Home

Cultura

Artículo

RECUERDOS DE MACHU PICCHU

Una nueva etapa en la obra del escultor en la exposición del Museo de Arte de la Universidad Nacional

22 de julio de 1985

Eduardo Ramírez Villamizar es un artista que no necesita presentación alguna, ya que su trayectoria como escultor es notable. Hace dos años, sin embargo, empezó a darse un cambio fundamental en la obra en cuanto a los materiales utilizados en su proceso. Son esculturas que al no ser tan abstractas, emanan una carga emocional mayor y entablan una gran comunicación con el público. SEMANA conversó con él acerca de esta última etapa en su obra y de los problemas que tuvo para exponer.
SEMANA: Después de ver las obras que integran "Recuerdos de Machu Picchu", salta a la vista que hay una ruptura entre sus etapas anteriores y esta última. ¿Qué significa esta exposición en el proceso evolutivo de su obra?
RAMIREZ VILLAMIZAR: El artista siempre se mueve entre dos polos: el clasicismo y el romanticismo. El primero produce una obra más pensada, geométrica, con control emocional y con elementos pulidos, bien terminados y pintados. En este polo siempre había estado mi obra. El romanticismo, por el contrario, conduce a una obra de mayor emotividad que, sin dejar de ser geométrica, es más masiva y cuyos materiales (en este caso, el hierro oxidado en forma natural) son más sinceros. A finales del 83 emprendí viaje a Machu Picchu, culminando así un viejo deseo. Iba muy preparado, había leído mucho y estudiado las fotografías del lugar el cual es más apasionante que las maravillas mayas y aztecas, por ser tan misteriosa su ubicación y tan difícil el acceso. Me quedé tres días y tres noches, por lo que pude apreciar la ciudad precolombina en diferentes momentos de luz. Y sucedió algo curioso: empecé a imaginar que una de mis esculturas aparecía aquí, integrándose a la arquitectura antigua y, realmente no quedaba mal. Fue entonces cuando sentí que los dioses precolombinos la aceptaban y me emocioné muchísimo. Al mismo tiempo, sentí profunda tristeza por llegar tan tarde en la vida (tengo 60 años) a Machu Picchu, pues, para toda persona sensible, el encuentro con estas ruinas significa necesariamente un vuelco.
S.: ¿Usted tomó apuntes o notas cuando estuvo allí para crear a partir de ellas sus propias obras?
R.V.: No tomé apunte alguno en el viaje. Simplemente, me dejé impregnar por la belleza del sitio. Fue tan grande el impacto que produjo en mí, que a los cinco meses empecé a crear obras que me recordaban algunos lugares de la ciudad sagrada, pero fue algo totalmente espontáneo. A medida que las terminaba, las nombraba y todas eran un reflejo de lo que había visto allí. A otras esculturas les puse nombres relacionados con elementos de su filosofía como "serpiente precolombina".
S.: Pasando a otro tema, ¿por qué sus esculturas son para ser representadas en forma monumental?
R.V.: La escultura es para enriquecer el habitat del hombre. Siempre fue así. En la mayoría de las épocas, el objetivo de la escultura no era adornar un museo o una casa particular porque se designaba para formar parte del ámbito urbano. La escultura griega por ejemplo era colocada en el coliseo y, los incas y aztecas creaban monumentos para los lugares públicos. Nuestra civilización es la que menos utiliza este arte. Cuando una obra está situada para ser vista por todos los ciudadanos es una cátedra pues enseña sobre la belleza y el orden enriqueciendo al transeúnte. El peligro radica en que hay "esculturas" de mala clase, de las cuales está llena Bogotá. En ningún momento son obras de arte, por el contrario corrompen el gusto. El problema está en que los gobernantes no se preocupan por el arte...
S.: ¿El presidente Betancur tampoco ha hecho nada?
R.V.: Yo creo en el genuino interés de Belisario por las artes, pero tiene un grave problema y es que está muy mal rodeado.
S.: Hablando de lo mal rodeada que está el Presidente, ¿qué fue realmente lo que le ocurrió a usted con Gloria Zea, en relación a su exposición que iba a ser presentada en el Museo de Arte Moderno?
