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L I B R O S

Occidente: esplendor y decadencia

Un notable balance de la vida cultural en los últimos cinco siglos

Luis Fernando Afanador
6 de mayo de 2002

Jacques Barzun
Del amanecer a la decadencia
Taurus, 2001
1.303 paginas
Hacer un balance erudito y detallado sobre los últimos 500 años de la cultura occidental convierte a este libro en un proyecto cuando menos ambicioso y digno de discutirse por mucho tiempo. Y así parece confirmarlo el hecho de que pese a sus mil y tantas páginas Del amanecer a la decadencia se convirtió muy pronto en un best seller en Estados Unidos y en objeto de debates en el ámbito intelectual y académico. Asunto que por supuesto dejó impasible a su autor, el prestigioso historiador franco-norteamericano de la Universidad de Columbia, Jaques Barzun, quien llevaba ya varias décadas de silencio. “Es el trabajo de toda una vida”, fue su lacónica respuesta ante el éxito inesperado. Barzun divide la época estudiada, el comienzo de la era moderna hasta nuestros días, en cuatro períodos: el primero de 1500 a 1660 bajo el influjo de la cuestión religiosa; el segundo (1661-1789) en torno al estatus del individuo y la forma de gobierno; el tercero (1790-1920) a partir de la lucha por la igualdad social y económica. El último es una mezcla de los anteriores. Cuatro períodos y cuatro grandes revoluciones —la religiosa, la monárquica, la liberal y la social— separadas entre sí por aproximadamente 100 años y cuyos “fines y pasiones” a su juicio todavía determinan nuestro espíritu y nuestra conducta. Además, en cada uno de los períodos hace un “corte transversal” para romper la diacronía de la historia, esto quiere decir que toma como base una ciudad que él considera decisiva y establece unos “observatorios” o focos desde dónde asir con más claridad los acontecimientos. Las ciudades son el Madrid de 1540, la Venecia de 1650, el Londres de 1715, la Weimar de 1790, el París de 1830 y el Chicago de 1895. Pero su gran aporte es la perspectiva a partir de la cual hace su lectura de la historia. No hay para él una sola causa que guíe las acciones de los hombres. Son importantes las condiciones materiales, las personalidades (aunque no siempre las figuras conocidas: permanentemente hace una interesante reivindicación de personajes olvidados) y también las mujeres y los jóvenes (imposible olvidarlos, dice). Occidente no es un bloque homogéneo “sino una enorme secuencia de opuestos” y un historiador debe ser un narrador de relatos diversos. Sin embargo, al trazar el perfil del arte, la ciencia, la religión, la filosofía y el pensamiento social de los últimos 500 años encuentra una unidad a pesar de la enorme diversidad. Pese a la disparidad y el conflicto, observa que Occidente ha perseguido unos fines comunes: “Los pueblos de Occidente han ofrecido al mundo un conjunto de ideas e instituciones que no existían en épocas anteriores ni en lugar alguno”. El individualismo, la emancipación y el primitivismo son para él los conceptos clave que dan esa continuidad. Su pleno desarrollo explica el auge y el esplendor de nuestra civilización. Por eso, en gran medida la historia del libro es la historia de estos conceptos. Y de sus vicisitudes: paradójicamente la actual crisis y decadencia son resultado de haberlos llevado a sus últimas consecuencias, a su casi desaparición. El individuo que argumentando su derecho sin límites a hacer “lo suyo” arrasó con el arte culto, el nacionalismo, la religión, la autoridad y no encontró la libertad sino el aburrimiento y el cansancio y cayó en nuevos y peores fanatismos; el anhelo “del buen salvaje” que desde Rousseau hasta los ecologistas (pasando por los hippies de las comunas) buscó despojarse de la “pesada carga” de la organización cultural y terminó en la satanización de la ciencia y convirtiendo en “credos violentos” objetivos prácticos como la lucha contra el calentamiento global, la energía nuclear o el aborto. Por supuesto un libro polémico y provocador, pero sin duda una crónica notable de lo ocurrido en los últimos siglos: el mundo que estamos perdiendo.