del mundo y allí escoge los escenarios en los que se quiere mimetizar. Luego los fotografía durante mucho tiempo, para no perder ni un milímetro de la información que debe retratar. El día de la instalación Bolin se para frente al paisaje, inmóvil, con un uniforme que sirve como cuadrícula. Sus asistentes –pintores hiperrealistas– dibujan sobre su ropa, zapatos, cara y manos. 

Él reconoce que el proceso se ha refinado: “En las primeras instalaciones no me protegía la piel y eso me trajo muchas complicaciones. Tampoco podía contratar pintores profesionales, así que les pedía ayuda a mis amigos. Era un proceso muy artesanal y eso se nota en las imágenes iníciales”, dice, mientras muestra algunas de las imperfecciones de la obra New Culture Needs More, de 2006.

Una vez el camuflaje está listo, toman varias fotos. Bolin selecciona la imagen final de la cual se imprimen pocas copias en diferentes formatos. Cada una de ellas puede costar más de 30.000 dólares. Lo curioso es que no hay ningún retoque digital. “Lo que hay en la foto es lo real. No hay un solo truco”, le dijo a SEMANA Zachary Bako, un fotógrafo que trabaja habitualmente con Bolin. “Cuando vamos a exteriores es muy importante que la luz no sea muy fuerte, para evitar reflejos incómodos”, dice el joven fotógrafo.

A primera vista la obra de Bolin parecería no tener trasfondo político, como sí ocurre con el trabajo de otros artistas chinos contemporáneos. Bolin está lejos de las polémicas instalaciones de Ai WeiWei, las figuras enmascaradas de Zeng Fanzhi, los enigmáticos retratos grupales de Zhang Xiaogang, que evocan las fotos familiares tomadas durante la Revolución Cultural, o los afiches de Wang Guangyi que combinan imágenes típicamente socialistas con logos de marcas comerciales.

Pero Bolin acepta que sí contienen un comentario sobre la sociedad china: “Toda mi sensibilidad está arraigada a la cultura de mi país: mi universo creativo está centrado en él. Todas mis primeras piezas tienen que ver con la iconografía cultural presente en las ciudades. Me interesa mostrar, por ejemplo, cómo los ideogramas han forjado la identidad estética del pueblo chino”.

Aunque no menciona a sus contemporáneos, Bolin sabe que el arte chino vive un boom. “Esto tiene dos explicaciones. En primer lugar tiene que ver con el enorme crecimiento de la economía del país y la gran cantidad de dinero que se mueve en el mercado del arte. Pero también tienen que ver con la curiosidad que genera China en el resto del mundo”, dice.

El hombre invisible –como bautizaron los medios a Bolin– insiste en que su obra no es una crítica al consumismo o a la sociedad occidental. Dice que solo le interesa buscar escenarios cada vez más complejos que reten su imaginación. No quiere ser un símbolo ni un héroe, solo que sus obras –paradójicamente– sean cada vez más visibles.