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RIDICULO

Un ironico y fidedigno retrato de Versalles durante los últimos días de la monarquía francesa.

3 de agosto de 1998

Mucho se ha escrito y llevado a la pantalla sobre el estilo de vida de la corte de Luis XVI, sobre sus derroches, su lujo, su libertinaje y su capacidad para desconectarse de la realidad francesa en el ocaso de la monarquía.
Patrice Laconte, el director intimista de Monsieur Hire y El marido de la peluquera, no ha escapado al tema y en Ridículo, una de sus más recientes realizaciones, ha dejado lo mejor de su talento en la composición de un sólido retrato de la corte de Versalles al borde de la Revolución.
La película narra la historia del barón Gregoire Ponceludon de Malavoy, un inteligente y sagaz ingeniero hidráulico que llega a la corte con pretensiones de hablar hasta con el mismísimo rey si fuera preciso, en su tarea de buscar financiación real para secar los pantanos que tienen a su pueblo viviendo en condiciones higiénicas infrahumanas. Su única carta de presentación es un antiguo aunque insignificante título de nobleza, suficiente apenas para ser escuchado en la corte por menores e intransigentes funcionarios. Sin embargo un orgullo disfrazado de insolencia, unido a su destreza en la palabra, le servirán de as bajo la manga en el empeño de llegar hasta las narices del propio Luis XVI. Todo esto en medio de un romance con el que Ponceludon no contaba pero que bien puede representar su salvación.
Muchas películas han reflejado la pomposidad de los decorados, del vestuario y de las maneras del siglo XVIII francés, pero pocas han descifrado tan irónicamente su ridiculez como la dirigida por Laconte. No en vano su cinta se llevó cuatro premios César en Francia y fue nominada a mejor película extranjera en Estados Unidos. Tal vez porque a pesar de que los escenarios son los mismos, el vestuario idéntico, los nombres similares, pocas veces como en Ridículo estos arquetipos monárquicos, ese cúmulo de personalidades fatuas y patéticas habían conspirado tanto en su contra.
El contraste brutal entre el mundo almibarado de la corte y la desolación de la realidad social a pocas millas del palacio real dan una idea de la dimensión de la lucha que estaba por gestarse. Un cambio radical que ni siquiera los propios miembros de la corte _que Laconte sintetiza en un elocuente epílogo_ supieron entender.