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Entre la poesía y el documento ecologista, la película se convierte en toda una experiencia para el espectador.

CINE

Océanos

Ver el nuevo documental de los realizadores de 'Microcosmos' es, una vez más, descubrir que somos prójimos de todas las criaturas de la tierra.

Ricardo Silva Romero
28 de agosto de 2010

Título original: Océanos
Año de estreno: 2010
Género: Documental
Dirección: Jacques Perrin y Jacques Cluzaud

La gente anda por ahí diciendo “tiene que verse ‘Océanos’”. Todo el mundo parece estar involucrado: desde la Walt Disney, que la coprodujo, hasta el gobierno colombiano, que la promueve. Todo el mundo parece estar de acuerdo: no se trata de una película cualquiera sino de un fenómeno que nadie se puede perder. Algo así como un eclipse. Y la respuesta, si quieren saber por qué, es su empeño en mostrarnos que la vida en las profundidades del mundo se parece más de lo que creemos a la vida que llevamos en las superficies. Es claro que el equipo de este documental emocionante, que durante cuatro años filmó en los mares del planeta el comportamiento de más de 80 especies, se trazó desde el principio el objetivo de probarnos que somos prójimos de esas extrañas criaturas que sobreviven como mejor pueden a todos los conflictos que ocurren en el fondo de todos los océanos.

El resultado es una película llena de efectos especiales que suceden de verdad. Una breve antología de los grandes géneros cinematográficos que han venido hasta hoy desde los primeros días del cine: sus peces, sus pulpos, sus tortugas, sus ballenas, sus cangrejos protagonizan batallas dignas de superproducciones de guerra, secuencias de suspenso que envidiaría cualquier relato de Alfred Hitchcock, duelos a muerte de sagas del lejano oeste, números musicales de los días gloriosos de la MGM, pequeños momentos de drama intimista. Antes de que entre a escena el discurso ecologista, antes de que esa suma de momentos poéticos le ceda el paso a una cantaleta que la convierte en material para las clases de ciencias de los colegios, Océanos nos hace sentir frente a una serie de metáforas de nuestras propias vidas.

Algo parecido habían hecho ya sus realizadores, comandados siempre por el veterano actor francés Jacques Perrin, en dos trabajos anteriores: la inolvidable Microcosmos (1996) y la brillante Tocando el cielo (2001). La primera seguía algo así como la vida cotidiana de los insectos. La segunda describía con sumo cuidado las glorias y las desgracias de las aves. Ambas conseguían reflejarnos en las cosas de la naturaleza. Ambas dejaban con la boca abierta a los espectadores. Ambas sacaban la observación del mundo animal, que el propio Walt Disney, en vida, convirtió en tema de tantos largometrajes memorables, de los terrenos pedagógicos de la National Geographic.

Océanos, que cierra la trilogía, no es tan inspirada como sus antecesoras, pero por momentos merece el absurdo rótulo de ‘obra maestra’: estarán de acuerdo conmigo, creo, cuando sean testigos de aquel desgarrador momento protagonizado por tiburones en peligro. Sea como fuere, la gente tiene toda la razón: vale la pena verla. En un momento dado se vuelve video institucional. De golpe finge que, como los documentales de animales que dan por televisión, cuenta una sola historia. Pero de resto es toda una experiencia.