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¿QUIEN ES EL NOBEL?

El inglés William Golding, un escritor con marca de fábrica: el pesimismo

14 de noviembre de 1983


Una vez más la brújula de la expectativa del Premio Nóbel de Literatura se ha movido hacia un rostro poco conocido: William Golding. La fotografía del nuevo Nóbel que recorrió el mundo el 6 de octubre muestra a un hombre afable, tomado de la mano de su esposa frente a una cómoda casa en Broadchalke, un pequeño pueblo cerca de Salisbury. Con la sorpresa mal disimulada dibujada en su rostro, William Golding recibió a los periodistas en esa, para él, espléndida mañana. Ningún pronóstico había incluido su nombre
en las cábalas de los candidatos al Nóbel. Una vez más los firmes aspirantes europeos tuvieron que aplazar sus esperanzas.

Casi completamente desconocido en nuestro medio, sus libros apenas han circulado entre los lectores colombianos. Sólo tres de sus obras han estado a la disposición del público recientemente en las librerías y las tres son de Alianza Editorial: "El señor de las moscas", "El dios escorpión,, y "Ritos de paso".

El sentido de la culpa
Golding no es, ni será un autor popular, con todo y la enorme divulgación que proporciona un premio así. Su obra no le propone al lector un entretenimiento fácil. Es exigente. Sus novelas, aunque bajo la apariencia de una literatura menor, tienen en su trasfondo moral toda su razón de ser. Sin ser moralista el nuevo Nóbel busca el sentido de la culpabilidad humana. Pesimista, a veces absurdo, político en un sentido muy depurado del término, William Golding es sobre todo un intelectual inglés con todo lo medular que esto determina: un estilo, un temperamento, una tradición. Una tradición que se remonta a Swift, pasando por la novela de Samuel Butler, por Richardson, por Melville. Más modernamente uno puede encontrar al autor inglés recogiendo ecos dispersos, de James Joyce, incluso momentos del lenguaje de Samuel Becket, efímeros pero humorísticos. Y no obstante, sus cánones literarios son propios y sus recursos espirituales enormemente variados.
En "El Señor de las moscas" (Alianza), que es la descripción de las aventuras de un grupo de jóvenes que sobreviven, tras un accidente aéreo en una isla desierta, puede verse la parábola de la fundación de la sociedad humana que evoluciona bajo leyes inexorables.

Rebasar las circunstancias individuales para relacionar al hombre con la historia es otra característica típica de William Golding. Esta relación, sin embargo, no es de tipo documental o historicista; está construida sobre un espacio más amplio, pero también más ambiguo: el de la fábula. Una fábula que encuentra en la perspectiva del pesimismo y la duda su medio más adecuado. Golding momentáneamente alcanza el límite de los "maestros de la sospecha" (Nietzsche, Freud y Marx) cuando desarrolla el inquietante argumento de "The Inheritors" ("Los herederos"). Este parte de la idea reconfortante de H.G.Wells que otorga a la evolución del hombre un contenido moral coherente y según el cual el hombre de Neanderthal era una especie fracasada. Golding da la vuelta al problema al narrar el hecho de otro modo: el exterminio del hombre de Neanderthal a manos del homo sapiens pero bajo la perspectiva de la posibilidad de la sobrevivencia del primero. La gran audacia de esta novela reside en que quien relata tal exterminio es el hombre de Neanderthal.

El hecho que Golding con su literatura cuestione momentos cruciales de la historia, o de una visión inédita de ella no significa que su obra se resuelva bajo los términos académicos de la forma historicista. Su carácter travieso lo ha llevado a remontarse incitantemente río arriba en busca de la inagotable fuente histórica que es al mismo tiempo espejo y alegoría del mundo. En "El dios escorpión" (Alianza) se recogen tres novelas cortas: la que le da el título al libro; "Cloc Cloc" y "El enviado especial". La indisolubilidad del aspecto oscuro que acompaña a todo progreso humano en la obra de Golding, esta vez está ligeramente matizada por los resplandores nacientes de una viva luz de optimismo que aún no osa elevarse con todo su fulgor.
No hay obra inocente
Otra novela de Golding localizada en el pasado es "The Spire" ("La Construcción de la torre"). Esta vez es Inglaterra del siglo del siglo XIV. Allí el deán Jocelin construye durante toda su vida el capitel del claustro de la catedral de Salisbury. El simbolismo hermético de esta novela está expresado así: "No hay obra inocente. Dios sabe dónde puede estar Dios".

