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Recuerdos que matan

La odisea de una mujer que defiende a su padre acusado de crímenes de guerra, en la última cinta de Costa Gavras.

4 de junio de 1990

El protagonista de la nueva película del director Costa-Gavras se llama Mike Laszlo, ya no trabaja y durante más de cuarenta años, procedente de Hungría, ha vivido en Estados Unidos, donde levantó una familia, tuvo dos hijos y se convirtió con los años en un hombre respetable. Un ejemplo adorable del inmigrante perfecto que llegó en busca del sueño americano.
Ese sueño se rompe un día, cuando a la casa de Laszlo llega una citación judicial: las autoridades húngaras solicitan su extradición porque después de varios meses de investigaciones y testimonios aparece implicado seriamente en numerosos crímenes cometidos durante la invasión nazi a Hungría. La hija de Laszlo, Ann Talbot, -interpretada por Jessica Lange- es una de las más notables criminalistas de Chicago y toma la defensa del padre, lo que se convierte en uno de los más escandalosos casos de los últimos años.
Costa-Gavras, el mismo realizador de películas rabiosas como "Z", "La confesión", "Sección especial" y "Desaparecido", en las cuales denuncia distintas situaciones de violencia e intolerancia, ha tomado ahora una historia real, basada en la vida misma del guionista de la película, Joe Eszterhas, y la convierte en una mirada lúcida y atenta a las relaciones de ese hombre cansado por los años, supuestamente inocente ante los ojos de los demás, y la hija, endurecida en esas ruidosas peleas judiciales donde tiene que utilizar los trucos más bajos para derrotar al enemigo en el estrado.
La memoria de la guerra es un fantasma que los europeos nunca han podido borrar. Costa-Gavras así lo entiende y por eso el juicio a ese anciano aparentemente desvalido se convierte en el mejor símbolo de los recuerdos que no quedaron suficientemente exorcizados con la confesión de la culpa.
La hija tiene que demostrarle a la sociedad y a la ley que su padre es inocente. Por eso, aunque siente un desgarramiento tremendo mientras escucha los testimonios de esos hombres y mujeres destrozados por la infamia, sentados en el estrado de los que recuerdan para que ese hombre sea castigado, aunque siente piedad por ellos, los ataca sin compasión porque sabe que la seguridad del padre está amenazada.
Costa-Gavras, más mesurado aquí que en sus películas anteriores, menos efectista pero más dramático, no cayó en la trampa fácil de mostrarle al espectador, para impresionarlo, escenas documentales de los campos de concentración y prefirió que todo ese horror, toda esa violencia, todo ese dolor brotaran de los testimonios de quienes estaban ahí cuando el acusado mató y decidió sobre la vida de esos inocentes.
"Esta película -dice el director- es una historia de amor, porque sin el amor que existe entre el padre y la hija, el abuelo y el nieto, esa historia no existiría".
Según Costa-Gavras, en todo caso criminal los que se hallan más cerca del acusado se convierten en seguida en las peores víctimas. Son los que más sufren: "Si el acusado es culpable, comparten el estigma de ser sus hijos, sus nietos sus esposas, los parientes de un delincuente, aun si los cargos resultan falsos la sospecha permanece y será difícil lavar la deshonra. Aún los seres más fuertes salen destrozados de un proceso judicial en el cual la mentira y la infamia son los elementos más importantes, especialmente cuando se trata de un juicio a un presunto criminal de guerra".-