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Postales de la costa olvidada

El grupo Ancestros propone un currulao progresivo, en tanto que Bahía plantea un viaje refrescante a la raíz. Dos miradas complementarias al folclor del Pacífico.

Juan Carlos Garay
15 de octubre de 2011

Es posible que, cuando estemos haciendo balances decembrinos, mencionemos este como un año especialmente grato para las músicas de nuestra costa pacífica. En primer lugar, el triunfo del grupo La Revuelta en el pasado Festival Petronio Álvarez fue el premio a una trayectoria de años buscando inyectarle al currulao un sabor urbano, recalcitrante. Pero hay además un par de grabaciones magníficas, algo más cercanas al océano y a la raíz, que aparecieron para enriquecer el panorama de una música cada vez menos escondida.

El grupo Ancestros, dirigido por Esteban Copete, debuta con un disco llamado Matices. Llama la atención la habilidad que tienen estos jóvenes para ejecutar un sinfín de ritmos (aquí hay aguabajo, bunde, patacoré y el infaltable currulao), a veces con cambios dentro de una misma pieza, al parecer influidos momentáneamente por las estructuras del jazz. La carátula nos brinda una pista contundente sobre el sonido que nos va a
atropellar: abajo aparece la típica marimba de chonta y arriba, un sintetizador.

Este instrumento electrónico termina ganándose el protagonismo en el sonido de Ancestros. Viene a la memoria lo que hacía en Cuba un grupo llamado Síntesis, que tomaba cantos de santería y luego los pasaba por el sintetizador para crear, no ya una adaptación, sino un mundo sonoro propio. Con todo y lo triunfante que resultó el experimento, Esteban Copete explica que nunca hubo intención de copiar el modelo cubano: “Estábamos buscando un nuevo color para alimentar la música del Pacífico, y la gente me dijo que eso se parecía a Síntesis. Claro está que nuestro teclista escucha jazz, pero lo demás fue coincidencia. Vos creés que algo es novedoso y después escuchás una similitud”.

¿Será que la evolución natural del currulao va por el lado de la electrónica? Es temprano para decirlo, pero en la intuición de Esteban se puede confiar: es el nieto de Petronio Álvarez, el autor de Mi Buenaventura. Y la versión que hace en este disco del tema de su abuelo lleva a pensar en una continuidad más que en un rompimiento.

Para oídos menos aventureros, acaba de aparecer un disco del grupo Bahía que bien puede definir lo que es la delicadeza en el universo de la marimba. Su director, Hugo Candelario González, aprendió directamente de los maestros de Guapi a fabricar la marimba y a hacerla cantar. Pero además –y aquí viene su aporte a esta historia– diseñó un sistema de proporciones para las tablitas y los resonadores que le ha permitido un mayor dominio de los tonos. En un ámbito en que la armonía era, por así decirlo, una maraña hirviente, Hugo Candelario empezó hace años a labrar dentro de su obra un regalo para el currulao: la temperancia, el arte de la afinación.

Con su nuevo disco, Mulataje, el líder del grupo Bahía se consolida como un maestro de melodías. Las canciones surgen de la manera más sencilla, con unas pocas notas esparcidas que van juntando fuerzas, todo dentro de un orden orgánico, como cuando se pasa de la llovizna al aguacero.

Hace un par de años, González reflexionaba en una entrevista al diario El Espectador sobre su oficio: “Tocar marimba es como si mi cuerpo tomara agua por los oídos. Me parece que logra hidratar el espíritu”. Habría que agregar aquí que el efecto no es solo para el intérprete: si algo le dejan al oyente los discos de Bahía, y en especial este último, es esa sensación cristalina de la materia viva en estado puro.