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PASO A LA VANGUARDIA

A pesar de que el llamado arte contemporáneo es tan viejo como el siglo, en Colombia sus representantes siguen esperando que el público les dé por fin la bienvenida.

29 de septiembre de 1997

Algunos lo llaman arte contemporáneo, primero por su novedad y segundo para diferenciarlo del arte tradicional, aquel que respeta el lienzo y la escultura como formas clásicas de expresión. Pero están equivocados. Por un lado su novedad es relativa, pues se ha desarrollado a la par con el siglo. Por el otro, no por ser pintores o escultores muchos artistas pierden su calidad de contemporáneos. Incluso pueden llegar a ser más vanguardistas que un instalador o un creador de performance. Lo que sucede es que el arte ha respondido tan dramáticamente a su tiempo, a su invocación técnica, a su atropellada velocidad, a su apabullante ritmo, que necesariamente ha multiplicado sus formas de comunicación. Desde que Marcel Duchamp hizo de un orinal una escultura y, de paso, se cuestionó, junto con sus contemporáneos, en qué momento se producía y dónde estaba en realidad el arte, las preguntas alrededor del fenómeno artístico han obligado a los creadores a alejarse cada vez más de las consideraciones meramente estéticas hasta llegar a través del siglo, y más aún en los últimos 30 años, a toda clase de experimentaciones que ya no tienen nada que ver con los parámetros tradicionales de belleza y virtuosismo, sino más con el proceso artístico como tal. El arte ya no sólo exige del espectador un trabajo visual sino también auditivo y táctil, olfativo y hasta del sentido del gusto. La intención es lo que cuenta y para desarrollarla el artista de hoy no duda en utilizar cualquier material y modo de comunicación con tal de que le sirva para sus propósitos. Colombia, por supuesto, no se ha quedado atrás y las nuevas generaciones de artistas han respondido a las expectativas con propuestas tan juiciosas como interesantes, tan atrevidas como ambiciosas, a pesar de que el país siga siendo muy clásico y conservador en sus gustos y los colombianos todavía sientan temor de abrirle las puertas de su sensibilidad a las vanguardias. Aunque los jóvenes creadores han irrumpido con fuerza en el panorama con propuestas innovadoras y de hecho los dos últimos salones nacionales han estado colmados de instalaciones, videos y performances, las galerías especializadas son contadas con los dedos de una mano. Salvo Valenzuela y Klenner y Carlos Alberto González, dedicadas en forma exclusiva a este tipo de arte, las galerías siguen siendo tímidas en tomar la iniciativa, un fenómeno que contrasta con el número de artistas que deciden dejar el pincel para buscar nuevos medios de expresión. El público, por su parte, es más tímido aún, y afianzado en los patrones clásicos de la pintura y la escultura _excepción hecha de los especialistas y los estudiantes de arte_ sigue concentrando su atención más en el fin decorativo y estético de la obra antes que dejarse tentar por otras dimensiones artísticas. Motivada por esta preocupación, SEMANA ha invitado a cinco artistas jóvenes representantes de una generación que se está abriendo camino en el arte de fin de siglo con proyectos que han desbordado las fronteras tradicionales, con el ánimo de que ellos mismos describan una de sus obras recientes y contribuyan, de alguna forma y a vuelo de pájaro, a tender un puente entre el asustado público y el arte que está llamado a abrir con sus cuestionamientos las puertas del milenio que comienza.