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OBITUARIO

Óscar Niemeyer, el arquitecto que soñó el futuro

El brasileño Óscar Niemeyer, fallecido a los 104 años, fue uno de los grandes urbanistas contemporáneos. Su visión utópica de la arquitectura, plasmada en Brasilia, cambió para siempre el paisaje de su país.

8 de diciembre de 2012

Óscar Niemeyer fue una fuerza de la naturaleza. A pesar de que tenía casi 105 años, seguía trabajando con la misma energía y creatividad de cuando empezó su carrera. Su larga vida fue una lucha para defender sus ideales políticos y estéticos. Y salió triunfante de esa batalla: su monumental obra arquitectónica dejó una marca difícil de borrar.

Nació en Río de Janeiro en 1907, en una familia de seis hijos. Su padre era tipógrafo y propietario de un taller de artes gráficas en el que el joven Óscar tuvo su primer contacto con el dibujo y el diseño. Luego de estudiar arquitectura, trabajó en el taller de Lucio Costa, uno de los primeros arquitectos modernistas de Brasil. Costa adoptó a Niemeyer como su protegido y lo involucró en sus proyectos. Ese sería el inicio de una relación creativa de varias décadas.

En 1936 hicieron uno de los primeros trabajos conjuntos cuando Costa fue contratado para construir el edificio del Ministerio de Salud. Charles-Édouard Jeanneret (Le Corbusier), uno de los padres del modernismo, también fue invitado al proyecto y Niemeyer quedó muy impresionado con el trabajo del francés que se convirtió en una gran influencia.

Desde entonces Niemeyer se convirtió en una de las figuras de la nueva arquitectura brasilera y participó en el diseño de algunas de las construcciones más emblemáticas de los años cuarenta y cincuenta. También, durante esa época, empezó a afianzar su pensamiento político: simpatizaba con las ideas de izquierda y se unió al Partido Comunista. Incluso prestó varias veces su oficina para que los miembros del Partido se reunieran. Sartre se convirtió en su autor favorito y de la lectura de su obra sacó una idea que sería la directriz de su trabajo: la arquitectura tenía que tener un alto impacto social y ayudar a construir una sociedad más justa.

Durante los años cuarenta Niemeyer conoció a Juscelino Kubitschek, entonces alcalde de Belo Horizonte, quien lo contrató para diseñar un suburbio de la ciudad. Niemeyer ideó una serie de edificios curvilíneos que se convertirían en su marca. Para él las líneas rectas y rígidas eran una demostración de autoridad que le quitaba libertad a los espacios. Sus curvas, también decía, estaban inspiradas en la mujer brasileña.

En 1947 hizo uno de sus trabajos más recordados. Fue invitado, junto a Le Corbusier, Wallace K. Harrison, Nikolai D. Bassov y Max Abramovitz, a diseñar la sede de la ONU en Nueva York. El edificio, que desde entonces es un símbolo de la ciudad, fue pensado como un ideal de civilización y diálogo.

A principio de los cincuenta Kubitschek, quien ya era presidente de Brasil, llamó a Niemeyer para que liderara un proyecto monumental. Se trataba de planear y construir desde cero a Brasilia, una ciudad ideal que reemplazaría a Río de Janeiro como capital del país. Entre 1956 y 1960 Niemeyer se embarcó en la construcción de la ciudad, pensada como una utopía futurista en la que el espacio le pertenecería a todos y en la que no existían las diferencias sociales. El arquitecto creó inmensos edificios, amplias avenidas y viviendas para 500.000 personas. Imaginó un futuro amigable, en la que los espacios públicos eran un lugar de encuentro.

Sin embargo, la utopía social de Niemeyer no resultó como él esperaba. La planeación de Brasilia fue muy criticada y muchos dijeron que era una ciudad inhabitable. En 1964, cuando los militares dieron un golpe de Estado, su trabajo fue cuestionado. Niemeyer fue interrogado y, aunque no le prohibieron trabajar, sus proyectos eran vetados. Durante el auge de la Guerra Fría fue vetado en Estados Unidos.

En 1967 decidió exiliarse en París, donde pasó los siguientes 20 años. En Europa llevó a cabo algunas de sus mejores obras, como el Centro Cultural de Le Havre y las oficinas del Partido Comunista en la capital francesa.

Cuando regresó a su país, sin embargo, las cosas cambiaron. Su obra fue revalorada y empezó a construir edificios y casas por todo Brasil, especialmente en Niterói, frente a Río, donde su Museo de Arte Contemporáneo parece un platillo volador a punto de despegar. En 1988 recibió el prestigioso premio Pritzker y muchos empezaron a hablar de él como un visionario intemporal. Niemeyer se convirtió en un faro para los arquitectos contemporáneos que admiran los riesgos que tomó el brasilero. Hoy, por ejemplo, la obra de Brasilia sigue siendo cuestionada, pero muchos reconocen su valentía.

Desde entonces y hasta la semana pasada, cuando murió a los 104 años, Niemeyer trabajó sin parar en todo tipo de utopías y vivió a plenitud. No solo era visto como uno de los grandes artistas de su país sino como uno de los grandes arquitectos del siglo XX. Y, como le dijo en 2005 al diario The New York Times, nunca abandonó su visión: "Desde mi perspectiva la tarea esencial de un arquitecto es soñar. Si no lo hace nada ocurre".