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Opera con aroma

Para atraer público, los ingleses ponen aromas en las representaciones operáticas.

12 de febrero de 1990

La originalidad de los ingleses para conquistar público que llene sus salas de ópera y concierto quedó demostrada una vez más hace pocos días. En la English National Opera, o Coliseum, fue estrenada una nueva producción de "El amor por las tres naranjas", ópera del compositor Sergio Prokofiev, con innovaciones que el autor jamás llegó a imaginar.
Los 2.400 espectadores al llegar a ocupar sus asientos en la sala se sorprendieron de encontrar en cada silla un pequeño sobre que contenía una fragancia que se esparcía por el ambiente una vez se raspaba un pequeño papel con una moneda. Las indicaciones eran precisas y cada paquete decía el momento en que su propietario debía destaparlo y hacer brotar el aroma.
A medida que se iba desarrollando la trama de esta ópera de carácter burlesco, ubicada dentro del estilo de la Commedia dell'arte, exquisitos aromas -de un total de seis que incluían los sobres- se iban esparciendo por el recinto, salvo cuando Magora, la bruja hechicera apareció en escena: en ese momento, un desagradable olor a huevos podridos invadió la sala. Pero al final, cuando el mago Celio rompe el hechizo y se cristaliza el matrimonio del hijo del rey de espadas con una de las naranjas, un delicioso olor a fruta se apoderó del Coliseum, convirtiendo aquella representacion en suceso nunca registrado en una sala operática.
En los medios musicales y del espectáculo londinense la noticia causó sensación y llevó a miles de curiosos a adquirir boletas para presenciar la ópera perfumada. El hecho confirmó que en el terreno de las originalidades los ingleses llevan la parada.
Hace unos meses la orquesta de Birmingham se había apuntado un acierto, cuando las directivas de la institueión, con el fin de llevar gente joven a escuchar la música, se ingeniaron una programación por ciclos el primero de los cuales fue dedicado al fuego y tuvo como escenario la estación de bomberos de la ciudad.
La edificación fue adaptada para recibir a la multitud y el programa por si a alguien le quedaban dudas del tema, incluyó fragmentos sinfónicos de la ópera "El ángel de fuego", de Prokofiev; de "El pájaro de fuego", de Igor Stravinsky; la celebérrima "Danza ritual del fuego", de De Falla, y finalizó la sesión con la inmolación de Brunilda, de "La Walquiria", de Richard Wagner. Siguió el ciclo dedicado al agua con la "Música del agua", de Handel, "El mar" de Debussy; "Sinfonía del mar", de Vaughn Williams, y sucesivamente cada semana iba cambiando la orquesta, no sólo los temas sino el escenario, política que sirvió tanto para promover la música como para dar a conocer a la agrupación en múltiples lugares.
Y como muchas de las instituciones británicas acomodan sus presupuestos con donaciones hechas por los buenos aficionados, hace pocos años la sinfónica de Londres dio un golpe sin precedentes al presentarse en la Bolsa de Valores y sustituír por media hora las voces de los corredores por notas musicales. El ambiente recobró un ánimo inusitado, y no faltó quien sugiriera que existían programas más idóneos para llevar a dicho recinto donde en lugar de interpretar la Patética, de Tchaikovsky, lo adecuado era llevar la "Opera de los tres peniques" o, en su defecto, el "Oro del Rin" wagneriano.
No cabe duda que al arte hay que ponerle buenas dosis de humor y un toque imaginativo, y en esto los ingleses, como cada día lo demuestran, siguen siendo unos verdaderos maestros .