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ROA, EL SUPREMO

El paraguayo Augusto Roa Bastos gana el premio literario más importante en español.

25 de diciembre de 1989

No hizo el menor gesto cuando lo llamaron de Madrid para contarle que el Ministerio de Cultura había escogido su nombre y su obra para otorgarles el Premio Cervantes, catalogado como el Nobel literario en castellano.

Mitad paraguayo y mitad español, Augusto Roa Bastos, con sus 72 años de edad, debió sentirse angustiado ante la perspectiva de todas las entrevistas, todos los viajes, todas las mesas redondas, todas las conferencias, todos los encuentros que deberá enfrentar durante los próximos meses, hasta el 23 de abril cuando el Rey le entregue un galardón que ha provocado dolores de cabeza al ministro español Jorge Semprún. Es que detesta el bullicio.

Pocos casos de fecundidad literaria, disciplina, soledad y rabia como el de este escritor, quien los últimos 42 años de su vida los ha pasado fuera del Paraguay, escapando de las dictaduras que querían encerrarlo irremediablemente. Rebelde, peleonero, con una convicción muy clara del objeto inmediato de la literatura ("Cuando uno escribe, debe provocar una reacción inmediata en los demás nadie puede escribir por escribir"), Roa Bastos entró a la inmortalidad con la que se considera una de las mejores novelas de todo los tiempos sobre la figura mítica del dictador tropical, "Yo, el supremo". Guionista de cine cuentista, periodista, investigador sociológico, buhonero, monaguillo, ha tenido que ganarse la vida con los más diversos oficios, pero por encima de todos, como escritor. Y afirma:
"La literatura, en el buen sentido, es para mí la libertad de imaginar situaciones inéditas y por eso no puedo partir de historias ya existentes, ya contadas, aunque reconozco que la realidad misma encierra más imaginación que cualquiera de los inventos del hombre".

Nacido el 13 de junio de 1917 en Asunción, vivió durante varios años en un pueblo del interior paraguayo, donde sólo se hablaba guaraní. A los 10 años regresó a Asunción para seguir estudiando y vivió varios años con un tío que era obispo y a quien le trabajó como monaguillo y secretario.

A los 13 años descubrió que quería ser escritor y redactó una pieza teatral. Un año después, sorprendió a muchos con un cuento titulado "Lucha hasta el alba". Mientras tanto, leía de todo, desde obras místicas hasta los tomos completos de Marx, Freud y más tarde, todos los clásicos del Siglo de Oro español. En el fondo quería ser como Cervantes, quería escribir un segundo "Quijote".

Acompañando al tío obispo, recorrió todo el Paraguay, conoció de cerca la terrible situación de los campesinos y escribió un cuento, "El viejo señor obispo", que reflejaba toda esa miseria. En 1932, ante la inminencia de la Guerra del Chaco, se fugó del colegio donde estudiaba, se enroló en el ejército y trabajó en la división de servicios auxiliares. Entonces, al ser desmovilizado, entró al periódico El País y en 1945 fue enviado a Londres para cubrir los principales sucesos de la II Guerra. Regresó al Paraguay, se enfrentó a los desmanes de los dictadores que manejaban a las patadas su país, el general Morinigo y el político Natalicio González, y desde 1947 se exilió.

Cuando pensaba que podría regresar a Asunción, otro dictador, el general Alfredo Stroessner, lo obligó a prolongar su permanencia en España. En 1982 entró a escondidas al Paraguay con su mujer y uno de los hijos, pero fueron expulsados. Entonces estuvo largos meses en Argentina, ganándose la vida como profesor de literatura. Regresó a Europa, se instaló en Tolosa --Francia-- y en 1983 le concedieron la ciudadanía española. En febrero de este año, al caer Stroessner, regresó del todo al Paraguay. Varios meses después rechazaría el cargo de embajador paraguayo ante la Unesco.

Varios meses atrás, Roa Bastos sorprendió a todos al quemar los originales de una novela que estaba escribiendo, "El fiscal". No se sentía contento, pensaba que ese manuscrito no reflejaba sus reales intenciones y tomó una decisión que en España levantó una polvareda, la misma que organizó Camilo José Cela cuando supo que, a pesar de ganar el Nobel, no le entregaban el Cervantes. Hasta llamó "cabeza de chorlito" a Semprún. Roa Bastos es ajeno a estas banalidades y en la soledad de su apartamento, en Asunción, debe estar aterrado ante los meses que le esperan.--