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Henry Murraín, director de Proyectos de Corpovisionarios, sostiene que la capital perdió un gran activo que ya era una característica reconocida internacionalmente.

ENTREVISTA

¿Qué se hizo la cultura ciudadana?

Henry Murraín, director de Proyectos de Corpovisionarios, cuenta cómo Bogotá abandonó esta política, que había cambiado para bien el comportamiento y la convivencia de los capitalinos.

31 de marzo de 2012

En el año 2000 se creó Corpovisionarios, una ONG dedicada a asesorar países, gobiernos y empresas en programas de cultura ciudadana. Actualmente cuenta con un equipo de 30 personas y desarrolla proyectos de reducción de violencia en varias ciudades de América Latina y de Colombia. En 2009 su proyecto de reducción de muerte por monóxido de carbono, producido por la inadecuada combustión de gas natural, obtuvo los premios Banesco de responsabilidad social y Mejor Experiencia en Salud Pública de la Secretaría de Salud de Bogotá. Cada dos años hacen en Bogotá una encuesta de cultura ciudadana que ha sido replicada en varios países. Henry Murraín, un filósofo de la Universidad Nacional y su director de proyectos desde hace siete años, ve con preocupación el deterioro progresivo de los indicadores de cultura ciudadana en Bogotá: la agresividad contra el sistema TransMilenio, el aumento de las peleas callejeras, la violencia intrafamiliar y el uso indebido del espacio público.

SEMANA: En pocas palabras, ¿qué es la cultura ciudadana?

HENRY MURRAÍN:
Son reglas sociales compartidas, son prácticas cotidianas no escritas.

SEMANA: Denos un ejemplo.

H. M.:
Cuando Antanas Mockus, a finales de los ochenta -antes de ser alcalde-, empieza a trabajar este tema en la Universidad Nacional con la intención de mejorar la calidad de la educación se encuentra con que la Universidad no tenía actividad académica en la primera semana. No estaba escrito en ninguna parte, en ningún reglamento, que la primera semana fuera de 'locha', pero en la práctica así era. Él entiendió que el cambio efectivo de la Universidad no era solo un asunto de decretos y de presupuestos, sino que debía empezar por un cambio en la cultura académica, en los comportamientos, en las prácticas reales de la comunidad universitaria. Entonces planteó cosas como: "Vamos a estudiar la primera semana". Esos planteamientos tuvieron un gran impacto.

SEMANA: Ese prestigio lo lleva a la Alcaldía de Bogotá, pero ¿cuáles son los logros de la cultura ciudadana en Bogotá?

H.M.:
A él solo le interesó la Alcaldía de Bogotá cuando se la presentaron como un problema de cultura ciudadana. La política de cambios en el comportamiento colectivo logró reducir los índices de homicidios y de muertes en accidentes de tránsito, multiplicó el recaudo y redujo a la mitad el consumo de agua por casa.

SEMANA: ¿Por qué Bogotá abandona un modelo que fue exitoso y que es más cívico que de política partidista?

H.M.:
A pesar de que Bogotá se convirtió en la consentida de América Latina (todo el mundo venía a ver la ciudad milagro que pasó de ser un proyecto fallido a convertirse en una ciudad modelo), Lucho Garzón desmonta la cultura ciudadana. ¿Por qué? Yo creo que fue un tema de ego político y de fobia de 'machos machotes'. Es que los políticos tienen la fobia más grande de los 'machos machotes': cuidar hijos de otros. Un buen gobernante debe aprender a criar hijos de otros, no puede pretender tener hijos propios todo el tiempo. Equivocadamente se creyó que la cultura ciudadana era algo de Antanas Mockus y no se entendió que era un tema trascendental de ciudad. No solo en Bogotá sino en América Latina. Y luego la alcaldía de Samuel Moreno, con todas sus dificultades de gobierno, tampoco hizo nada de cultura ciudadana. Esta mañana, en un programa de televisión sobre este tema en el que participé y se permitieron testimonios, varias personas dijeron que se había perdido un gran activo, un gran valor que ya era característico de Bogotá. La gente ve con nostalgia y con dolor que eso se perdió.

SEMANA: Pero Lucho Garzón mantuvo algunos organismos asesores de cultura.

H. M.:
Al Observatorio de Cultura Ciudadana de Mockus, Lucho lo convirtió en el Observatorio de Cultura. Dejó gente muy buena e incluso creó un centro de estudios gigantescos con más personal y más tecnología, pero el Observatorio no es en sí mismo una política cultural, es apenas una fuente de información, de mediciones. Lo que vale es que eso sea prioritario en una administración.

