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¿Prestigio o dinero?

A pocos días de la concesión del Nobel de Literatura, SEMANA pasa revista a la mecánica de los premios literarios en el mundo hispano. No todo es tan bonito como parece.

3 de octubre de 2009

Son pocos los lectores en el mundo hispano que podrían decir a ciencia cierta quién fue el último premio Cervantes, otorgado al conjunto de la obra de un escritor, que este año ganó el español Juan Marsé y que, se supone, es el principal premio a la calidad literaria de la lengua española. Este premio es considerado menor por el gran público que ha visto, desde hace unos años, cómo los premios importantes, los que venden libros y sirven para hacer marketing, son concedidos por casas editoriales.

En el mundo hispánico no parece extraño algo que hace tragar saliva de asombro a quienes trabajan en el mercado editorial de otros idiomas. Que después del Nobel (un millón de euros), el premio que más dinero da en el mundo sea el premio Planeta, que ofrece 601.000 euros por una novela, una cifra exorbitante, especialmente si se compara con los 10 euros que entrega el Goncourt, el premio literario más importante a la literatura en francés.

Pero la diferencia entre los premios institucionales y los de las editoriales es grande. Para comenzar, las editoriales premian novelas inéditas, es decir, manuscritos, y el dinero que conceden es lo que se llama "un anticipo sobre las ventas". Al escritor le corresponde más o menos el 10 por ciento del precio que el lector paga por un libro. Es decir, si Planeta España le da a un autor 600.000 euros de premio, eso quiere decir que tiene que vender un mínimo de 300.000 libros (a un precio aproximado de 20 euros) para poder cubrir ese anticipo. La presión, por lo tanto, es brutal y obliga a premiar obras de baja calidad, fáciles de leer por un público que no es lector habitual porque el universo de los lectores más sofisticados es tan pequeño que no da. De hecho, como se ha demostrado en muchas encuestas, el premio Planeta es el único libro que leen al año muchos de los españoles. Los escritores sienten escalofríos cuando un nombre como el de Ángela Becerra gana el Planeta América Latina (una nueva versión con una bolsa de 200.000 dólares), pero la naturaleza del premio obliga a premiar obras sencillas.

Los premios más importantes de la lengua inglesa, el Pulitzer y el Man Booker Prize, al igual que el Strega, en Italia, o el Goethe, en Alemania, distinguen lo que su jurado considera la mejor novela publicada en su país durante el año por cualquier casa editorial. Estas instituciones suelen ser organizaciones sin ánimo de lucro. Se trata de un reconocimiento a la calidad literaria de una obra (o en el caso del Nobel, del conjunto de la obra de un autor). Y de paso, se reconoce también el esfuerzo del editor que arriesgó su dinero al publicar la obra. Y es precisamente por el prestigio de esos premios que las ventas suben de inmediato y que los números de las cuentas bancarias tanto del autor como del editor comienzan a cambiar de color.

Aunque en Inglaterra y Estados Unidos existen algunos premios de este tipo, hacer distinciones a manuscritos inéditos parece una extravagancia. "En el mundo anglosajón, los editores son quienes postulan los libros", le dijo a SEMANA Nancy Pearl, escritora, crítica y jurado de las obras de Ficción del Pulitzer en 2009. "Pero en el caso de

Pulitzer, un jurado compuesto por tres personas que vienen de diferentes áreas del mundo literario y del libro, y que en principio debería ser imparcial, es el que lee las obras. Que una compañía editorial premie un libro que no ha sido publicado se parece un poco como darle a su autor un enorme anticipo".

La sospecha

Para los periodistas y críticos el asunto parece muy claro: los premios editoriales son estrategias de mercado, lo cual es legítimo, pero no son termómetros para medir la calidad de las obras. "Los premios de las editoriales se han vuelto altamente sospechosos. Ya sabemos que son un sello que se le pone al libro poco antes de salir a librerías para atrapar lectores incautos", dice el crítico Luis Fernando Afanador. "Su impacto comercial evidente, pero su prestigio literario es menor.

¿Y qué dicen los escritores? En América Latina es casi imposible vivir de la literatura. Evelio Rosero, ganador del premio a Mejor Ficción Extranjera del periódico The Independent en el Reino Unido, dotado con 10.000 libras, dijo en una reciente entrevista con la revista Arcadia: "Los concursos han sido un medio necesario, sin que nunca en mi vida haya escrito una sola obra para participar en un concurso de literatura. Lo que sucede es que ningún editor en Colombia da un anticipo igual al de un premio".

A estas opiniones se suma la suspicacia sobre cómo se escogen los jurados. Según el escritor Carlos Castillo, jurado de varios premios nacionales,"se ha generalizado la idea de que los premios están asignados antes de convocarlos. Se juegan intereses de las editoriales que buscan premiar a autores que ya tienen nombre y que aseguran la venta".



La ironía

Por supuesto que todo escritor quiere que su obra sea reconocida. Pero hoy el furor de los premios parece más en boga que nunca. Atrás quedaron los días en que los grandes escritores se atrevían a rechazar un premio (como Sartre declinó el Nobel) o a burlarse de él. El genial escritor irlandés George Bernard Shaw, ganador del Nobel en 1925, decía que "podía perdonarle a Alfred Nobel haber inventado la dinamita, pero sólo un demonio en forma humana podía haber inventado el premio Nobel". Y añadía: "El dinero del premio Nobel es un salvavidas arrojado a un nadador que ya ha llegado seguro a la orilla".

Una de las reflexiones más hondas sobre el dinero del premio Nobel fue dicha por el científico húngaro Albert Szent-Gyorgy, quien ganó el Nobel de Medicina en 1938: "Cuando recibí el premio Nobel, la única suma grande de dinero que yo había visto en mi vida, tenía que hacer algo. La manera más fácil de deshacerme de esa papa caliente era invertirla, comprar acciones. Sabía que la Segunda Guerra Mundial estaba a punto de estallar y tenía miedo de que si invertía en acciones que subieran en caso de guerra, en el fondo yo desearía la guerra. Entonces le pedí a mi agente que comprara acciones que bajaran en caso de guerra. Lo hizo. Y así, perdí todo mi dinero y salvé mi alma".



El Nobel 2009

Esta semana se comienzan a conocer los nombres de los premiados por el Nobel. El de Medicina es el primero, el lunes 5 de octubre, pero los más esperados son los de Paz (el 9) y el de Literatura, cuya fecha, siguiendo la tradición, no se fija. Aun así, en general se entrega el segundo jueves del mes.

Las quinielas mezclan nombres nuevos y habituales. Ladbrookes, la famosa casa de apuestas británica, tiene al israelí Amos Oz encabezando las apuestas, seguido por la escritora feminista algeriana Assia Djebar. Otros nombres que suenan son el poeta sirio Adonis; los norteamericanos Philip Roth, Joyce Carol Oates y Cormac McCarthy (pero es pensar con el deseo, porque la Academia dio durísimas declaraciones el año pasado contra el parroquialismo de la literatura estadounidense); los italianos Antonio Tabucchi y Claudio Magris; el holandés Cees Nooteboom, y a los poetas Tranströmer, Ko Un y Zagajewski, que ni siquiera han sido traducidos al español. Entre los nombres que suenan en la lengua de Cervantes está Juan Goytisolo y los eternos candidatos latinoamericanos, Vargas Llosa y Fuentes. Pero a la Academia le gusta dar sorpresas. En el Nobel de Literatura no hay finalistas y sus discusiones quedan consignadas en documentos cerrados al público durante 50 años, el doble de los de la CIA. Es comprensible: un millón de euros sigue siendo una cifra respetable. n