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Obra faraónica

Aida, la ópera-espectáculo por excelencia, abre la temporada de ópera de Bogotá en homenaje al centenario de la muerte de Verdi.

Emilio Sanmiguel
17 de septiembre de 2001

Si Giuseppe Verdi no hubiese escrito Aida otro en su lugar lo habría hecho. Porque convertir en ópera la historia del egiptólogo francés Auguste Mariette fue iniciativa de Ismail Pasha, Khedive de Egipto. Durante la Exposición Universal de 1867 en París Verdi estrenó Don Carlos. El Khedive, que formaba parte de los soberanos europeos y del Oriente Medio invitados, quedó fascinado con el lujo y refinamiento de París y regresó decidido a levantar un teatro de ópera, de hecho el primero que se construyó en un país árabe, para hacer coincidir su apertura con la inauguración del Canal de Suez.

Originalmente pidió encargar a Verdi un himno para la inauguración, pero éste se negó rotundamente. Entonces decidió estrenar la sala de 850 localidades con una ópera para glorificar el tiempo de los faraones. Solicitó a Mariette escoger el tema y éste, a quien impresionaba la costumbre de enterrar vivos a traidores y criminales, escribió una historia ficticia, pero muy documentada, sobre el guerrero Radamés, prometido en matrimonio con Amneris, la hija del faraón, y acusado de traición a la patria por el amor de Aida, una esclava etíope.

Pasha quedó encantado y sugirió los nombres de quienes, en su criterio, eran los más grandes compositores de la época: Verdi, Gounod o Wagner. Mariette encargó a su amigo parisiense Camille du Locle —uno de los libretistas del Don Carlos— para adelantar la negociación, pero Verdi de nuevo se rehusó. Luego de interminables sesiones de negociación aceptó. Sus honorarios alcanzaron la exorbitante suma de 150.000 francos para ser depositados en el Banco de los Rothschild en París a la entrega de la partitura.

Aida no formó parte de los festejos del Canal de Suez pues el teatro se inauguró con Rigoletto, también de Verdi. Pero el proyecto de Aida continuó. El Khedive no ahorró esfuerzos ni dinero y, con la supervisión de Mariette, los decorados, utilería y vestuario se encargaron a París. Sin embargo el estallido de la guerra franco-prusiana y el sitio de París obligaron a posponer casi un año el estreno. Verdi pudo entonces revisar, estudiar y trabajar al detalle su nueva ópera a tal punto de convertirla en una absoluta obra maestra.

El Khedive le ofreció elevar los honorarios a 200.000 francos si se hacía presente en el estreno pero Verdi se negó porque le producía pavor el largo viaje hasta el país de los faraones y además prefería ponerse al frente del estreno europeo, que debería ocurrir en la Scala de Milán días después del estreno egipcio.

Eso tenía sentido: por una parte tenía enterrada en la garganta la espina de las críticas que hacían sus compatriotas a su música, que encontraban muy distante de las ideas de Wagner; por otra, escribió la ópera más para las voces de los cantantes del estreno milanés que para los del elenco egipcio. El resultado fue Aida, ovacionada hasta el delirio desde el estreno. Sin caer en la trampa de ‘orientalizar’ la música Verdi construyó un nuevo sonido que generó una atmósfera egipcia.

Con Aída se abre el jueves 23 la temporada de ópera de la Fundación Camarín del Carmen, que por primera vez aprovechará las ventajas del remodelado Teatro Municipal Jorge Eliécer Gaitán, de proporciones más acordes con las exigencias que imponen los ceremoniales de la escena de la Consagración de la espada en el Templo de Vulcano y la imponente Escena triunfal en las calles de Tebas.

La producción, una realización del Teatro Teresa Carreño de Caracas, tiene a la soprano norteamericana Nina Edwards en el rol de Aida, el tenor Frank Porreta como el guerrero Radamés y la mezzosoprano Eleni Matos como Amneris, la hija del faraón, este último personaje encomendado al bajo colombiano Valeriano Lanchas. Los coros de la Opera de Colombia y de la Universidad del Bosque y la Filarmónica de Bogotá estarán bajo la dirección de Will Crutchfield. Las funciones se extienden hasta el primero de septiembre.