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Homero Aguilar y Fernando Núñez, artistas frescos para que el público los juzgue en la Garcés Velasquez.

12 de marzo de 1990

Homero Aguilar es un integrante de esa "tribu" que Plinio Apuleyo describe en su libro "Nuestros pintores en París". Nació en Pasto y su vocación lo llevó a montar una escuela de pintura en Cali. Alguien le habló de París, la capital de los artistas, y vendió todo para perseguir el sueño dorado. Vinieron épocas de penuria, de dificultades, como ocurre con casi todos. Pero contó con la dosis de suerte necesaria para poder vivir de su trabajo, de su arte. Ahora, Aguilar expone en la Galería Garcés Velásquez, de Bogotá.
Para empezar, hay que decir que la obra de Aguilar impresiona. Para bien o para mal, no pasa desapercibida para ningún espectador. Al mirar sus lienzos es posible encontrar señales ya vistas, que ponen a funcionar la memoria. Hay un cierto sabor a algunos pasajes de Dalí, tal vez en la luz, en el color o en el brillo de los pisos. También en el juego con los planos.
Porque Homero Aguilar trata de abrir los espacios todo lo que le es posible. Por eso trabaja con planos que se cortan entre sí dentro del cuadro. Son amplias habitaciones con pisos brillantes y ajedrezados, llenos con la luz que entra por inmensos ventanales. En el fondo, el agua se mezcla con montañas y peñascos que recuerdan algunos momentos del surrealismo.
Ahí comienza el juego de Aguilar. Quiere mostrar todo aquello que no cabe en la tela. Para lograrlo, echa mano de espejos en los que se reflejan las paredes de atrás, los ventanales, que de otra manera sólo podrían ser imaginados por el espectador. Un espejo en el piso puede mostrar el techo alto y oculto de la habitación. Un plano en mitad del cuadro deja ver la otra parte del paisaje, esa que está en los entretelones de la obra, esa que sólo se deja ver por el reflejo.
En su obra reciente, Aguilar prácticamente no trabaja con la figura humana. El hombre no aparece explícitamente por ningún lado, con excepción de su cuadro "Explanada", donde un hombre y una mujer aparecen en dos planos diferentes, pero más como un pretexto para lograr una sensación de profundidad que por un interés decidido por trabajar en ellos.
Lo que le interesa al artista en esta etapa es trabajar con grandes ambientes, que dejan una sensación de soledad. Son habitaciones frías, a pesar de la cantidad de luz que las inundan, en las que la soledad es el común denominador.

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También en la Galería Garcés Velásquez, en la sala del tercer piso, se presenta una exposición de esculturas del joven artista colombiano Fernando Núñez. Se trata de trabajos en bronce, miniaturas en las que la soledad del hombre salta a la vista. Por lo general, las figuras de Nuñez están sentadas. Son hombres y mujeres desnudos, en los que los rasgos no están del todo definidos. Su fuerza expresiva radica en la posición del cuerpo, en una actitud que generalmente evoca a la tensión del hombre actual. La plasticidad de las figuras es la clave de este trabajo. A pesar estar en una posición de aparente descanso, los cuerpos están sometidos a fuertes contracciones. El dolor o la desesperanza los agobian. Es un trabajo interesante y Núñez acentúa el efecto de la soledad al colocar sus figuras sobre bases de mármol negro, en las que se ven más pequeñas de lo que realmente son.