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Cómo se fijan los precios del arte en Colombia, un misterio en un mercado de millones.

20 de octubre de 1986

"...Caro" opinaron algunos compradores quevorazmente se acercaron a la exposición del pintor Luis Caballero en Bogotá este mes: dos millones doscientos mil pesos valía el más alto, un óleo de casi dos metros por uno. Pero una obra de Enrique Grau alcanzó unos días antes, en una subasta de caridad en Medellín, los cinco millones seiscientos mil pesos (se vendió en 28 mil dólares y la base había sido de 23 mil) no obstante ser una de siete copias más de una escultura mediana en bronce. ¿Existe alguna lógica en este mercado del arte que en Colombia parece regido por criterios subjetivos, por la emoción que despierta una determinada obra, en el que se mueven millones apuntándole a una ruleta que define en últimas la historia del arte?
El fenómeno del mercado del arte no tiene más de 15 años en Colombia y ha coincidido con otros fenómenos que ayudan a su aparente irracionalidad, a juzgar por las quejas que en coro profirieron los artistas, galeristas, críticos y coleccionistas consultados por SEMANA. Es claro que la ausencia de crítica de arte, que en Colombia siempre se nombra como el vacio dejado por Marta Traba al irse del país al comenzar los años 70, más el advenimiento de los dineros calientes de la droga que buscaban lavarse en valores seguros como las joyas y el arte, coincidieron ambos con algo que reconoce un artista residente en el exterior: "El éxito internacional de Botero tuvo una influencia muy grande en este boom del arte nacional", para que comenzaran a proliferar pintores, mercaderes y galerías, tratando de seducir a ingenuos nuevos coleccionistas que veian por todas partes los valores tan "seguros" como Fernando Botero.
Una verdadera bolsa de valores secreta, regida más por la autoestima que por el normal mecanismo de la oferta y la demanda, ha producido este auge del arte colombiano comprado por colombianos, que ha provocado fenómenos internacionales como el de la Galería Aberbach, en Nueva York, dedicada a nuestros artistas para venderlos a colombianos, más baratos que aquí. Y aquel de los artistas que busca vender aquí y para eso hace exposiciones en el exterior que de inmediato alzan sus precios en el mercado interno. "Mucha culpa la tienen los periodistas que dan un bombo inmerecido a todo evento artístico en el exterior y fácilmente se dice: triunfa en París" acusa otro artista residente en París, precisamente. Para el escultor Bernardo Salcedo, "la ausencia de crítica y la proliferación de publicidad gratuita hace de esto un paraíso para los artistas buenos y malos. Todos aquí son tratados como si fueran Picassos".
El vacío dejado por la crítica para imponer criterios artísticos en este territorio propenso a la especulación, parece reemplazarse sólo por "las acciones" de artistas registrados en el mercado de valores internacional: allí es casi imposible comprar una obra por más de lo que realmente vale. Pero para ciertos artistas de mucha prestigio nacional, como Obregón y Grau, el mercado internacional parece estar cerrado, por un asunto de gustos y de sensibilidad, aunque en Colombia no dan abasto a su demanda, según coincidieron galeristas y coleccionistas. Esto no impide que su trayectoria sea premiada con los más altos precios nacionales (ver recuadro) y deja el campo abierto a sus compañeros generacionales que se venden en el exterior: Fernando Botero en primer lugar, el único del grupo que de Tokio a Berlín y de ahí a Nueva York, puede ser vendido fácilmente sin que pierda valor, según reconocen sus colegas e inversionistas del arte. En el grupo internacional, están también Olga de Amaral, Edgar Negret, Gregorio Cuartas, Luis Caballero, Saturnino Ramírez, Darío Morales. En mercados europeos locales como el italiano, Samuel Montealegre y en el holandés, Raúl Marroquín y Miguel Angel Cárdenas; en Estados Unidos Félix Angel, todos ellos colombianos que viven en esos respectivos países.
Pero el fenómeno Botero no se debe sólo al hecho de haber entrado ya al parnaso de los artistas mas caros del mundo, sino también a dos fenómenos simples de mercadeo: el hecho de que lo representa la Galería Marl borough, experta en ese terreno, y a que Fernando Botero mismo, como buen antioqueño que es, es un muy hábil vendedor que crea vacíos para que el público esté hambriento y la próxima exposición abra con todo vendido.
