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Rita Fernández Padilla: La eterna juglaresa

En un medio excluyente para las mujeres, sepa cómo, gracias a la calidad de sus versos y el empeño inconmensurable, esta cantautora se convirtió en referente de una generación y parte importante de la historia vallenata.

20 de mayo de 2017

Por: Manolo Villota Benítez

"¿Otra vez escuchando eso, niña? Cómo es posible que te guste algo tan feo, estás deformando tus estudios musicales", le decía su padre con su voz sonora y firme. Por muchos sermones que recibiera, era habitual verla cada tarde luego del colegio, con la oreja pegada al radio oyendo vallenato; una afición que luego se volvería en un modo de vida.

Hoy, sentada en la sala de su casa en Valledupar, Rita Fernández Padilla, recuerda con simpatía este episodio. Considerada pionera entre las mujeres y una cantautora histórica de la región Caribe. Su nombre es sinónimo de estética y sensibilidad. 

La música fue una herencia de familia. Tíos y primos siempre estuvieron relacionados con el arte. En casa, sus padres y sus hermanos armaban incontables veladas en las que entonaban canciones y tarareaban valses que ellos mismos interpretaban en la guitarra o el piano, este último lo aprendió a tocar desde los cuatro años. Fue su mamá quien diariamente y con paciencia le enseñó las bases del instrumento. Luego seguiría mejorando con distintos profesores de su ciudad; durante esta etapa siempre estuvo encarrilada en la música clásica.

No obstante, fue en Valledupar, durante unas vacaciones del bachillerato, que encontraría la parranda vallenata y el trabajo de compositores como Gustavo Gutiérrez. La autenticidad y la humildad mezcladas con el sentimiento que emanaban de este género la maravillaron. Desde entonces algo en ella cambió, "me fascinó cómo las melodías se amarraban al labrado de la tierra, a las cosechas, a los cerros, a los ríos", dice entusiasmada.

Aunque tiempo después quiso continuar estudios en la Academia de Bellas Artes de su ciudad, aspectos como el método y el enfoque que esta tenía no compaginaron con su proyecto creativo. Rita quería libertad y solo la encontraba en el vallenato. Pasados algunos meses renunció a la formalidad del instituto. "Jamás me arrepentí de eso ni de seguir lo que quise y heme aquí", cuenta.

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El debut

Ser mujer y querer dedicarse al vallenato era algo inimaginable en aquellos años, casi una ficción. Esto debido a la sociedad Caribe de la época, que solo reconocía a un tipo de figura representativa dentro de este género: el juglar. Aquel virtuoso que no solo tocaba el acordeón, sino también componía y cantaba en las parrandas, espacios en los que no era bien visto que la mujer hiciera presencia.

Esos muros fueron los más altos que Rita debió escalar, como cuenta el investigador musical Rafael Oñate "parte de su éxito está en la perseverancia en una época compleja para la mujer". Los reproches comenzaron incluso desde el hogar. Su padre, un industrial del jabón, no veía con buenos ojos el apego de su hija adolescente por el género. "Le parecía una música maja, sin complejidad alguna", recuerda.

Si bien se sobrepuso a los prejuicios de su tiempo, siempre reflexionó sobre los rezagos de una cultura machista en un país como Colombia. En particular recuerda una ocasión acaecida años después, cuando ya era reconocida en el medio.

Junto a Rafael Escalona visitaron a Guillermo Cano, director de El Espectador, en el edificio del periódico. "Te presento a Rita Fernández, la única mujer que hemos admitido en el vallenato", dijo Escalona. "Cosas como esas siempre me dejaban pensando", dice.

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A pesar de todo sus inicios fueron contundentes. En 1968 dio el primer gran paso de su carrera. Ese año en Valledupar, Consuelo Araújo Noguera junto a Rafael Escalona y Alfonso López Michelsen, emprendieron un proyecto que con los años se convertiría en el evento musical con más prestigio y tradición del país: El Festival de la Leyenda Vallenata.

