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David Aaronovitch vino a Cartagena con motivo del Hay Festival.

HAY FESTIVAL

Puras maquinaciones

Internet ha hecho que la paranoia aumente en el mundo. Cada vez más, atentados, asesinatos y terremotos son atribuidos a oscuros complots. David Aaronovitch, autor de un libro sobre el tema, explica por qué.

29 de enero de 2011

Días después del terremoto de Haití, Hugo Chávez sorprendió al afirmar que había sido provocado por Estados Unidos con unas pruebas nucleares cerca a la isla. Teoría solo comparable con aquella que asegura que el cloro del agua de algunas ciudades norteamericanas ha sido alterado para permitir al gobierno el control mental de los ciudadanos. Una, en la voz de un jefe de Estado; la otra, transmitida a través de cadenas de correo. El caso es que ambas tienen sus adeptos.

Y no es algo nuevo. La costumbre de explicar hechos extraordinarios a través de acciones coordinadas de terceros muy poderosos -teorías conspirativas- es tan antigua como la especie humana. "Ya hace siglos se culpaba a las brujas por el fracaso de una cosecha", afirma el periodista inglés David Aaronovitch, quien duró seis años desmenuzando varias de las más populares teorías de este tipo que hoy circulan.

Pero así como algunas solo producen risa, hay otras más moderadas que han hecho carrera. Tres ejemplos: la que sostiene que el 11 de septiembre fue un montaje del gobierno Bush para justificar su incursión en Irak, la que plantea que a la princesa Diana la asesinaron los servicios secretos británicos al conocerse que esperaba un hijo de Dodi Al Fayed y la que insiste en que el hombre no llegó a la Luna y que las imágenes de Neil Armstrong bajando del Apolo 11 no son más que una puesta en escena.

Fue esta última, pero sobre todo el convencimiento de un colega al defenderla, la que llevó a este periodista del Times a abordar el tema. Él quería, primero, saber sobre qué bases se levantaban muchas de las teorías conspirativas que hoy circulan y, segundo, entender por qué hay tanta gente dispuesta a creer en ellas. Y a pies juntillas.

El resultado fue el libro Voodoo Histories, en el que cree haberlas desvirtuado todas pese a que siempre les concedió el beneficio de la duda. Su metodología fue sencilla: optar siempre por la explicación más lógica y razonable. "Los que creen en estas teorías se casan siempre con la explicación más compleja y la menos probable que resulte cierta". Y pone un ejemplo: el 11 de septiembre. "Si hemos de creer que los atentados a las torres gemelas fueron un plan orquestado por Bush, miles de personas tuvieron que ser concertadas para que actuaran abiertamente en contra de sus principios. En cambio, si usted cree que en efecto fue Osama Bin Laden, estamos ante un reducido grupo de personas que actuó de acuerdo con sus convicciones y creencias. Algo mucho más fácil".

¿Pero por qué entonces la gente se complica y prefiere adherir a las explicaciones más complejas? "Estas teorías eliminan las coincidencias, los accidentes, hacen que todo sea el resultado de las decisiones de una sola persona. En un mundo cada vez más complejo, lleno de dificultades, difíciles de controlar, esto es muy seductor para la gente". Fabián Sanabria, sociólogo y decano de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional, compara las conspiraciones, en particular las que se dan en la política, y la facilidad con la que muchos creen en ellas con la necesidad que tienen los espectadores norteamericanos de películas con inicio, nudo y, sobre todo, final feliz. "La vida sería muy aburrida sin esos nudos: es emocionante sentir que me están persiguiendo, que hay gente conspirando, que la persona que me estrechó la mano puede luego actuar en mi contra".

El mismo Aaranovitch no tiene problema en reconocer que se ha dejado convencer por explicaciones de este corte. Menciona una: "Muchas veces me dijeron, incluso en el colegio, que cuando Hitler fue elegido canciller, él incendió el Reichstag para culpar a los comunistas, y siempre creí que así fue. Hoy, después de mi investigación, estoy seguro de que fue obra de una sola persona: Marinus van der Lubbe". Añade que algo similar le ocurrió con el asesinato de John F. Kennedy. "Siempre estuve seguro de que ahí había tenido lugar una conspiración. Ya no. Hoy no dudo de que Lee Harvey Oswald actuó en solitario, por varias razones, pero sobre todo porque encontré que él estuvo a punto de matar a otra persona con un ángulo de tiro muy similar unos meses antes y usando la misma arma".

Pero así como muchas de estas teorías nacen y mueren en la fantasía, hay otras tantas que sí tienen un efecto concreto en el mundo real. Aaronovitch cita una: la de Los protocolos de los sabios de Sión. Difundido primero en Rusia y luego en el resto de Europa después de la Primera Guerra Mundial, este panfleto explicaba un supuesto plan de los judíos para apoderarse del mundo. Muchos creen que ayudó a alimentar el sentimiento antisemita, que luego se materializó en la barbarie del Führer.

Pero si bien han existido siempre, es un hecho que hoy las teorías conspirativas proliferan y están más presentes en la vida cotidiana gracias a Internet. Aaronovitch subraya cómo hoy es mucho más fácil no solo crear una teoría, sino una comunidad dispuesta a creer en ella y difundirla, movilizarse en ese propósito. Y todo se da más rápido y de una forma más intensa que antes. Sanabria añade: "El mundo virtual nos muestra que la ficción es más real que la realidad. Creemos mucho más en la ficción. Mientras más conectado se está a una red social, más conspirativo se es".

Otro hecho es que estas teorías no son propiamente fruto de la sabiduría popular. Al contrario, nacen y circulan entre personas con varios diplomas a cuestas. "Todos tenemos un instinto, un deseo de creer en estas teorías. Me crucé con gente muy inteligente que se sintió insultada, pues querían aferrarse a su creencia", recuerda Aaronovitch, quien no cree, como algunos críticos le han sugerido, que su libro sea una invitación a acoger ciegamente las versiones oficiales. "Ser escéptico sigue siendo muy necesario, pero sin llegar al cinismo, que es nunca creer, esto no es útil tampoco. Los que nunca creen y atribuyen todo a las conspiraciones terminan perdidos en la fantasía".
 
En todo caso, Aaronovitch no niega que existan conspiraciones. Pone el ejemplo del escándalo Irán-Contras, un caso que a simple vista tenía todos los ingredientes de una teoría de este corte, pero que resultó siendo cierto. Por eso fue cauto: no desvirtuó ninguna teoría sin antes investigar lo suficiente. Tal vez porque, igual que con las brujas, no hay que creer en las teorías conspirativas, pero que las hay las hay.