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María Cristina Restrepo se suma a la lista de escritores colombianos que lanzan libro el primer semestre de este año

LIBROS

Revivamos nuestra historia

La antioqueña María Cristina Restrepo recrea la época del ascenso al poder de Tomás Cipriano de Mosquera.

Luis Fernando Afanador
4 de marzo de 2006

Amores sin tregua
María Cristina Restrepo
Planeta, 2006
278 páginas

Ajuzgar por algunas novelas colombianas recientes, revisar nuestra historia parece ser un tema de vital interés para algunos escritores. William Ospina acaba de darnos una visión muy completa del siglo XVI en Ursúa; Guillermo Cardona, en El Jardín de las delicias -obra ganadora del premio Nacional de Literatura- propone una atrevida tesis sobre la muerte de Jorge Eliécer Gaitán, y ahora María Cristina Restrepo, en Amores sin tregua, recrea en forma admirable el período del ascenso al poder del general Tomás Cipriano de Mosquera.

Algunos historiadores -en una actitud un tanto celosa, como era de esperarse- fruncen el ceño y se declaran escépticos frente a esa incursión en sus sacrosantos dominios; el público lector, en cambio, responde con inusitado interés, como si estuviera ávido de que al fin alguien le explique su pasado en términos no académicos. Pero, independientemente de la posición que cada cual tenga sobre esta interesante polémica, hay un hecho positivo indiscutible: nuestra historia es todavía una riquísima veta de exploración novelística, así haya quienes la consideren de poca importancia.

Amores sin tregua comienza en 1861, cuando Estefanía Giraldo, la primogénita de un acaudalado comerciante de Medellín, da a luz una hija natural. Antes de que nazca la criatura, la decisión inapelable sobre el destino de las dos mujeres ya ha sido tomada por don Agustín Giraldo: la recién nacida deberá ser regalada y la madre ingresará a un convento de monjas. José Manuel Toro, el padre de la niña, se encuentra preso en compañía de Pascual Bravo, ambos partidarios del caudillo liberal Tomás Cipriano de Mosquera, gobernador del Estado del Cauca y quien pretende derrocar al gobierno conservador de Mariano Ospina Rodríguez. Con el triunfo final de los rebeldes, los presos son liberados y Pascual Bravo, de apenas 25 años y obediente seguidor del dictatorial Mosquera, es nombrado prefecto de Occidente. En una región deprimida por la guerra, Pascual Bravo tratará de llevar a cabo un programa económico liberal, enmarcado en la política de Mosquera de expropiar los bienes de la Iglesia y confrontar abiertamente su poder. Debido a sus errores políticos, a la resistencia de los comerciantes ricos y al sentimiento religioso exacerbado por las medidas contra la Iglesia, Pascual Bravo será depuesto en otra dura batalla por el dirigente conservador Pedro Justo Berrío.

Tal es el marco histórico de la novela que, desde luego, implica una interpretación sobre aquellos acontecimientos: las ideas liberales fueron un proyecto abstracto que nunca logró ser encarnado por la mayoría; el poder real siempre estuvo en manos de unos pocos hombres de fortuna más preocupados por sus intereses que por cuestiones ideológicas. Y algo que vale la pena tener en cuenta para nuestro tiempo: en Colombia sí han existido los gobernantes de mano dura y aspiraciones dictatoriales, pero esta postura muy poco ha incidido en la obtención de cambios sociales de trascendencia.

Aunque esta novela es clara y convincente en su recreación de época, lo es menos en su construcción novelística. Como se sabe, la virtud de una buena novela histórica consiste en poder expresar los grandes acontecimientos a partir de dramas individuales y concretos. Aunque hay personajes convincentes y bien logrados, la narración no toma partido por ninguno de ellos. ¿Esta es la novela sobre el desencanto del poder en la figura de Pascual Bravo? El título mismo, Amores sin tregua, desmiente esa lectura. ¿Es entonces la novela del amor frustrado de Obdulia -la esposa de Bravo- o de Estefanía, la mujer víctima de una sociedad machista? Tampoco: en su estructura convencional, los personajes entran en escena y luego quedan como relegados: ninguno parece destacarse especialmente sobre los otros. El narrador, en su distancia y su omnisciencia, no se la jugó por ningún punto de vista. Y es una lástima: cualquiera de ellos hubiera dado para hacer de esta obra una muy buena novela histórica.