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PERIODISMO UNDERGROUND

Con minimos recursos y mucha audacia se edita "Chapinero", una revista subterránea

21 de noviembre de 1983

La sorpresa que recorre al lector, que conoce por primera vez la revista más subterránea de Bogotá, termina por tornarse feroz y lúcida. Chapinero es el nombre de la publicación que hace un par de años circula en algunos sectores capitalinos. Las entregas impecablemente impresas sobre papel periódico satinado y en offset, revelan a primera vista calidad de material gráfico y literario muy poco usual en nuestro mohoso medio cultural. Una revista que en todos sus artículos descodifica esa enmarañada gama de costumbres e instituciones locales, completamente ajenas a nuestra realidad (como las tinas finlandesas o el herpes gringo) o apergamasadas indefectiblemente a nuestras ciudades, como los ásperos interrogatorios de comisaría, los travestis o el microfútbol y el rock. A partir de hábiles recursos gráficos, como el uso de historietas, fotonovelas o la simple ilustración y la letra manuscrita, Chapinero disecciona sin turbación mensajes publicitarios y campañas melosas o hábitos de consumo. Implacable, la cacareada propaganda televisiva de aprender inglés es acometida con fotografías al estilo de las fotonovelas populares, donde todas las clases sociales representan el verbo comer en la conjugación inglesa: desde el ciudadano arribista o arribado que come hamburguesas o el obrero del portacomidas de harinas hasta el mendigo de los sobrados.
Cualesquiera que fuesen las conclusiones del lector, humor y realidad se trenzan en una feroz parodia y radiografía. Otras veces, inintencionadas fotografías, como aquellas de nuestros motos y motas, en diversas poses y momentos, con sus chaquetas de cuero, botas y gafas negras, hacen respirar un aire grotesco y extranjerizante.
La "Guía de residencias" en el suplemento sexual Dicho & Lecho es otro ejemplo impecable de cómo pululan y existen esos odorizados recintos, con publicidad callejera de tarjetas en inglés y leyendas seudoeróticas.
Con la inclusión de algunos dibujos mordaces (Impulse, Predictor, Rama, Mercedes Sosa) se empieza a sentir ese prefabricado ambiente donde el colombiano promedio debe compartir su vida sexual, rodeado por paredes de cartón y contertulios de amenazante inquilinato. Otra sección para destacar es aquella que a través de los dibujos animados presagia situaciones "Cuando Bogotá tenía metro" es una corrosiva pero irrebatible intuición de cómo serán las estaciones del subterráneo criolio. Desde el infalible raponazo hasta el graffitti certero, todas las consecuencias de dicho transporte aparecen graficadas con intuición y verguenza. Otra, referente a los clérigos de Chapinero, los propios patronos de la publicación, que llegan a utilizar las maquinitas electrónicas de marcianitos para atraer fieles, no deja de recordar la amarga soledad de dicho templo resignado a su suerte pía. El recurso de transformar la publicidad (Surgir, Teletón, Mustang) más allá del aparente humor, logra develar los mecanismos emotivos y vanos con los cuales los patrocinadores abordan sus mensajes. Chapinero logra así su cometido con el mínimo de recursos y el máximo de imaginación. La clave de su trabajo es el compromiso con un oficio, y tal vez el amor por esta tierra.
Camilo Umaña Caro