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Cómo ser un latin lover

Esta comedia, que se balancea entre el absurdo y los chistes de doble sentido, intenta apelar al mercado de los migrantes latinos en Estados Unidos. **

Manuel Kalmanovitz G.
24 de junio de 2017

Título original: How to Be a Latin Lover

País: Estados Unidos

Director: Ken Marino

Guion: Chris Spain, Jon Zack

Actores: Eugenio Derbez, Salma Hayek

Duración: 115 min

El chiste central de la película parte de un estereotipo bien conocido: el de un latino que vive de sus conquistas, aunque tiene la gracia inicial de exagerarlo hasta convertirlo en una total ridiculez. Así vemos que Máximo (Eugenio Derbez) es un tipo tan perezoso que se niega a caminar, que les pide a sus sirvientes que le muevan una camilla cuando la cubre una sombra, que para evitarse la fatiga anda adormilado en uno de esos carritos coloridos de dos ruedas.

Es interesante por intentar replicar el éxito de No se aceptan devoluciones, la cinta latina más taquillera en Estados Unidos protagonizada por el mismo Derbez, y, en ese sentido, podemos tomarla como punto de partida para especular sobre qué creen los realizadores que se necesita para que una comedia sobre latinos tenga éxito allá.

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La respuesta es un asunto esquizofrénico: al mismo tiempo repelente y cálido, infantil y morboso, hipnotizado por el lujo y el consumo mientras idealiza los lazos familiares desinteresados.

El personaje central es un vago, mantenido y egoísta que el filme retrata en el polo opuesto al ideal del migrante honesto que se desloma trabajando. En vez de ello, es una especie de pequeño monstruo nada lejano de lo que imaginan los militantes de derecha más xenófobos: inútil y aprovechado, perezoso e infantil, incapaz de aportarle algo a la sociedad en la que vive.

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Con un prólogo en la infancia de Máximo en el que muestra lo antojado que está de una vida de lujo, la película pasa rápidamente a la conquista relámpago de una viuda mayor, y luego, años después, al matrimonio monótono con ella del que sale sin nada al ser reemplazado por un hombre más joven (el larguirucho Michael Cera, una excelente elección).

Sin el amparo de su esposa, no le queda más que reconectarse con su hermana Sara (Salma Hayek) y con su tierno sobrino de 10 años, Hugo (Raphael Alejandro), mientras encuentra otra viuda multimillonaria que le permita reubicarse en la vida.

En todo este recorrido, la cinta hace unos juegos inesperados con su estereotipo central: el vividor resulta ser un inútil poseído por un egoísmo casi infantil, motivado únicamente por su deseo de lujos y comodidades. También parece emprender una inversión de géneros de esos cuentos de hadas en los que una heroína –nada inocente en este caso– sueña con ver resueltas sus penurias al casarse con un príncipe azul.

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El director Ken Marino reclutó a un elenco de figuras más o menos famosas de la televisión estadounidense para poblar el mundo donde todo sucede, permitiéndoles improvisaciones que se alargan hasta caer en el absurdo; pero es un sentido del humor que no cuadra para nada con el que se da entre la familia latina, más sexual y de doble sentido.

A pesar del gran esfuerzo que hace Cómo ser un latin lover para mostrar a los latinos como perfectamente insertados en la cultura estadounidense –todos los personajes que rodean a la familia son muy blancos–, el contraste entre estos dos sentidos del humor tan distintos deja ver que la asimilación no es para nada perfecta.
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CARTELERA

Corazón gigante
***

Comedia negra islandesa centrada en un cuarentón grandote y solitario consumido por el silencio y la monotonía.

No toques dos veces

Cinta genérica de terror con madres preocupadas, hijas rebeldes y espectros amenazantes.

La doncella
***½

Una muchacha entra al servicio de una dama con intenciones de engañarla, en esta película coreana que mezcla elegantemente erotismo y melodrama.

Paula
***

A comienzos del siglo XX, una joven pintora alemana viaja a París buscando libertad artística y personal.