SEMANA: Pero siguieron algunas campañas.

H. M.:
La cultura ciudadana no es un tema de publicidad, ni de afiches, ni de comerciales. El Fondo de Prevención Vial tiene una campaña muy bonita con Pirry, pero eso es muy poco efectivo. La cultura ciudadana es cero actividad en medios y mucho trabajo en la calle, en campo, involucrando a los ciudadanos con ejercicios de reflexión, con acciones muy frontales. No es un asunto de comunicación. Ni de capricho. No es que el gobernante se despierte una mañana pensando a dónde va a llevar a los mimos. Hay que estudiar previamente para qué se requiere la colaboración de los ciudadanos. El recurso de la colaboración de la gente es más escaso que la plata.

SEMANA: ¿Para dónde se fue la cultura ciudadana que las administraciones de Bogotá desecharon?

H. M.:
Hemos trabajado en ciudad de México, Monterrey, Ciudad Juárez, Chihuahua, La Paz, Caracas y cerca de 40 municipios de Colombia. También con varias empresas privadas.

SEMANA: ¿Qué caso puede citar como un logro de transformación en las dinámicas culturales?

H.M.:
En Barrancabermeja nos contrató Ecopetrol, La Occidental y la Alcaldía. Empezamos identificando diez problemas en las discusiones con los ciudadanos en los barrios. Al ir focalizando, vimos un problema grande de violencia intrafamiliar. Pero eso incluye la violencia con menores, en la pareja y con los propios familiares. Seguimos investigando y el maltrato de pareja era mayor y dentro de ese maltrato prevalecía el del hombre hacia la mujer con un 68 por ciento. Al aumentar todavía más el zoom, descubrimos que el maltrato, en un 58 por ciento, ocurría por causa de celos. Los celos eran el gran problema. Creamos una línea de atención a los celosos, el Celán; hicimos cuatro guiones en los que se ridiculizaba al celoso, para que actores los representaran en la calle, y discusiones con jóvenes sobre la película Otelo; capacitamos a la Policía y a los periodistas para que abordaran el tema sin burla, y coordinamos a las distintas Secretarías de la administración local para que aportaran desde su campo. En el primer año, la violencia se redujo un 34 por ciento y en el segundo, un 56 por ciento.

SEMANA: No siguieron trabajando con Bogotá, pero la siguieron monitoreando y encuestando. ¿Qué le podría aportar la cultura ciudadana a Bogotá en estos momentos de crisis de movilidad?

H.M.:
Peñalosa y Mockus hicieron cada uno 40 kilómetros de TransMilenio. Deberíamos estar en 160. Tenemos un retraso de ocho años y el sistema colapsó. TransMilenio pasó de ser el sistema más querido por los bogotanos a ser uno de los más desprestigiados. Hay conflictos entre los usuarios que buscan entrar de cualquier manera, no se respetan las sillas de los discapacitados. Hay un 'sálvese quien pueda'. Como antes de dos años no va a haber una solución por el represamiento, no sirve de nada buscar culpables: se debe convocar a la ciudadanía para que colabore mientras se resuelve el problema, y a las empresas para que flexibilicen los horarios de trabajo. Se impone una pedagogía descomunal sobre la base de que, siendo organizados, la vida será menos infernal.

SEMANA: ¿Qué otro aporte puede hacer la cultura ciudadana?

H. M.:
Estoy dedicado a coleccionar fotos de carros mal parqueados en vías principales en horas pico. La mayoría son camiones de empresas abasteciendo tiendas. Dada la crisis, es necesario invitar a las empresas a abastecer en otras horas. Y seguir trabajando para desestimular el uso del carro y optimizar su uso.

SEMANA: ¿Cómo vamos en cultura ciudadana a nivel nacional?

H. M.:
Falta una reflexión nacional y una política nacional sobre el tema de la cultura. Aquí todavía la cultura se ve como arte, como folclor, no como lo que determina quiénes somos como país. Decimos que la corrupción es uno de nuestros grandes problemas, pero no diseñamos políticas de educación de largo aliento sobre los ciudadanos que queremos. Hay una ficción colombiana de que somos una gente muy buena gobernada por unos tipos muy malos. Algún problema debe tener esa gente tan buena para que produzca narcotráfico, guerrilla y corrupción.