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Víctimas del Khmer Rojo eran fotografiadas poco antes de ser ejecutadas.

FOTOGRAFÍA

Ojos que sí ven

Un libro recién publicado en Estados Unidos pone de nuevo sobre el tapete el tema del retrato de la barbarie. Una discusión que se replica en Colombia.

27 de noviembre de 2010

Sobre la fotografía han recaído todo tipo de sospechas. En las últimas décadas, intelectuales del nivel de Susan Sontag o Roland Barthes han planteado fuertes cuestionamientos poniendo en duda que una fotografía pueda ser un registro válido de cualquier suceso. Se ha dicho, por ejemplo, que pararse frente a una imagen cargada de barbarie logra solo ofender más a las víctimas y que el simple acto de disparar una cámara ya implica una manipulación, por lo que las imágenes solo pueden contar una visión fragmentada de la historia.

Para algunos, esta desconfianza explica, en parte, que en el cubrimiento gráfico de los atentados del 11 de septiembre no hubiera imágenes de las víctimas y que hoy no se divulguen imágenes reveladoras del drama humanitario en Haití.

The cruel radiance, libro de la crítica norteamericana Susie Linfield que acaba de publicarse en Estados Unidos, es una respuesta a estas voces. También es una reivindicación de la fotografía como primer paso para tomar conciencia sobre el sufrimiento y los problemas en otros lugares. En diálogo con SEMANA, su autora fue enfática: "Los críticos han logrado que sea muy fácil para la gente no mirar fotografías y una posición que tiene un aire de superioridad moral".

Linfield acepta que una de las razones por las que esto ocurre tiene que ver con que hoy es mucho más difícil interpretar las imágenes. Pone como ejemplo el trabajo de Robert Capa, el fotógrafo húngaro que captó imágenes memorables de la Guerra Civil española. "En esa época la gente tenía ideas muy claras sobre qué bando respaldar, sabía de qué se trataba esa guerra, mientras que los conflictos que han surgido después de la guerra fría son cada vez más confusos, no está claro para el espectador qué está en juego". El que cada vez sea más difícil saber quién está en cual bando y cuáles son los ideales en juego hace que muchas personas prefieran darles la espalda a las fotografías de conflictos, sostiene. Linfield desaprueba esta actitud y cree que, al contrario, no poder interpretar una imagen debe motivar al espectador a averiguar de qué se tratan los conflictos para luego ver cómo se puede actuar.

El libro de Linfield es un buen pretexto para preguntarse por el papel que ha tenido la fotografía en el conflicto colombiano. Stephen Ferry, fotógrafo de larga trayectoria en el país, habla del uso que se le ha dado a la fotografía como herramienta psicológica de guerra. En esto tiene mucho que ver el hecho de que la práctica del secuestro "esté tan ligada con la prueba de vida, sea foto o video, y lo mismo con la prueba de muerte". Resalta también que "esta es una guerra que se hace a punta de mensajes de un lado al otro. Y para que sean contundentes, los mensajes deben tener fotografías".

Para Ferry, es importante tener en cuenta que en Colombia no existe una confrontación abierta. Por eso, el registro gráfico de la guerra es diferente al de otros conflictos. El que sea un conflicto de baja intensidad hace que sea aún más necesario que haya fotógrafos registrando lo que pasa en las zonas de combate, sostiene.

Sobre la experiencia de ejercer su oficio en medio del conflicto colombiano, Ferry asegura que su trabajo en el país lo ha llevado a ver con otros ojos los alcances de la fotografía documental. Afirma que más de una vez se ha enfrentado a situaciones muy complejas que no se pueden explicar con la fotografía y llega incluso a sugerir que hay fotos en las que puede no ser necesario un texto que las explique. "Las fotos que, para mí, describen mejor a Colombia y su conflicto son las que no dependen de un pie de foto. Muestran cosas tan ambiguas o contradictorias que retan a la razón. Es una perspectiva muy diferente del trabajo documental común, y esto porque en Colombia muchas veces las cosas simplemente no son como parecen".

Lo que describe Ferry es algo a lo que también se refiere Linfield en su libro. Ella reconoce que las fotos por sí mismas no pueden explicar temas tan complejos como los orígenes del conflicto en Colombia. Pero reivindica la virtud que tienen las imágenes de "ponernos ante el sufrimiento y la agonía de un cuerpo, que es la raíz de una guerra, para reflexionar sobre lo que está pasando ahí".

Gervasio Sánchez, por su parte, plantea que si bien hoy se generan imágenes de impacto con mucha frecuencia, estas son efímeras y no transmiten más que emociones pasajeras sin contexto. "La gente consume imágenes como consume Coca-Cola, pero si no hay un proyecto detrás, no va a entender qué es lo que está ocurriendo". Acá pone como ejemplo su proyecto Vidas Minadas, una iniciativa que lo ha llevado a registrar con su cámara el drama de las minas antipersona a lo largo del planeta, en los últimos 15 años. Proyectos como este, dice, "permiten que la gente cambie su percepción del dolor de las víctimas". Él no duda que la fotografía sirve para que la opinión pública asuma posiciones críticas y cree también que los reparos de los intelectuales han logrado "enfriar" al público, sobre todo al estadounidense.

Y es que si en algo hay acuerdo es en lo peligroso que puede ser el que la opinión pública se escude tras la teoría para no ver las imágenes que dan cuenta de la barbarie. Sánchez lo dice claro: "Si el dolor de Haití o Pakistán tuviera un espacio en los medios, muchos ciudadanos se sentirían obligados a criticar a sus políticos". Sobre el caso colombiano, Ferry complementa: "Creo que esta sociedad, como otras, está de acuerdo con que es preferible saber que no saber". Y esto se puede lograr con relatos, pero mejor si van acompañados de imágenes.