Pero hasta aquí, todo es más o menos claro. Comienza a confundirse al llegar al mercado nacional con fenómenos contradictorios: "El arte se está midiendo como si fuera tierra y no se sabe con qué criterio sube cada año" dice una galerista de Medellín. "El arte local --que no está cotizado en el exterior-- es un poco elevado en su precio, porque ese mismo tipo de arte es más barato en Estados Unidos o Europa", señala un coleccionista de Cali. "Los artistas que están comenzando abren exposición con precios hasta 200 mil pesos" dice como si fuera normal una marchandise paisa. "El precio lo determina el "feeling" del comprador que es el que paga los precios que se pagan. Pero en Colombia el arte es barato, porque con el dólar a doscientos ningún artista puede cotizarse en pesos", dice un artista bogotano.
Por una especie de autocensura, los consultados pidieron la reserva de sus nombres debido a las susceptibilidades que hiere este mercado del arte. Pero coincidieron desde todos los enfoques en hablar de mercados paralelos en Colombia, aunque según el gremio al que se pertenece, este término significa distintas cosas.
Dos artistas reconocidos, pero de distintas generaciones, definieron ese mercado paralelo corno un asunto de calidad, entre los "buenos y los malos", así: "Hay artistas respetables y otros que no lo son y en Colombia a veces cuestan más los segundos". Y el otro dijo: "En un mercado se venden obras de arte y en el otro productos "artísticos" superficiales, que aseguran una gratificación rápida, el cual está lleno de falsificaciones y caricaturas, del más bajo nivel de la sociedad de consumo. Lo increíble es que ambos circuitos tienen precios casi iguales y altísimos".
Por su parte los galeristas hablan de un mercado paralelo que les hace competencia, a veces subterráneamente, abierto en Colombia al margen de las galerias comerciales y es el de los marchands. Ellos venden obras de artistas colombianos, a veces compradas en Estados Unidos a precios más bajos, y provocan una "puja" entre ellos con lo que el cliente termina pagando precios por encima de la comisión del 40 por ciento, que sobre la venta de las obras cobran en general las galerías colombianas.
No sólo los vendedores particulares han proliferado en los últimos cinco años, sino la extensión de exposiciones a otros establecimientos no especializados en arte, como restaurantes, bares, tabernas y hasta bibliotecas, que procuran decorar sus ambientes y por allí mismo, mercadear el arte. Pero para los galeristas, lo más sorpresivo ha sido el descubrimiento de los propios artistas como agentes vendedores. Ellos han resuelto abrir sus estudios como punto de venta a veces con un cincuenta por ciento de rebaja en el precio comercial por cada obra. Edgar Negret es uno de ellos y su casa figura incluso como galería.
Esto hace que los artistas piensen con razón, que en Colombia ha ido bajando en vigor y agresividad la red de galerías, porque además ninguna en el país puede hacer lo que si hacen en otros países: pagarle exclusividad a un artista para manejar toda su obra, lo que les implicaría pagarle a sus representados hasta un millón de pesos mensuales, a manera de sueldo.
Si no son ya las galerías las que fijan en general los precios del arte colombiano, quedan sólo dos opciones: o es la propia autoestima y la emulación entre los artistas la que hace que la obra se cotice a precios superiores incluso a su valor comercial, o son los compradores no informados, que ofrecen sumas fabulosas e indiscriminadas por obras que a sus ojos aparecen como artísticas. Una comprobación de esta especie de libre empresa que es el arte colombiano, se da en Medellín, la ciudad de Colombia donde conviven mayor número de marchands, de nuevos artistas y nuevos coleccionistas, donde comprobadamente mayores precios alcanza el arte colombiano.
Y en palabras de un artista, el negocio sí es bueno porque "en Colombia viven de su trabajo por lo menos 200 pintores, mientras un solo escritor puede vivir de escribir: García Márquez".--


Los pesos pesados
La locura del mercado del arte también existe en otros países. En él se hacen maromas que harían palidecer de envidia a los financistas. Un conocido coleccionista norteamericano compró hace unos años casi 200 obras de Fernando Botero, sacó a subasta una de ellas por cincuenta mil dólares y él mismo la "adquirió" por ochenta mil con lo cual, automáticamente, subió treinta mil dólares cada uno de los cuadros de su colección.
