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Jessica Mitford, autora de 'The American Way of Death' (Muerte a la estadounidense en español). | Foto: Archivo Particular

ESTADOS UNIDOS

La mujer que reveló los ritos de muerte más extravagantes

Jessica Mitford muestra un análisis realista (y muchas veces macabro) de las formas insólitas como se enfrenta la mortalidad.

2 de agosto de 2016

"En este mundo no se puede estar seguro de nada, salvo de la muerte y los impuestos", dijo una vez Benjamín Franklin.

Si creemos lo que dicen algunos científicos y empresarios, su aseveración es ahora solo una verdad a medias.

Por unos 200.000 dólares puede pagar para que su cadáver quede empapado en un anticongelante y sea colocado en un refrigerador gigante en Scottsdale, EE.UU.

Alternativamente, por unos 80.000 dólares puede dejar que su cuerpo se pudra pero conservar el cerebro.

Hasta ahora, unas 1.000 personas se han suscrito al servicio con la esperanza de que, algún día, sean descongeladas para una segunda vida.

Cosas como esa me hacen pensar en Jessica Mitford, comunista rebelde, periodista de investigación y activista de los derechos civiles.

Es, sin embargo, por su libro de 1963 The American Way of Death ("Muerte a la estadounidense") que debería ser recordada: un análisis realista (y muchas veces macabro) de las formas extravagantes como se enfrenta la mortalidad.

"Oveja roja"

Nacida en 1917 en Gloucestershire, Inglaterra, fue hija de lord y lady Redesdale.

Desde temprana edad mostró una disconformidad con su origen aristocrático, que aumentó cuando sus padres y dos de sus hermanas mayores, Diana y Unity, comenzaron a simpatizar con el fascismo.

Era una ideología que la repugnaba y se convirtió en la "oveja roja" de la familia.

Sus principios terminaron solidificándose a los 19 años cuando conoció a Esmond Romilly, un sobrino socialista de Winston Churchill.

Los dos se unieron a los republicanos en la Guerra Civil de España (1936-1939), pero después de la victoria de Franco, regresaron a Inglaterra y, posteriormente, emigraron a EE.UU.

Pronto sería marcada por la tragedia. Perdió una hija por el sarampión y luego Esmond murió en combate durante la Segunda Guerra Mundial.

Artículo revelador

En EE.UU. se casó de nuevo e incursionó en el periodismo de investigación, con un trabajo marcado por la denuncia de la injusticia social.

En un destacado artículo abordó el aumento de extravagantes servicios fúnebres, muchas veces impuestos sobre familias que no podían costearse ese gasto.

La muerte le sentaba bien. Combinando su consciencia social con humor negro, el reportaje atrajo mucha atención y terminaría convertido en libro.

Fue una lectura reveladora, pues muy poco se sabía sobre lo que ocurría en las morgues.

"Hay miles de libros que describen, catalogan, teorizan sobre procedimientos fúnebres antiguos y modernos, desde los aztecas hasta los zulúes, pero casi nada se ha escrito sobre las prácticas fúnebres contemporáneas en EE.UU.", destacó Mitford.

Sus descripciones resultaron tan macabras que su primer editor decidió rescindirle el contrato.

Mitford detalló especialmente el proceso de embalsamiento, contando como cada cuerpo era "rociado, cortado, perforado, encurtido, atado, podado, untado de crema, encerado, pintado, maquillado y vestido cuidadosamente, para transformar un cadáver común en una Bella Imagen para Recordar".

Cirugía cosmética post mortem

Era una aparente medida sanitaria para impedir un deterioro mayor y darle a los dolientes una última conmovedora mirada a su ser querido.

En la práctica equivalía a una costosa cirugía cosmética post mortem.

El embalsamador drenaba la sangre de la venas para evitar daños en las células, antes de volver a llenar las arterias con líquidos propios del procedimiento.

