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OBREGON: EL MITO

El Museo de Arte Moderno de Bogotá expone las obras más representativas de Alejandro Obregón en sus cinco décadas de producción artística.

25 de febrero de 1991

Obregón es el artista que imaginaron en su adolescencia los que algún día quisieron ser artistas. El artista que no se interesa por contactar galeristas y cuadrar exposiciones, por vestirse de frac y asistir a los grandes eventos nacionales. El artista que no se interesa por pintar de noche y figurar en las horas del día. Le importa un bledo la vida de sociedad. Obregón es un pintor de tiempo completo. Lo ha sido siempre en sus 70 años de vida: García Márquez, su amigo, dice que pinta desde antes de tener uso de razón.
Obregón no es el artista que vive del arte, sino por el arte. La pintura es el oxígeno de su corazón, de su cerebro de sus ojos y de sus manos. Las murallas de Cartagena de Indias parecerían a propósito, levantadas para él, frente a ese mar Caribe que lo arrulla con el golpeteo de las olas, con el magnífico espectáculo de los alcatraces que se tiran en picada para conquistar su presa con la espléndida visión del sol cuando se oculta en el horizonte marino...
Las murallas son parte de su vida: dentro de ellas Obregón pasa la mayor parte de su resistencia, asilado en una casona con grandes ventanales, desde donde contempla el mundo. Ahí pasa sus grandes momentos, en medio del olor a trementina, con un pincel en la mano que limpia frecuentemente en las bermudas azules.
La bohemia lo persigue y él se deja alcanzar sin objeciones. No le teme, porque sabe que puede dominarla y convertirla en una nueva disculpa pictórica. Al fin y al cabo toda su vida la lleva al lienzo. Pero no la lleva para representarla, para dejar un testimonio de sus vivencias, sino para recrearla.
Para darle una nueva vida a su vida. En el pintor cartagenero (nacido en Barcelona, es cierto), la edad no es un problema. A sus 70 años está más vivo que nunca. Y es que Obregón le ha hecho carrera a la vida. Ha tratado de sacarle el mayor provecho a cada instante. Y todo lo ha hecho por el arte. Sus amigos saben que es capaz de pintar en cualquier lugar, en cualquier momento. Es capaz de pararse de la mesa de bohemia y tomar un pincel en las manos para dejar su huella en las paredes, en las cortinas o en la propia mesa.
Vitalidad es la palabra. Vitalidad para pintar y pintar sin que el cansancio lo amedrente. Y en sus obras se nota ese impulso: al lado del detalle aparece siempre el brochazo enérgico, para que la fuerza del momento, la decisión de hundirse en el arte, sirva de marco a sus motivos. Obregón no le teme a la espontaneidad, por el contrario, se vale de ella para demostrar que prefiere procesar sus temas en el cerebro y no en el papel. La prueba está en que no le gustan los bocetos: si es que acaso existe en su trabajo el esquema previo, existe sólo en un rincón de la mente, surge cuando debe surgir y se encarga de no entorpecer el frenesí del corazón, que se apodera de sus manos cada vez que tiene el pincel bien aferrado.
El Museo de Arte Moderno de Bogotá le rinde actualmente un homenaje a ese mito llamado Obregón, con una retrospectiva de cinco décadas. Ciento veinte obras representativas de sus diversos periodos se tomarán, hasta marzo, los cuatro pisos de este templo del arte, luego de su paso por el Museo de Monterrey y el Museo de Arte Moderno, de México.
Más allá de los cóndores y de las barracudas, el Museo muestra etapas de su obra que ahora están lejanas en la memoria de su público. Están los retratos y los autoretratos que pintó en sus comienzos, cuando sus lienzos al óleo no desmentían la profunda influencia de Ignacio Gómez Jaramillo, su maestro. Están algunos de los cuadros con los que sorprendió a los criticos en sus primeras apariciones en los salones nacionales, en la década del 40. Está el cubismo que marcó una etapa entrañable de su producción. Están los bodegones y los paisajes, están la violencia y los homenajes revolucionarios... está ese completo recorrido de su pasión artistica, desde las obras netamente figurativas, hasta sus temas de hoy, con el viraje a la abstracción sin que su obra haya sido alguna vez del todo abstracta y la conquista del expresionismo y del gestualismo que constituyen lo más profundo de su sello personal, inequivoco universalmente. Y está, así mismo, su paso desde óleo al acrílico: la clave, para algunos, de que su obra adquiriera una vanguardia aún mayor; pero el responsable, para otros, de que sus cuadros perdieran esa textura y esas transparencias que le daban una vida especial.
Se trata, sin duda, de un recorrido excepcional que ha mantenido siempre en vilo a los colombianos, quienes saben que nadie ha logrado representar los símbolos de la geografía nacional mejor que él. Y es que Obregón ha sido siempre fiel a su terruño, con estilo propio, sin influencias ajenas, pero pendiente -sobre todo en los comienzos de esa vanguardia que entonces se exigía para entrar en los grandes salones internacionales: su obra marcó el verdadero inicio del modernismo en el país. (Ver recuadros).
De manera que a pesar de su espiritu bohemio, de su predilección por encerrarse en su estudio a pintar y pintar durante largas horas, Obregón nunca ha estado al margen del desarrollo del arte en el mundo y mucho menos del desarrollo del propio mundo. No podría explicarse, entonces, que su obra constituya un testimonio de episodios que han hecho vibrar al país, e incluso al universo, como lo demuestra ahora con esos amaneceres que se han contagiado de las notas de guerra que llegan desde el Golfo Pérsico. Por eso no podría pasarse de largo su serie sobre la violencia -tan importante en su obra-, que ha sido tema recurrente en su carrera. O sus homenajes al cura Camilo y al Ché Guevara.
Pero, indudablemente, su gran tema ha sido la flora y la fauna colombianas. Por medio del óleo, en sus comienzos, y del acrílico, desde hace algunos años, le ha dado un sentido especial a los dos océanos y a las tres cordilleras que hacen único a este país. Y a todo lo que las hace majestuosas: cóndores, toros, volcanes, barracudas, peces, flores... un escenario multicolor lleno de vida.
Alejandro Obregón no ha convertido en símbolos nacionales todos estos elementos: al tomarlos con sus ojos, al procesarlos en la mente, al recrearlos en el corazón y al plasmarlos con las manos en el lienzo, ha hecho que sea su pintura el símbolo en sí.
Porque no son el pez ni el cóndor como tales los que luego se descubren ante los ojos del espectador: son su pez y su cóndor, con esa libertad que Obregón les ha contagiado y que los dota, por tanto, de un genial movimiento.

