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CINE

Roa, la historia jamás será tan simple

Se estrenó el tercer largometraje del director caleño Andrés Baiz. Un filme con pocas ambiciones en el que se destaca la actuación de Mauricio Puentes.

Caro Morales*
13 de abril de 2013

Llevar la historia al cine nunca será una tarea fácil, mucho menos cuando se trata de la colombiana repleta de una violencia que parece no tener fin. Tampoco es una obligación hacerlo de manera literal o con fines rigurosamente académicos o políticos. Sin embargo, cuando se trata de la adaptación de una obra literaria uno espera, además de cierta coherencia, una creatividad que llegue a un nivel de sorpresa y emoción para el público.

En el caso de Roa, tercer largometraje del director caleño, no se logra ni lo uno ni lo otro. La cinta, cuyo guión está basado en la novela El crimen del siglo de Miguel Torres, nos cuenta la historia de Juan Roa Sierra, el hombre que aparentemente decidió acabar con la vida del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán para luego morir linchado por una turba enfurecida partiendo la historia del país en dos y condenándonos a la pesadilla interminable del conflicto armado.

Quienes han leído el libro encontrarán las diferencias entre el Roa de la novela y el que es presentado en este filme. Leí en una entrevista que Baiz decidió alejarse por completo del tema político para simplemente contar un relato sobre unos hechos que no sabemos si pasaron de esa forma. El cuestionamiento es entonces por qué hacerlo de manera tan simple y poco ambiciosa.

Por ejemplo, se dice que Juan Roa Sierra afirmaba ser la reencarnación de Francisco de Paula Santander y de Gonzalo Jiménez de Quesada, y que visitaba a un hombre cada semana para que le leyera la mano. Con esto ya se tenía suficiente material para profundizar más en la psicología de este personaje, mostrando de manera mucho más interesante los móviles que lo condujeron a ese deseo enfermizo, si es que las cosas si sucedieron como se cree, de asesinar al líder del pueblo después de que era su gran admirador. En la película esto se soluciona con una escena absolutamente débil que no nos dice nada, teniendo en cuenta además que Santiago Rodríguez resulta ser la peor elección a la hora de interpretar al caudillo liberal, pues su actuación como su maquillaje son mediocres.

En aspectos meramente técnicos, la ambientación de la Bogotá de 1948 resulta en la mayoría de la cinta acertada, aunque con un interés un poco extremo en mostrar todo muy buen puesto como si uno no supiera cómo viven los pobres y cómo lo hacen los ricos en Colombia. Catalina Sandino pasa sin pena ni gloria y solo Mauricio Puentes logra levantar todo el peso de esta película con su buena interpretación.

Al final seguimos teniendo miedo de contar nuestra propia historia, siendo respetuosos o temerosos, o simplemente ignorantes para hacerlo como es. Dato curioso el silencio que se siente en la sala al final de la película, donde la gente se queda en sus sillas sin moverse, apreciando las fotografías que acompañan los créditos con un rostro lleno impresión y nostalgia, una anécdota simple que me hace concluir que este país todavía nos duele a pesar de estar tan curtidos con su sangre.

Una película colombiana que como todas las nacionales hay que apoyar yendo a verla a las salas, pero que tristemente no la salva ni la aparición de Héctor Ulloa, "Don Chinche", a quien siempre será un placer ver de nuevo en la pantalla.

*Periodista y escritora
@CaroEscarlata
www.ochoymedio.info