A veces tienden a la baja estas acciones, independientes de las ejecutorias del artista. Es el caso de Salomé el más cotizado artista mundial del momento, que hace parte del expresionismo alemán tan en boga hace varios años. A él lo representaba un; prestigiosa galería alemana que tenía en su poder casi todos los cuadros suyos y por una pelea con el artista inundó repentinamente el mercado los precios bajaron a la mitad. Hoy puede conseguirse un cuadro del famoso Salomé a partir de 15 mil dólares, tres millones de pesos, cifra que alcanzan colombianos sin renombre internacional. A guisa de punto de referencia, un Matta (Roberto, el pintor surrealista chileno) cuya importancia en el arte data de 50 años atrás y tuvo ya retrospectiva en el Centro Pompidou de París --sólo reservadas a los consagrados-- tiene en el mercado internacional cuadros de 20 mil dólares, cuatro millones de pesos. Otro chileno, Claudio Bravo, que vive en Marruecos, se constituye en la excepción de una regla: es el único extranjero que vende mucho su trabajo en Colombia. Un cuadro suyo tiene una cotización de seis millones de pesos en promedio.
De los colombianos algunos tienen ya el escalafón de su cotización en dólares. Botero tiene obras sobre los 72 mil dólares; un Grau alcanza esa suma en Colombia, lo mismo que un Obregón que oscila en pesos colombianos entre los dos y los veinte millones. A partir de allí viene una lista de artistas cuyas obras valen por encima del millón de pesos, integrada por Luis Caballero, Negret Rayo, Saturnino Ramírez, David Manzur, Santiago Cárdenas, Juan Cárdenas, Manuel Hernández, Bernardo Salcedo, Eduardo Ramírez Villamizar y Beatriz González, aunque algunos como los dos últimos no mantienen una demanda, por tratarse de esculturas y de conceptos nada comerciales. En esa lista estaría también Armando Villegas, que alcanza a cobrar hasta cinco millones por uno de sus guerreros.
Por encima de quinientos mil pesos están María de la Paz Jaramillo, Ramiro Arango, Ronny Vayda, Lorenzo Jaramillo, Arnulfo Luna, Manuel Estrada. Los dos últimos son especialmente solicitados por razones decorativas, lo mismo que Fernando Montoya Romanowsky quien vende sus pasteles entre 300 y 500 mil pesos. Una acuarela de flores, algo común en ese arte decorativo, puede alcanzar en Medellín los 300 mil pesos, "siempre que haya alguien que los pague". Los caballos y deportistas de Félix Angel valen 250 mil pesos y así muchos otros cuya mayor o menor afinidad con el público determina un precio que aún su consagración artística no fija.
Los compradores oscilan desde la señora que busca un bodegón para el comedor y unas flores para el baño, a quien la firma no le interesa, hasta aquel nuevo coleccionista, muchas veces asesorado por su decorador, a quien el status social del precio le importa más que el motivo del cuadro y que la proveniencia de su dinero sea "lavada" en el arte. Los más raros compradores, pero los más buscados por los artistas prestigiosos, son aquellos coleccionistas de larga data, como Hanoc Pérez, que aman lo abstracto, el expresionismo y en general aquellos conceptos que no son de "fácil digestión". Para los compradores-decoradores, una nueva galería de Medellín, la Francia, extrañamente fastuosa, ha constatado que para sus clientes el óleo "es más orignal porque aquellos acrílicos y dibujos que tienen vidrio no los pueden tocar con los ojos".
Dentro de los compradores más notables en los últimos años, están los dineros nuevos que buscan "lavarse" en este tipo de actividades. Una galerista de Medellín, que tiene porqué saberlo, dice como consenso de lo que oye en los cocteles: "Los mágicos se nos fueron. Antes por una firma pagaban lo que fuera, porque lo ignoraban todo. Ahora no es así".
Extraña sí que los colombianos sean para el arte más nacionalistas que para ningún otro rubro de la economía. La calidad de los artistas colombianos es reconocida internacionalmente, pero es tal vez el único caso el del arte en que se "sobreestime" algo en este país escéptico y suspicaz.