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Judt, experto en historia de Europa y teoría política,fue sobre todo un pedagogo con una notable capacidad para comunicar de forma clara y amena sus ideas.

LIBROS

¿Por qué todo el mundo está hablando de este libro?

En una sociedad en la que hacer dinero parece ser lo único que importa, la voz del historiador Tony Judt se pregunta qué fue lo que salió mal.

9 de abril de 2011

En la prensa colombiana no es frecuente que los columnistas se refieran a libros. La pasión por el comentario político deja poco lugar a la reflexión sosegada que exige la lectura de un buen libro. Con la notable excepción del furor que causaron los testimonios escritos por los secuestrados, el clima es poco favorable.

Por eso causa asombro que Algo va mal, del historiador Tony Judt, haya acaparado en simultánea la atención de varios columnistas e intelectuales, al poco tiempo de haber llegado a las librerías.

En sus columnas del El Tiempo y El Espectador, Eduardo Posada Carbó y Juan Gabriel Vásquez fueron los primeros en aludir a la obra. Vásquez contó cómo Judt escribió el libro bajo los dolorosos efectos de una dura enfermedad -esclerosis lateral amitriófica- que le paralizó progresivamente el cuerpo hasta su muerte, en agosto del año pasado, e hizo un llamado en su columna para que el libro fuera de lectura obligatoria en todas las universidades colombianas. A su vez, Posada Carbó lo llama "lúcido y polémico".

Ambos columnistas, que viven fuera de Colombia, saben bien que el de Judt fue escogido como uno de los libros del año por los más prestigiosos diarios como The Guardian y El País.

¿Quién lo escribe?

Judt fue uno de esos historiadores que han asumido, sin sonrojarse, el reto de ser puente entre el saber especializado de la academia y el gran público. Tampoco tuvo problema en tomar partido, siempre a favor de la socialdemocracia. Se especializó en historia europea y, fiel a su vocación de divulgador, publicó libros con gran acogida sobre la historia de Europa desde 1945 y los desafíos de la Unión Europea. Algo va mal es al mismo tiempo un testamento intelectual y un clamor para construir una alternativa más allá de derechas e izquierdas, del imperio del individualismo que tiene al mundo al borde de lo que él describe como "una catástrofe inminente".

El libro se concentra en el momento en que se evaporó el consenso, logrado después de la Segunda Guerra, que permitía que la gente pagara impuestos porque sabía que así garantizaba un mínimo bienes-tar para todos los miembros de la sociedad. A la preocupación por el bien común la desplazó el afán desmedido por hacer dinero, lo que dio pie a un acelerado aumento de la desigualdad y una disminución en la movilidad social.

Sin sentido de lo colectivo, sin nada que una a los ciudadanos -ni siquiera el color de los taxis y buses o el uniforme de los colegios, dos ejemplos a los que recurre Judt-, la sociedad se debilita y se produce una "demovilización política": una apatía causada por la sensación de que ya todo ha sido decidido por unos pocos especialistas que toman decisiones cruciales que afectan la vida de millones. Con la gente preocupada solo por su éxito individual se renuncia a la política, y se crea un "círculo de conformidad" en cuyo centro crece un rechazo al disenso. Es más cómodo estar de acuerdo.

Como consecuencia de esto, dice Judt, el tejido social se rompe y la relación entre los ciudadanos y el gobierno pasa a estar determinada por la fuerza más que por la ley. Todo este giro tuvo lugar cuando un grupo de economistas -los Chicago Boys- decidió que un Estado grande era un obstáculo y una amenaza potencial para las libertades individuales. El autor pone en evidencia cómo todos -incluidos gobernantes como Margaret Thatcher y Ronald Reagan- se arropaban bajo las teorías de un grupo de economistas austríacos que aterrizó en la Universidad de Chicago en la primera mitad del siglo XX, que traía en su equipaje el trauma del fracaso del socialismo en su país, situación que abonó el terreno para la llegada del nazismo en 1938.

Todo esto no suena demasiado novedoso. Pero Judt, quien fue profesor toda su vida, tiene una extraordinaria capacidad para narrar y, gracias a un genuino espíritu pedagógico, su libro atrapa al lector de inmediato.

Los que lo han leído

Hugo Fazio, historiador y decano de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes, opina que el libro "tiene el mérito de recordarles a los jóvenes que en el pasado había cosas que funcionaban, entre ellas el estado de bienestar que se perdió. No dice que hay que volver a él, sino pensar en algo distinto a esto que estamos viviendo, que es caótico". Algo similar cree Yolanda Reyes, columnista y escritora, quien resalta la forma como Judt desnuda los mitos de la prosperidad económica y la libre empresa. Menciona también "su intento de dar palabra a un malestar incierto, en medio del 'confort' de este mundo orientado hacia la búsqueda del beneficio material como único proyecto colectivo". Armando Montenegro, exdirector de Planeación Nacional, tiene claro que no es la primera vez que se habla del fin del estado de bienestar, pero sostiene que a Judt lo distingue su elocuencia, así como la perspectiva histórica y filosófica desde donde habla. "Desde su lecho de muerte hace un angustioso llamado a la acción a las nuevas generaciones, con un discurso liberal, socialdemócrata, frente a un mundo que enfrenta crisis económicas, climáticas, ambientales y de seguridad".

Y es que la elocuencia, la distancia que toma del lenguaje académico, críptico muchas veces para el lector promedio, es una de las grandes virtudes de este libro. Daniel Samper Pizano resalta que es "una crítica que, además de sincera, es de las más accesibles de la poscrisis. Se han publicado muchos tratados en revistas especializadas, pero un libro de divulgación silvestre como este hay muy pocos". Bernardo Recamán, profesor y matemático, también subraya la claridad. "Esas mismas ideas en manos de un pensador francés necesitarían un comité para descifrarlas".

El gran acierto del libro, en opinión de Fazio, radica en que logra "redimensionar y entender el papel de la política y muestra cómo la historia da respuestas que el presente no brinda. También recuerda la importancia de la confianza: si el otro está bien, yo también; esa es la base del estado de bienestar". Para el economista Salomón Kalmanovitz, por su parte, es clave la forma como Judt "identifica los desvíos a que condujeron las políticas neoconservadoras en costo humano: desintegración social, altísimo desempleo y deterioro de la calidad de vida". Yolanda Reyes rescata la alternativa que el autor propone para transformar la compleja realidad que describe. Ella se refiere a la propuesta de "inventar una nueva narrativa: lo que él llama 'la urgencia de una vuelta a la conversación pública imbuida de ética', me parece un testamento inspirador para sus hijos y los nuestros, en un momento en el que ya nadie habla así".

También hay críticas. Fazio detecta una nostalgia por un pasado occidental glorioso que surge como reacción ante "el empuje que tienen otros países que, como China e India, van a generar una nueva forma de organización del mundo". Daniel Samper sugiere mirar con cuidado la forma como describe al marxismo. "Dice que es puramente economicista y la compara con la de los neoliberales, y eso no se puede. Hay un error, el marxismo va mucho más allá. Es un enfoque económico, pero no es solo eso". Kalmanovitz, a su vez, señala que "a veces es más visceral que analítico, pero eso le agrega profundidad y ritmo a su escritura". Y Posada Carbó dice que exagera el diagnóstico y cae en un fatalismo que le impide ver éxitos como los de Brasil, Chile y China. En cualquier caso, si algo deja claro el libro es que es necesario romper el cerco que impide a los académicos hablarle al hombre común. Cuando una voz lo logra, como la de Judt, conmueve a multitudes.