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POCO RUIDO Y MENOS NUECES

Los problemas de política cultural, económicos y administrativos de Colcultura se traducen actualmente en un balance negativo de realizaciones

19 de septiembre de 1983

La crisis ministerial de las últimas semanas distrajo a la opinión ública de un tema que, con seriedad, plantearon algunos de los más importantes periodistas del país.
Daniel Samper Pizano y María Mercedes Carranza, en El Tiempo; Ana María Cano, en El Mundo de Medellín; la revista Cromos; María Isabel Rueda en SEMANA; e inclusive un Editorial de El Espectador, escrito al parecer por Fabio Lozano Simonelli, se ocuparon con argumentos en contra y comentarios a favor de las actividades del Instituto Colombiano de Cultura, casi exactamente un año después de que Aura Lucía Mera se hiciera, cargo de la entidad. La tormenta fue corta pero intensa, y en ella se enunciaron críticas, profundas y bien documentadas, que cobran objetividad al juzgar el desempeño del Instituto durante todo un año, cuando ya es tiempo de que la "nueva" administración haya producido hechos mesurables. Paradójicamente, según la mayoría de los informes de prensa, y sorprendentemente, según la defensa escrita por la propia directora del Instituto, los hechos parecen limitarse a una conjugación de los verbos proyectar, aspirar y planear, en tiempo futuro. Resulta inexplicable que sea precisamente la administración del Presidente Betancur la que presenta un bálance tan negativo en el Instituto de Cultura, cuando, durante su campaña y durante toda su vida, el propio Belisario ha demostrado un interés honesto -y un conocimiento profundo- hacia las manifestaciones culturales, las cuales no ha dudado en llevar al propio palacio de los presidentes. Pero, evidentemente, esto no basta. Colcultura, que en la administración Zea parecía, a pesar de los problemas y de los presupuestos estrangulados, brillar con luz propia, se percibe hoy como una bujía en vías de extinción o como un gigantesco paquidermo parcialmente paralizado.
Uno de los puntos esgrimidos en defensa del pobre desempeño de la institución es el de los presupuestos, ciertamente insuficientes para sufragar los altísimos costos de los diferentes campos en los cuales trabaja. Pero al respecto hay que afirmar que el caballito de batalla de los presupuestos empieza a convertirse en un lugar común, ya que, si bien es cierto que son escasos, también es cierto que ha faltado en los últimos tiempos imaginación y creatividad en la búsqueda de recursos diferentes de los del atado fiscal. Resulta contradictorio que por un lado se agite como defensa los menudos ingresos y que por otro se desarmen dos fundaciones sin ánimo de lucro, cuyo objetivo era canalizar aportes importantes de capital privado hacia la cultura, aligerando así las fuertes cargas del Estado o haciendo posibles proyectos que no se hubiesen podido realizar de otra forma.
Ideológicamente, es al Estado al único que corresponde la financiación de la cultura; pero ello, en las democracias del Tercer Mundo no deja de ser una utopía.
Es difícil de comprender por qué la Fundación Cultural Tayrona y Asartes desaparecieron del panorama cultural. Se dirá que sus objetivos se habían apartado de Colcultura, y quizás que eran repúblicas independientes, pero estas razones son débiles ya que, sin haber tenido que llegar a la odiosa defenestración de unas herramientas necesarias, se hubiera podido estudiar una reestructuración de las mismas y meterlas en cintura, si es que había necesidad de hacerlo.
Más grave que el problema presupuestal es el de las políticas culturales, que desde ningún punto de vista parecen coherentes. Mientras el Presidente afirma una cosa, el Instituto de Cultura parece pensar otra. A una plataforma cultural ambiciosa en términos de identidad, la institución regidora de la cultura responde con indiferencia. Las políticas se reducen entonces a unas frases más o menos bonitas, pero por lo visto teóricas.
Afirma doña Aura Lucía Mera en la carta publicada a propósito del articulo de Daniel Samper Pizano: "Como es conocido de todos, tuve la fortuna de recibir un instituto ágil y dinámico que venía cumpliendo una fecunda labor en pro de la cultura y la fortuna también de contar ahora con un equipo de trabajo unido, que no solamente continúa con esa labor sino que la amplía y la acrecienta siguiendo las políticas culturales del actual gobierno como son: actualizar las normas vigentes de regulación del patrimonio cultural, el estímulo a las fuentes de financiamiento, la producción de bienes culturales y la protección y reconocimiento social de los trabajadores de la cultura. Diseñar los estimulos a múltiples proyectos, experiencias piloto, campañas orientadas a la recuperación, revitalización y puesta en valor de las expresiones tradicionales de la cultura popular ".
Sin embargo, las intenciones parecen quedarse en simples palabras que, a la hora de la verdad, no se cristalizan en hechos concretos ni en estrategias encaminadas a cumplir unos objetivos ambiciosos. Y respecto de las políticas culturales, una de las acusaciones tradicionales que recae sobre el manejo de la cultura es la personalización de esas políticas. Al respecto, el decreto 3154 de 1968, por el cual se crea Colcultura, prevé la creación de un Consejo Nacional de Cultura al más alto nivel, cuya primera función es precisamente asesorar al Ministerio de Educación, entidad rectora de Colcultura, en "la formulación de la política tendiente a la protección, enriquecimiento y adecuada difusión del patrimonio cultural del país". En el curso de una larguísima, inconducente y tediosa rueda de prensa que se llevó a cabo en Colcultura hace algún tiempo, a una pregunta formulada por quien esto escribe sobre por qué no se reunía el Consejo Nacional de Cultura, la Directora del Instituto respondió: "Me parece una magnífica idea"... Es decir, después de casi 15 años de existir el Consejo Nacionalde Cultura (que se haya reunido o no es otro asunto), doña Aura Lucía Mera considera que reunirlo es apenas una magnífica idea... La respuesta se califica por si sola.
A los evidentes problemas de políticas, de presupuestos y de realizaciones por los que atraviesa Colcultura, se agrega otro también grave: la información. Curiosamente el Instituto dejó de ser noticia, por lo menos en lo que a realizaciones se refiere. Seguramente se dirá que la dirección de la señora Gloria Zea, fue un constante "show" de prensa, pero resulta difícil de creer que de golpe y porrazo toda la prensa nacional, siempre a caza de la "chiva", se haya misteriosamente conjurado para cerrarle las puertas de la comunicación a un instituto que produce noticias. Tal vez lo que ocurre es que las numerosas gacetillas e informaciones que salen de Colcultura no tienen la suficiente luz propia para llegar hasta las salas de redacción, o que cualitativa y cuantitativamente, las actividades del Instituto Colombiano de Cultura son muchísimo más débiles que las realizadas en el último año de la administración anterior.
De nuevo y para finalizar, cabe preguntarse: ¿Qué extraño fenómeno está ocurriendo con la cultura en el gobierno de un Presidente que ha dedicado su vida paradójicamente a defenderla, y que merece como nadie el título de hombre culto? Este es un galimatías incomprensible.