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Un grupo de científicos viaja a otro planeta en busca del origen de la humanidad.

CINE

Prometeo

Esta película, que comparte el universo y los monstruos de 'Alien', es un ejercicio Nueva Era más confuso que terrorífico.

Manuel Kalmanovitz G.
23 de junio de 2012

Título original: Prometheus
Año de estreno: 2012
Dirección: Ridley Scott
Guion: Jon Spaihts y Damon Lindelof
Actores: Noomi Rapace, Michael Fassbender, Charlize Theron e Idris Elba.

No está claro qué relación tiene esta Prometeo con Alien. Obviamente, existen en el mismo universo donde se usan las horrorosas criaturas diseñadas por el suizo H.R. Geiger como armas biológicas, con sus varias líneas de dientes filudos, su sangre de ácido sulfúrico y sus distintas subespecies, todas claramente sexuales.

Pero el nombre del planeta es distinto al de la película original y parece suceder después, aunque es confuso, porque varios elementos luego aparecen en la otra.

El caso es que si uno llega a esta película teniendo Alien muy presente (y Alien es una de las películas de terror más efectivas que haya visto) es una decepción. Es muy cercana en algunos aspectos, pero con una diferencia fundamental: no hay nada de horror claustrofóbico. Nada.

Prometeo se va hacia lo lírico y paisajístico, y en ese sentido es un logro de la técnica cinematográfica, de los paisajes generados por computador, de la clase de imaginación visual desbordada que permite el cine del presente -aunque es ahí mismo donde se tropieza, como si al ponerle tanta atención a los escenarios tuviera que descuidar el elemento humano-.

Al igual que en la original, hay una nave que partió de la Tierra buscando algo, aunque en este caso no es rescatar a otra nave ni traer unos monstruos de vuelta a la Tierra, sino algo mucho más Nueva Era: encontrar el origen de los humanos (¿a qué hora le pasó esto a Ridley Scott? ¿Y a Terrence Malick? ¿Hay una religión secreta en Hollywood que el mundo desconoce?).

Después de abrir con un prólogo que se ve anonadante pero que nada tiene que ver con el resto, encontramos a una pareja de científicos en una cueva que miran boquiabiertos un mural. Después, esos mismos científicos están dormidos en una nave custodiada por David, un robot interpretado por Michael Fassbender. Resulta que han descubierto en varias culturas antiguas sin relación entre sí imágenes de gente apuntando a un grupo de estrellas.

"De ahí debemos venir", se dicen. Y una empresa decide invertir un billón de dólares para ir a ver qué. Ahora, ¿qué interés puede tener una corporación en este asunto? ¿Venderles gasesosas a estos antecesores? ¿Suscripciones a televisión por cable? No está claro.

La tripulación es un eco de la película original: hay una mujer fuerte, un robot humanoide con sentimientos ambivalentes hacia los humanos, un capitán afrodescendiente, varios técnicos agresivos y de apariencia excéntrica. Podría uno pensar que es el menú del que las criaturas seleccionarán los bocados más jugosos, pero estaría equivocado.

Al aterrizar encuentran una estructura vacía donde se puede respirar; en una bóveda hay una cabeza gigante y unas especies de jarrones. Pero la horrorizante cacería de los humanos nunca se da. El énfasis está puesto en el encuentro con esos protohumanos y no con las criaturas (aunque sí aparecen brevemente en su babosa gloria) y ese contacto está mediado por ideas demasiado grandes que el guión de Damon Lindelof (uno de los creadores de Lost) no alcanza a masticar.