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REGRESO AL PASADO

La Fundación de Música entrega al país la recopilación de uno de los períodos musicales más caracterizados del siglo XIX.

14 de septiembre de 1998

La Fundación de Música, que en 1992 crearon los musicólogos Egberto Bermúdez y Juan Luis Restrepo, tiene desde sus orígenes un objetivo fundamental: investigar. Pero investigar sin hacer de lado principios académicos y obteniendo resultados concretos, serios y profundos que también puedan estar al alcance del ciudadano del común. Es el caso de su último trabajo, El granadino, que en los próximos días, con los auspicios y la cofinanciación del Banco de la República, ponen en manos de todo aquel que tenga interés en conocer la música que estaba en boga en el país durante un período concreto del siglo XIX: de 1848 a 1860.La escogencia de este breve lapso de apenas 12 años no es en manera alguna arbitrario. Por el contrario, la autora de la investigación, la musicóloga Ellie Anne Duque, una egresada de la cátedra musical de la Universidad de Indiana, en Estados Unidos, se cuida de advertir que se trata de la recopilación de "las primeras obras litografiadas en Colombia y que circularon con las publicaciones periódicas santafereñas 'El Neogranadino', 'El Mosaico', 'El Eco de los Andes' y 'El pasatiempo' entre 1848 y 1860".Ahora bien, este dato podría resultar anecdótico. Sin embargo ella tiene fuertes razones de tipo estético pues, una vez superado el momento independentista, se vio en el gusto musical de estos países un marcado giro y las danzas y bailes tan en boga durante el período de la gesta libertadora fueron reemplazados por otro tipo de obras, caracterizadas por la influencia italiana del primer tercio del siglo XIX, que tenía el sello inconfundible de los tres grandes compositores del belcanto: Rossini, Bellini y Donizetti. La autora advierte que, de los tres, el estilo decisivo fue más el de Rossini y Donizetti que el del mismo Bellini. Adicionalmente, después de 1860, anota, de nuevo se produce un cambio en el gusto de los colombianos y las obras en forma de canción, vals, redova y contradanza cedieron su lugar al gusto por ritmos más autóctonos, como el pasillo. En su trabajo Ellie Anne Duque llama la atención sobre dos hechos. El primero, la sencillez y no demasiada exigencia técnica de las partituras que revela el nivel musical de los posibles intérpretes de la época. El segundo, que no se trabajaba con las formas más ambiciosas, exigentes y complejas de la tradición musical germánica, también en boga en ese momento, como la sonata y las variaciones. También anota que el hecho de que toda esta música fuese publicada en separatas evidencia que ésta jugaba un papel importante en la vida cotidiana de las primera mitad del siglo XIX. Entre otras cosas porque el piano era un instrumento definitivamente frecuente en los hogares de la época. Los resultados, que estarán al alcance del público en los próximos días, comprenden un disco que recopila la parte más sustancial de este legado, en la interpretación del pianista Harold Martina, nacido en Curazao pero desde hace años radicado en el país, y del tenor venezolano Carlos Godoy, quienes logran resultados sencillamente impecables. Además está la publicación de todas estas partituras en edición facsimilar y edición 'de uso' con observaciones de tipo interpretativo.El listado de 14 compositores, algunos de ellos nacidos en Venezuela, incluye nombres prácticamente olvidados hoy en día _salvo el caso de Manuel María Párraga_ como los de Mercedes Campuzano, Francisco Agudelo, Juan C. Osorio, Daniel Figueroa, Santos Quijano, Atanasio Bello, María del Carmen Cordovez, Francisco Agudelo. Y naturalmente Julio Quevedo, para muchos el más grande compositor colombiano del pasado siglo, autor de la llamada Misa Negra. Su nombre enlaza directamente con Bolívar porque su padre, Nicolás Quevedo Radachel, fue un músico altamente apreciado por el Libertador, quien lo hizo venir de Venezuela para que animase los saraos y le otorgó un alto rango en el ejército. Su hijo Julio, llamado el 'Chapín' por un irreversible defecto físico, tuvo un talento musical excepcional y tocaba 'todos' los instrumentos. Luego de no poder ordenarse como sacerdote y de sufrir un cruel ataque físico en Cúcuta, 'organizado' por la madre de una enamorada, se automutiló y envió a su potencial suegra en un paquete el resultado de su agresión. Ya en Bogotá llevó una vida no menos complicada que remató, poco antes de morir, cuando tomó la decisión de quemar toda la música de su inspiración. Este patrimonio musical, histórico y cultural es el trabajo que la Fundación de Música pone al alcance de todo el público con una observación: que si bien es cierto no son obras de gran aliento, ello no significa que no se trate de un material artístico de la mejor calidad, en una edición impecable y una grabación profesional y grata.