R.V.: Fue el caso del toche contra la guayaba madura, fue la palabra mía contra su poder. El hecho es que "doña Gloria" me engañó durante cinco años. Ella me invitó a exponer en forma exclusiva el día que se inaugurara el Museo, el cual gastó 5 años en terminarse, y, mientras tanto, yo esperé. Faltando solo unos meses para dar los últimos toques, me informaron que el M.A.M. sería inaugurado con una exposición colectiva, lo cual seria totalmente lógico si "doña Gloria" no me hubiera engañado de ese modo. La burla de la cual fui víctima me dolió todavía más porque yo siempre la había defendido y ayudado en todo, incluso económicamente donando obras en tres ocasiones para remates del Museo. La decisión fue además injusta en el sentido que obedecio al capricho de una persona y no al consenso de un grupo, situación esta última que yo hubiera aceptado. A propósito, cuando Marta Traba murió en el atroz accidente que la conducía a Colombia, ella venía entre otras cosas a solucionar el problema del M.A.M., el cual se fue quedando sin junta directiva por las hábiles maniobras de "doña Gloria" quien hizo salir a todos los que tenían voz y voto para conservar ella sola todo el poder. ¡Un museo no puede ser el resultado de una sola voluntad!
S.: ¿Tuvo mucho respaldo entre sus colegas artistas?
R.V.: En forma personal sí, pues muchos me llamaron por teléfono a expresar su solidaridad. Pero, en forma pública como hubiera debido ser, no. Parecía que tuvieran miedo... Sin embargo, a los pocos días el Colombo Americano y la Universidad Nacional escribieron cartas publicadas en los periódicos, ofreciendo sus salones de exposiciones para "Recuerdos de Machu Picchu", lo cual fue reconfortante. Finalmente escogí la segunda opción porque estoy de acuerdo con el rector de la Universidad quien quiere reintegrar este centro de estudios a la ciudad de la cual ha estado desvinculada por tanto tiempo, y además el salón de exposiciones es muy hermoso.
S.: El arte en Colombia es absurdamente caro. ¿Usted ha hecho algo para que se popularice su obra?
R.V.: El mercado del arte en Colombia cogió proporciones absurdas cuando empezo a entrar la plata de la droga y los mercaderes del arte, en base a ese dinero inflaron desproporcionadamente los precios del arte. Yo, afortunadamente nunca entré en esa corriente. Muchos artistas hacen múltiples y gráficas para vender con precios accesibles al gran público. Por mi parte, he hecho esculturas pequeñas, que he vendido a cien mil pesos, lo cual en realidad, no es nada para una obra de arte de este tipo.
S.: En las distintas artes, muchas veces se dan interrelaciones. ¿Usted, como escultor, siente algo de eso?
R.V.: Sí. Curiosamente yo empecé como pintor. Había estudiado arquitectura y me pidieron que hiciera un mural para el Banco de Bogotá. Como pintor abstracto que era, empecé a hacer proyectos pero nada me salía. De pronto, se me ocurrió que en relieve quedaba mejor y así, por necesidad pasé de la pintura a la escultura.--
Diana Lloreda
El proceso constructivista
El proyecto constructivo es fundamentalmente optimista. Y utópico. El artista constructivo cree que el arte puede ser un instrumento eficaz de transformación de la sociedad; quiere construir una realidad nueva inclusive, si es posible, en el plano social político. Si en las sociedades desarrolladas, saturadas culturalmente, la "nada total" (Mathieu) surge como perspectiva estética, entre nosotros, sociedades emergentes donde todo está por hacer, trabajar y construir, el arte constructivo va más allá de lo estético para adquirir una dimensión ética e incluso política. El artista constructivo, por lo tanto, sueña con los ojos abiertos, quiere esculpir el futuro en el presente. El gesto constructivo es un gesto fundador de mundos. Gesto primero, abierto al futuro, a las generaciones que vendrán. No se trata por lo tanto, de imitar lo existente, sino de inventar un mundo nuevo, crear "el espacio de un mundo de luz limpia y plena, por tanto justo". O como dice Ramírez Villamizar al respecto de su proceso creador: "Es preciso saber encontrar el momento en que se debe detener la búsqueda, en que nada sobra ni falta. Momento en que la inteligencia y la intuición crean algo misterioso, sorprendiendo primero al propio artista. Sorprendido, solo él sabe que las formas relacionadas entraron en su universo. Y para explicar este universo ya no existen palabras, sino la sensibilidad y el silencio del espectador. La obra está completa, la palabra es inútil".--
Frederico Morais