De hecho no hay en la literatura de William Golding obra inocente, y la menos inocente de ellas y la más audaz en su concepción formal, como en sus implicaciones alegóricas, es Ritos de paso (Alianza Tres) Novela que se asienta en las tradiciones literarias más apreciadas por el autor inglés. Narrada en forma epistolar, el relato de Eugenio Talbot, va dando cuenta de los sucesos que acontecen en alta mar a bordo de un buque que zarpando de Inglaterra se dirige hacia las Antípodas en el tiempo de las luchas napoleónicas. Los primeros capítulos de la novela son vagos; están hechos de observaciones fragmentarias e inconclusas, de momentos triviales; los personajes hacen su fantasmagórica aparición y desaparecen demasiado pronto, ronda un hedor espantoso en cubierta, crujen las maderas y el velamen apenas empieza a hincharse. Ni pasajeros ni tripulantes se frecuentan, Talbot se desliza con visión confusa hacia su camarote para dar cuenta a su señoría de los sucesos.

Si en estas primeras páginas se ha eludido abordar toda anécdota concreta es porque el autor ha conferido al lenguaje la función de crear, a través de detalles e impresiones, una atmósfera sobrecargada, una descripción opaca, casi laberíntica de la nave, más por lo que excluye que por lo que nombra.

Con el progreso del viaje empezamos a reconocer los rasgos peculiares de los pasajeros, de la tripulación, de la oscura división entre éstos y la "gente del común", que yace en un lugar siempre inaccesible para el lector, puesto que lo es para el narrador, Edmund Talbot. La presencia del clérigo Colley va a convertirse poco a poco en el centro de la trama y va a transformar la expectativa de una aventura épica en alta mar: pronto se disuelve la ilusión de una supuesta estratificación homérica que se insinuara en el orígen del mítico viaje. El mito se desdobla. Va aparecer su parte amarga y sombría y dislocada, siempre a cargo del reverendo. Pero mientras se configura la tragedia otros episodios aparecen como trazando diagonales aquí y allá bajo la vasta geometría del velamen. Una cadena de incidentes e intrigas en las que Golding hace uso de su más demoledor sentido del humor.

Más adelante la epístola de Talbot se ve súbitamente interrumpida para dar curso a una carta que el clérigo ha escrito a su hermana confiando secretos de una intimidad que resulta penosa. Este viraje brusco en la narración, que implica un cambio de perspectiva revela -según el sabio procedimiento de Browning- la otra cara de la moneda: lo que el clérigo ve, lo que siente y piensa acerca de los sucesos que lo llevaran, días más tarde, a la patética caída en los abismos del alma. El tema de la Caída entonces absorbe la pluralidad de los signos dispersos; tras la severa penitencia el reverendo Colley se entrega a la muerte cuyo sudario envuelve en una atmósfera de culpabilidad a la tripulación entera Talboyt no puede detenerse ahí, aún hay confidencias de las que participa a Su Señoría. Al final como el Convidado de "El marinero antiguo" de Coleridge (que resuena en el relato de Golding) Talbot se va, pero no sin antes recitar con irónica erudicción el verso de Racine: ¡Ah! Donde la virtud avanza por la olímpica colina con breve paso avanza el vicio hacia el Hades.

Golding ha dicho que en Estocolmo, en cuanto a su obra, se referirá especialmente a Ritos de Paso; parábola abierta a varios sentidos, espléndida culminación de su arte irónico y palpable prolongación de su filosofía desencantada.
Enrique Pulecio