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País desconocido

Un libro de crónicas periodísticas que trasciende los lugares comunes sobre la violencia en Colombia

Luis Fernando Afanador
27 de septiembre de 2008

José Alejandro Castaño

Zoológico Colombia

Norma, 2008

179 páginas

Nadie resiste la avalancha cruda de los hechos. Y menos en un país como el nuestro, en el que esa avalancha es espantosa y no da un minuto de respiro. Por eso, resulta tan molesto cierto periodismo que no ofrece análisis ni enfoques, sólo inventario de catástrofes. Y, para compensar, altas dosis de frivolidad ramplona que dejan la rara sensación de un perfume barato tratando de ocultar infructuosamente un mal olor del cuerpo. El periodismo, por supuesto, no tiene que embellecer la realidad. Pero tiene que elaborarla, proponer una manera de verla. De lo contrario, no tiene ningún sentido que exista. Para eso, mejor la Internet, que es la realidad y la información pura, y con menos propagandas.

Inevitable pensar en estas cosas al leer Zoológico Colombia, el estupendo libro de crónicas del periodista José Alejandro Castaño. Un libro que habla sobre los hechos horribles de la Colombia de los últimos años y que sin embargo no provoca apagarlo -como ciertos noticieros de televisión-, sino seguir leyendo hasta el final. Lo que nos presenta Castaño ya lo sabíamos, ya estábamos cansados de verlo, como una figurita repetida. "Eso creen ustedes", nos responde el cronista y nos presenta esos mismos hechos de una forma que nos sorprende por sus detalles y por sus asociaciones. Al editar la película de la realidad, él no busca únicamente darles vida a los hechos con personajes concretos; también trata de relacionar unas historias con otras, de armar una trama básica que nos ayude a descifrar lo que parece puro caos y absurdo. Perspectiva, distancia: el periodista que no la tenga terminará naufragando en los hechos y, de paso, ahogándonos.

Contar algo más sobre Pablo Escobar podría resultar redundante, predecible, pero hacerlo desde el periplo de los dos hipopótamos que se volaron del abandonado zoológico de Nápoles y fueron encontrados a 200 kilómetros, al otro lado del río Magdalena, en Puerto Olaya, Santander, es otra cosa. ¿Qué hacían allí? ¿Cómo llegaron? Esta bella y triste crónica nos la cuenta y de una manera sutil muestra en toda su magnitud la crueldad gratuita sobre la cual se edificó el imperio del capo. ¿Qué necesidad había de torcer los destinos de unos pobres hipopótamos del África? "La inútil travesía de los dos hermanos tal vez sea una constancia de esa reiterada habilidad humana para joderlo todo".

Se ha hablado mucho de los sicarios y su sicología. Zoológico Colombia, sin embargo, nos llama la atención sobre su obsesiva atracción por los travestis en Lágrimas de un travesti viejo, un relato desolado y revelador: "Es posible que algunos de tantos matones, esclavos de una realidad sin límites, necesitará sentirse sometidos por un arma simbólica".

De los hipopótamos pasamos a los perros callejeros y a los burros bomba. Seguir el hilo conductor de los animales, de la forma de relacionarnos con ellos, puede darnos pistas. Que no son siempre trágicas como lo testimonian Joel y su incontrolable y divertida pasión por las burras o los niños de Estados Unidos, caserío de Becerril, Cesar, para quienes los tranquilos asnos resultan una bendición para sus graves problemas de desplazamiento. Historias divertidas del rebusque donde a un hombre que se alquila para hacer de Cristo crucificado se le cae la caja de dientes en pleno clímax, o historias impresionantes de esperanza e ilusión como la de la cárcel mixta de Casablanca, cerca de Villavicencio, en la que los reclusos tienen unos pocos segundos para ver -y para enamorar- a las reclusas vecinas: "A ese corredor al aire libre, por donde pasan las internas cuando son llevadas a otros sitios de la cárcel, se le conoce como el paso del amor. Decenas de presos han logrado conseguir novia en ese breve momento".

No es necesario ocultar la realidad o hacer una histérica afirmación de la "Colombia positiva". Sólo basta observarla atentamente, sin miedo. Con el respeto, la compasión, el humor, la dignidad y la belleza que entraña una buena escritura.