GABRIEL GARCIA MARQUEZ
PREMIO NOBEL DE LITERATURA
Obregón pinta siempre descalzo, con una camiseta de algodón que en otro tiempo debió servirle para limpiar pinceles y unos pantalones recortados por él mismo con un cuchillo de carnicero, y con un rigor de albañil que ya hubiera querido Dios para sus curas. Piensa que todo lo que existe en el mundo se hizo para ser pintado. En su casa de virrey de Cartagena de Indias, donde todo el mar Caribe se mete por una sola ventana, uno encuentra su vida cotidiana y además otra vida pintada por todas partes: en las lámparas, en la tapa del inodoro, en la luna de los espejos, en la caja de cartón de la nevera.
Muchas cosas que en otros artistas son defectos son en él virtudes legítimas, como el sentimentalismo, como los símbolos, como los arrebatos líricos, como el fervor patriótico. Hasta algunos de sus fracasos quedan vivos, como esa cabeza de mujer que se quemó en el horno de fundición, pero que Obregón conserva todavía en el mejor sitio de su casa, con medio lado carcomido y una diadema de reina en la frente. No es posible pensar que aquel fracaso no fue querido y calculado cuando uno descubre en ese rostro sin ojos la tristeza inconsolable de la mujer que nunca llegó.

EDUARDO SERRANO
CURADOR MUSEO DE ARTE MODERNO DE BOGOTA
Obregón es el primer pintor que lleva al lienzo temas colombianos con un lenguaje universal. El modernismo habla entrado timidamente con Andrés de Santa María e Ignacio Gómez Jaramillo, pero con Obregón comienza el verdadero modernismo... un modernismo sin complejos.
Su lenguaje está compuesto de contrarios: espacios inmensos de brochazos enérgicos y detalles minuciosos de pincelada delicada; misteriosas veladuras y figuras contundentes; zonas grises y calladas y áreas de colores vivos, contrastantes; referencias directas a la realidad, y alusiones inequívocas a la magia, los enigmas y la fantasía. En sus obras se conjugan el concepto de arte como idioma universal y el de arte como expresión de una cultura.
La emotividad y la imaginación son los grandes impulsos en la mejor parte de su producción, la cual sobresale como una de las expresiones más intensas que se ha logrado en la pintura latinoamericana de este siglo.

MARITZA URIBE DE URDINOLA
PRESIDENTA MUSEO DE ARTE MODERNO LA TERTULIA, DE CALI
Es indiscutible: Obregón es uno de los grandes maestros colombianos. Es un artista inmenso. El hecho de que algunos de sus cuadros no tengan el valor de otros, la grandeza de otros que han recibido un mayor reconocimiento, no lo disminuye, porque su obra en conjunto es muy grande. Obregón es, junto con Fernando Botero, el artista más representativo de Colombia.
Ha utilizado temas absolutamente colombianos, sin influencias foráneas: su obra es del todo original. Es el pintor nacional por excelencia, en la medida en que ha mostrado con la maravilla de su pincel todo aquello que hace vibrar al país y dé manera especial nuestra geografía que es lo mejor que tenemos para mostrar.

LUIS LUNA
PINTOR
Lo mejor de Obregón es, indudablemente, la energía y la vitalidad que posee. La capacidad seductora que tiene a través de la imagen. La creación de una iconografía latinoamericana. La liberación de la pincelada. La autonomía de la intuición y la actualidad que tuvo su obra en su momento. Porque lo cierto es que Obregón colocó al arte nacional en el mundo contemporáneo.
Yo admiro en Obregón su pasión por la vida y por la pinta, que en muy pocos artistas se ve tan clara como en él... tan clara como su inagotable capacidad de enamoramiento.

ALEJANDRO OBREGON