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| Foto: A.P.

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Lágrimas púrpura: la despedida de Prince

El artista fue un revolucionario que cambió la historia de la música contemporánea y creó un estilo único que otros artistas difícilmente alcanzarán.

23 de abril de 2016

Genialidad es la palabra indicada para describir a Prince Roger Nelson. Vivir 57 años fue poco para el músico que, en casi cuatro décadas de trayectoria, realizó 38 álbumes, fusionó a los ritmos afro con el rock, construyó una puesta en escena teatral para la música, caracterizada por los movimientos, el erotismo, los gestos y hasta la interpretación de personajes. Sentó pautas para la moda de los ochenta y los noventa y se rehusó a seguir las reglas de la industria de la música, hasta el último de sus días, el pasado 21 de abril.

Hijo de músicos y polifacético intérprete de varios instrumentos, comenzó su carrera a los 19 años con un talento tan evidente que, a su temprana edad, firmó contratos que le daban libertades creativas que casi ningún artista famoso, ni siquiera Michael Jackson, el rey del pop, podría alcanzar. Prince –a diferencia de su contemporáneo, que contó con sus padres y sus hermanos (Los Jackson Five)– hizo su propio camino, el cual lo consagró como uno de los más grandes revolucionarios de la música.

En 37 años de carrera, sus producciones cambiaron de ritmo, de letra, de intereses e, incluso, de mensajes, pero siempre conservaron un elemento común: una conducta transgresora y revolucionaria.

En la década de los ochenta, en pleno boom de su carrera musical, se mostraba como el artista atrevido. Su posición, en contra de las imposiciones morales y de las instituciones, generó fuertes movimientos conservadores que lo censuraron. En 1980, Prince editó Dirty Mind, un manifiesto de 30 minutos a favor de la liberación sexual y la ruptura de los tabúes. En su video de la canción Head aparece eyaculando en el vestido de una novia que se dirige a su boda. Toda esa explosión del erotismo, que mantuvo siempre en su obra, impulsó la creación de instituciones como Parents Music Resource Center –conformada en 1985 por esposas de diputados estadounidenses que censuraron la música con contenido obsceno para los jóvenes–, y publicaron una lista de “15 asquerosas canciones”, de las cuales Darling Nikki, de Prince, ocupaba el primer lugar.

Este artista genera opiniones diversas. Para el melómano y periodista Eduardo Arias, Prince fue un músico muy ecléctico que se comportó como un roquero. No duda en afirmar que “su propuesta siempre fue la de un artista, acompañado por una banda de soporte muy fuerte, elegida selectivamente, y respaldado por sus grandes habilidades como guitarrista y tecladista. Pero su esencia era la de un artista del ‘rock’”.

Su principal aporte a la música fue la fusión de los ritmos afro. Mezcló blues, góspel, soul y funk con rock, lo que lo hizo único entre el público. Tal vez, esa gran credibilidad que tenía en su música y en su estilo lo respaldaron para oponerse a los contratos de las disqueras y, años después, a que su música estuviera en internet.

“El principal aporte de Prince –asegura el antropólogo Ángel Perea– fue que dignificó a los artistas, pues luchó contra las imponentes y estrictas cláusulas disqueras”. En 1993 y hasta 2000, el intérprete de canciones como Purple Rain, Kiss o Lets’Go Crazy cambió su nombre artístico, luego de casar una pelea con Warner Brothers, por mucho tiempo su productora, porque consideraba que sus derechos y lo que le correspondía en regalías no era suficiente. Años después hizo lo que ningún otro artista: se opuso a que su música estuviera en YouTube y en Spotify.

En una entrevista a El País de España, Prince cuestionaba el éxito de las nuevas plataformas para adquirir música: “Dime un músico que se haya hecho rico con las ventas digitales”. Fiel a su rebeldía lanzó su último álbum en la plataforma Tidal, creada por el rapero Jay Z, para hacer la competencia a Spotify y Apple Music.

Durante sus 37 años de carrera ganó varios premios. Un Grammy por su álbum Purple Rain en 1984, y, ese mismo año, otro como autor de la canción I Feel for You, interpretada por Chaka Khan. En 1985 ganó un Óscar por Purple Rain; en 1986 ganó otro Grammy por Kiss, y ganó dos más, en 2004, por las canciones Musicology y Call my Name. En 2007 alzó otro Grammy por Future Baby Mama, ganó varios MTV Music Video Awards a mediados de la década de los ochenta y un Globo de Oro por The song of the Heart, que apareció en la película Happy Feet.

Prince fue, sin duda, el gran hito de la revolución musical de los ochenta, pero su amplia carrera también lo consagró como un ícono de la moda. Sus suéteres, maquillaje y pantalones marcaron tendencias entre los ‘fashionistas’ de la época: algunos dicen que él “vistió la música”. Prince era camaleónico, un artista que, según el crítico musical Juan Carlos Garay, se reinventaba, “por ejemplo cuando peleó con Warner y reemplazó su nombre por un símbolo impronunciable: esa fue la conducta más anticomercial que ha existido en la música”.

Prince, además de impulsar y producir carreras, como la de Morris Day, Sheila E o Vanity, le dio un nuevo aire a ritmos como el hip hop o el pop electrónico.

Además, contó con la fortuna de que todos sus experimentos resultaron exitosos. Por ello, resulta casi inevitable compararlo con David Bowie, no solo porque fallecieron este año, sino porque ambos comparten ese gusto de experimentar en todos los géneros. Si bien provienen de culturas diferentes, el primero inglés y el segundo norteamericano, su carácter revolucionario y discurso transgresor los convierte en los artistas más destacados de los setenta (Bowie) y de los ochenta (Prince).

Ambos supieron reinven-tarse con los cambios de décadas. Según el experto de música Andrés Durán se parecían, además, en sus atuendos y looks, vestuarios estrambóticos y coloridos, como creadores de un performance irreverente y elaborado. En pocas palabras, “estos artistas son los grandes experimentadores del ‘rock’”, asegura Manuel Carreño, locutor de radio y profesor.

Sin embargo, los cambios de Prince son distintos a los de Bowie porque el primero era menos dramatúrgico y más natural. Pero de una u otra forma, esos músicos hicieron lo que pocos han podido: ser a lo largo de sus vidas auténticos y fieles a sí mismos.