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Hedi

En esta película tunecina producida por lo hermanos Dardenne, un hombre acostumbrado a cumplir las expectativas ajenas descubre otras posibilidades.**1/2

29 de enero de 2017

Título original: Hedi
País: Túnez/Bélgica/Francia
Año: 2016
Director: Mohamed Ben Attia
Guion: Mohamed Ben Attia
Actores: Majd Mastoura, Hakim Boumessaoudi, Omnia Ben Ghali
Duración: 88 min

Es extraño que esta película le preste tanta atención a la nuca de Hedi (Majd Mastoura) —a la que sigue una y otra vez por corredores, parqueaderos, oficinas y demás— cuando tiene un rostro mucho más interesante. Su calvicie prematura, cejas expresivas y mirada inocente ofrecen una mezcla de seriedad, concentración, terquedad, culpa y, ocasionalmente, rabia mal disimulada. Es el rostro de un tipo que hace lo posible por ser un buen hijo.
Pero es un papel ingrato este del buen hijo y Hedi, obediente y correcto, enfrenta a lo largo del filme las dificultades que implica.

Como en un cuento de hadas, Hedi se quedó en casa con su madre cuando su hermano mayor, Ahmed (Hakim Boumessaoudi), se fue a aventurar a Francia, donde construyó una vida con una esposa y una hija. Hedi, asumiendo su papel de muchacho responsable, ha intentado cumplir con las expectativas: a nivel profesional, trabaja en un concesionario automotor haciendo ventas corporativas y, a nivel personal, está a una semana de casarse con Khedija (Omnia Ben Ghali), en un matrimonio arreglado.

Ahí es donde el rostro de Hedi hace maravillas. En las preparaciones para la boda, con todos los ceremoniales sociales con las familias involucradas, se ve especialmente parco e inexpresivo, como si fuera un niño valiente tragándose un jarabe. Algo parece no gustarle de su vida, pero hace un esfuerzo para no darse cuenta.

De nuevo, como en un cuento de hadas, un encuentro inesperado le abre su horizonte. En uno de sus viajes de trabajo se queda en un hotel al lado del mar donde trabaja Rim (Rym Ben Messaoud) que le despierta algo. El chico tímido deja de serlo y la insatisfacción de su vida arreglada se le hace evidente gracias a la risa contagiosa de Rim, a su desenvoltura y a todo el mundo que ha recorrido y que resulta, para él, una expansión embriagadora.

“¿No extrañas a tu familia?”, le pregunta Hedi. “Te acostumbras… estás en un lugar nuevo, una nueva forma de vida, con gente nueva”.

Es una historia familiar porque, en cierto sentido, Hedi enarbola los valores tradicionales del individualismo occidental: el culto a seguir los sueños personales sin importar las consecuencias y la importancia de emanciparse de cualquier tradición que limite la expresión personal.

Pero el retrato que Hedi ofrece de Túnez, a pesar de ser realista y fluido, tiende a lo abstracto. Los corredores de las oficinas, los parqueaderos y los hoteles a la orilla del mar en los que transcurre la mayoría de la película podrían estar en cualquier parte del mundo sin mayores diferencias.

Este énfasis en los ‘no lugares’ hace que la tradición a la que pertenece Hedi y de la que intenta separarse no se sienta fuerte ni vital. Es un detalle que podría ser menor, pero que menoscaba su gesto de rechazo y su búsqueda de individualidad. Viendo su nuca recorrer estos lugares resulta imposible darse cuenta de la dramática orfandad que implica el distanciamiento de la tradición propia o sentir las verdaderas dimensiones de lo que está en juego.

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