Enterada de lo que venía y sin pensarlo dos veces, Rita convenció a unas amigas para formar una agrupación. La intención no era concursar sino subirse a la tarima. Así nacieron ‘Las Universitarias‘ el primer conjunto vallenato femenino en Colombia. Para entonces ninguna lo sabía, pero estaban haciendo historia.

De este modo, durante seis meses, tres veces por semana, aquel grupo de chicas no mayores de 20 años ensayaba sin descanso su repertorio. Muchas de las canciones eran obra de Rita. La iniciativa gozó de aceptación en el festival donde de inmediato fueron admitidas. Igualmente, la Gobernación del Magdalena las impulsó enviándolas como representantes del departamento.

Este hecho cambió para bien la perspectiva de sus padres. "Empezaron a aceptar el vallenato", comenta. El día del festival fueron la sensación. La gente las acogió con entusiasmo. "El público estaba tan contento que nos pedían autógrafos, firmamos hasta en la corteza de los árboles", cuenta.

Ahí conocieron a Santander Díaz un productor que fue fundamental en la carrera de Claudia de Colombia y de ese encuentro luego resultó un álbum con 12 canciones grabadas en Bogotá y una gira que las llevó por más de 20 destinos nacionales y algunos internacionales como Panamá, México o Venezuela.

Pese al arduo trabajo, la agrupación apenas duró un año. "Se acabó lentamente por las presiones de familiares y novios que no les gustaba que viajáramos", dice Rita. Pero ella estába segura de lo que quería en la vida y por eso siguió. Lo que hicieron ‘Las Universitarias‘  resonó en la escena y le abrió puertas que años después la terminaron consagrando.

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Maestra vallenata

Con el pasar de los años el trabajo de Rita fue conocido entre intérpretes, primero de la región y luego del país, quienes solicitaron sus canciones. Esa es la razón por la que hoy sus letras y melodías son famosas, debido a cantantes y agrupaciones como Rafael Orozco, Alfredo Gutiérrez, Billos Caracas o Fruko y sus Tesos.

Junto con el aumento del trabajo vino su traslado definitivo a Valledupar donde ejerció como directora de música de la Casa de la Cultura. Ahí empezaría a componer una letra para homenajear la ciudad y que tiempo después sería escogida como el himno oficial del municipio.

"En 1995 la Cámara de Comercio abrió el concurso pero yo desde antes venía escribiendo algo solemne. No concebía cómo la canción ‘Amor amor‘ la tomaban como himno", comenta. Fue Consuelo Araújo quien le dio la noticia. El teléfono sonó a mitad de la noche mientras dormía, del otro lado la voz de la Cacica sonó contundente:  "Ya cerramos la votación, te lo ganaste", cuenta.

Daniel Samper Pizano, quien es un estudioso del género, cree que el aporte de Rita Fernández es sobre todo sociológico, aunque, según él, una mujer como Consuelo Araújo es fundamental desde la gestión cultural, Rita "fue la primera irrupción seria de una mujer en la parte creativa de un mundo machista como el del vallenato. Abrió camino a otras que poco a poco han podido colarse en una casa varonil y hermética", dice.

En noviembre de 2016 se celebró el Encuentro de Vallenato Femenino donde ella la homenajeada de la primera edición. Esa noche en medio de los vítores de un público fervoroso, Rita no pudo contener la emoción. "No pude evitar pensar en el paso del tiempo", afirma con dulzura. Sintió una vez más, que todo valió la pena.

Hoy los días de Rita transcurren entre la cotidianidad, la composición y proyectos que quiere desarrollar. Camina mucho buscando su amada naturaleza, que siempre ha sido  fuente de inspiración, "el río, la luna, los días nublados y la lluvia", dice sonriente.  Aunque es una persona de buen dormir, suele estar atenta al llamado de las ideas por lo que no es raro que salte de la cama a medianoche para escribir algunos versos en su libreta personal.

La música nunca paró y aún tiene canciones inéditas que espera puedan salir a la luz. Esa es Rita Fernández, la primera juglaresa de Valledupar, el ejemplo de las nuevas intérpretes, la que jamás renunció. Cuando se le pregunta cómo ve su futuro, suelta una sonora carcajada: "Yo ya viví mi futuro, de hecho lo sigo viviendo. El futuro es ahora".