Los distintos tintes permitían al director de la funeraria dar un color de bronceado,un saludable brillo rosado o simplemente recuperar los "matices naturales", ayudando a dejar la piel firmemente lozana.

Luego se hacían procedimientos con implantes, alfileres y rellenos para ocultar las imperfecciones e inflamaciones propias de la edad y las enfermedades, antes de coser la cara para que tuviera la más atractiva (y juvenil) expresión posible.

Finalmente al cadáver se le blanqueaban los dientes, se le maquillaba y se le ponía su traje final.

A Mitford le sorprendió encontrar una enorme gama de ropa específicamente mercadeada para los difuntos. Su favorita era un sostén especial diseñado para "restauración post mortem".

Argumentó que a los dolientes se les incitaba a pagar exorbitantes sumas de dinero por urnas, flores y recuerdos sentimentales con el mensaje subliminal de que sería irrespetuoso no adquirir lo mejor.

Y cuestionó la dignidad y utilidad de esos procedimientos invasivos, consternada por cómo en ocasiones se dejaban de practicar autopsias necesarias, porque harían más difícil embellecer el cadáver.

Igualmente objetó que las funerarias aplicaran una pseudopsicología, argumentando que el lujo era esencial para el proceso de duelo.

Huella póstuma

Más que nada Mitford se resistía al hecho de que la muerte fuese embellecida y desinfectada.

Pensó que era hora de que el público la encarara frontalmente. Y EE.UU. estuvo de acuerdo.

La primera edición de 20.000 ejemplares se agotó el día de la publicación del libro, que pasó a encabezar la lista de más vendidos del The New York Times.

En 1965, el cineasta Tony Richardson lo usó como inspiración para "The Loved One" (Los seres queridos), promocionada como "la película con algo para ofender a todo el mundo".

Y en 2013 David Bowie lo incluyó como uno de sus 100 libros preferidos.

El interés que generó pareció dejar una verdadera huella, con muchas más personas optando por la cremación y un simple "servicio Mitford".

La autora quedó encantada cuando el director de una funeraria le puso su nombre a una urna barata y alegre.

Y destacó que Robert Kennedy le dijo que el libro sirvió como fuente de información para arreglar el funeral de su hermano, el presidente John F. Kennedy.

Funerales alternativos

Hoy en día la ciencia ofrece más formas que nunca de dejar este mundo. Seguramente Mitford aprobaría algunas más que otras.

Por ejemplo, el proyecto Urban Death en Seattle convierte los cadáveres en abono, una forma más verde de devolver el polvo al polvo que una típica cremación.

La criogenia, por otra parte, podría verse como la apoteosis de todo lo que Mitford deploraba, aunque como apuntó recientemente la revista New Scientist, valiosas investigaciones médicas pueden surgir de esos proyectos.

Como mínimo, las conversaciones sobre la muerte parecen haber perdido algo de su estigma como lo muestran los "Death Cafes" (Cafés de la muerte), donde se discuten las decisiones prácticas de nuestra partida.

Mitford enfrentó su propia muerte con el mismo humor sincero con el que acogió su pintoresca vida.

A comienzos de 1996, cuando estaba actualizando su obra maestra, se le diagnosticó un cáncer terminal.

Aun así, se mantuvo optimista de poder terminar el libro y atar algunos cabos sueltos de su vida. Falleció el 22 de julio a los 78 años.

A pesar de pedir una actitud más simple y dignificada hacia la muerte, Mitford bromeó diciendo que quería un servicio elaborado con las "calles acordonadas y dignatarios sollozando sobre su féretro cubierto de flores…"

Sus amistades cumplieron: ordenaron seis caballos negros con plumas que tiraron de un antiguo coche fúnebre de vidrio por las calles de San Francisco, seguidos por una banda de música.

De haber podido estar presente, seguramente hubiese esbozado una sonrisa pícara.

Tras dedicar tanto tiempo a la industria funeraria, lo único que lamentó fue no poder asistir a su propio entierro.

"¡Me encantaría estar allí!", escribió.