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PEQUEÑAS MARAVILLAS

La exposición de Roberto Páramo en el MAM, una de las más importantes del año.

11 de diciembre de 1989

Seiscientos cuadros de pequeño formato conforman la exposición que exhibe actualmente el Museo de Arte Moderno de Bogotá con la obra "Paisaje, bodegón, ciudad" de Roberto Páramo.
Ampliamente visitada y minuciosamente recorrida, esta es la exposición más importante que ha realizado el MAM en lo que va corrido del año y en verdad que es una muestra que logra despertar un vivo interés en el público. Quizás esto se debe al hecho que se trata del redescubrimiento de un pintor que durante muchos años fue inexplicablemente olvidado. Y se trata, por lo tanto, de una revaloración artística. No es la de Roberto Páramo una obra variada, pero resulta claro cómo ante ella es imposible sustraerse al encanto que ejerce sobre la vivencia artística. Es ante todo una pintura nacida de la contemplación tranquila del paisaje o de los objetos modestos que pinta en sus bodegones sobre lo cual el pintor va a aplicar un sistema compositivo que escapa a las reglas del retratismo puro, el paisaje ingenuo o el simple naturalismo bobalicón. Hay que decirlo de una vez: la importancia de Roberto Páramo no reside en el posible hecho que se convierta en un revival de una época o una escuela, tampoco el interés que despierta está relacionado con la memoria, como una forma de recordarnos, a través de sus pequeñas composiciones, cómo era este o aquel lugar cuando corrían los primeros años del siglo. Su importancia, su posible trascendencia depende esencialmente de la manera como pintó: de los conceptos plásticos y geométricos que utilizó para sus composiciones, de la gama de sus colores y, por supuesto, del sentimiento que lo llevaba a elegir este o aquel objeto como motivo para su pintura.
Roberto Páramo nació en Medellín en 1863. Ingresó a la Escuela Nacional de Bellas Artes en 1886 y ya en adelante su vida se convierte en la perenne vocación artística que lo acompañará hasta el fin de sus días. Profesor de dibujo y de diseño, miembro del consejo directivo, director del museo y bibliotecario, Páramo hizo de la Escuela Nacional su segundo hogar. Allí resonarían sus éxitos obtenidos en las diversas exposiciones nacionales e internacionales. La exposición Nacional de 1906, la del Centenario en 1910, la de la Escuela de Bellas Artes y la de la Sala Leonardo Da Vinci en Milán en 1918. La vida del artista, que se prolonga en permanente actividad hasta 1936, es sencilla, austera, tranquila, enamorada de la naturaleza frugal y apacible.
El hecho que realizara sus cuadros invariablemente en pequeño formato le valió la incomprensión de un sector de sus contemporáneos, pues no acertaban a ver en ellos el logro alcanzado, sino apenas un boceto, unos apuntes para futuras obras en grandes lienzos.
Muy pronto Roberto Páramo había descubierto el terreno en donde era maestro y entonces se mantuvo fiel frente a sus propias características pictóricas, firme en el cultivo de ese paisaje preciosista,de finas pinceladas, de absoluto control colorístico, desoyendo sensatamente las provocaciones de las voces que lo instaban a las grandes dimensiones, en donde seguramente extraviaría su técnica, ya depurada,y confundiría sus conceptos, largamente establecidos.
La actual exposición del Museo de Arte Moderno puede tomarse como un homenaje a un artista sincero y auténtico que abandonó el ruidoso ajetreo del éxito superficial para concentrar sus fuerzas y posibilidades en realizar su obra de acuerdo con los dictados propios de sus capacidades.
El resultado de esas largas jornadas es el viaje que el espectador puede realizar a lo largo de los seiscientos cuadros en donde la narración pictórica está estructurada en función de un inequívoco saber iconográfico.
Las cualidades de sus paisajes han sido referidas por Eduardo Serrano con toda pertineneia. Serrano escribe:"La naturaleza en la obra de Páramo no acusa el caos que se le ha atribuido desde siempre. Por el contrario, las lejanas montañas enmarcan con ondulante resolución sus límites; los cultivos y caminos orientan lógicamente sus perspectivas; las rocas y colinas dan un justo balance a sus composiciones; los árboles proveen las verticales necesarias para contrarrestar el horizonte; y cuando el paisaje por sí solo no ofrece el equilibrio requerido, el artista busca armonía entre el hombre y la naturaleza, contrapesando su representación mediante la inclusión de construcciones".
Páramo no creó una escuela, ni dejó alumnos, ni seguidores y, aun más muy pronto fue olvidado;cincuenta años después de su muerte, surge milagrosamente del pasado. Como un Lázaro resucitado, ha escandalizado a unos cuantos. ¿Es legítimo su regreso?, se preguntan. O ¿son válidos los argumentos para justificarlo? Son cosas que se discuten en los medios de arte. Lo más probable es que no sea necesaria la presentación de las razones para justificar su renovada presencia en el ámbito del arte colombiano. Su obra hoy aparece con una consistencia y un vigor tales que, como desarrollando una idea moderna, fue esta llevada de su madurez a su plenitud. Pues con Páramo sucede lo que ha acontecido con muchos de los maestros modernos: desarrollan una idea única a lo largo de su trayectoria artística, con tal fuerza que el resultado ha llegado a ser sorprendente y categórico. Y como lo que realmente cuenta es el resultado y no las denominaciones, ni las etiquetas que se les superpongan, la polémica resulta melancólica e inútil.