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Dos parejas, completamente diferentes, se reúnen para solucionar un problema entre sus hijos.

CINE

¿Sabes quién viene?

La más reciente película del magistral Roman Polanski, basada en una obra de teatro, es una incómoda y aguda reflexión sobre los límites de la buena educación y las intenciones civilizadoras.

Manuel Kalmanovitz G.
24 de noviembre de 2012

Título original: Carnage
Director: Roman Polanski
Año: 2011
Guion: Yazmina Reza y Roman Polanski.
Actores: Jodie Foster, Kate Winslet, Christoph Waltz y John C. Reilly.

Hay tanto humor negro y tanta incomodidad en esta película que es difícil saber cómo tomársela. ¿Un chiste cruel? ¿Una tragedia? ¿Está bien reírse? ¿Será mejor llorar? Y aunque voto por reír, es entendible que alguien prefiera lo otro.

Todo comienza con un acto violento visto de lejos. Un grupo de niños habla en un parque, al lado de unos columpios; uno de ellos hace el gesto de retirarse, pero antes de partir se agacha, recoge un palo y golpea a otro en la cara. Es lógico que lo veamos de lejos; esto no es una historia de niños crueles, sino de las formas que toma esa crueldad en los adultos, cuando se refina y esconde bajo la delgada capa de civilización que nos crece con el tiempo.

El resto de la película muestra el diálogo de ambas parejas de padres, los del niño golpeado y los del agresor, que se han reunido para mediar entre las partes. La situación se alarga y, aunque varias veces cada pareja parece a punto de irse por su lado, encuentran siempre la manera de seguir igual, como si estuvieran condenados a estar juntos por siempre (como en El ángel exterminador de Buñuel).

Los padres del niño agredido son una escritora y un vendedor ambulante de insumos para ferreterías (Jodie Foster y John C. Reilly); los padres del agresor son un abogado que presta sus servicios a una compañía farmacéutica en problemas y una asesora de inversiones (Christoph Waltz y Kate Winslet). Los niños tienen 11 años.

Los bandos podrían ser un lugar común: los izquierdosos biempensantes contra los derechistas cínicos: blandengues contra duros. Aunque desde el comienzo los clichés tambalean. Mientras redactan una carta que resume lo sucedido, la escritora pone que el agresor estaba "armado con un palo", cosa que el abogado pide cambiar por "llevaba un palo". Los blandengues no lo son tanto.

El motivo de la reunión, lo dicen los padres biempensantes, es demostrar que son capaces de solucionar las cosas de una forma lógica y civilizada. Tiene tanto que ver con la imagen que tienen de sí mismos (de seres racionales y bondadosos), como con la situación. Es como si al mismo tiempo quisieren hacer bien la tarea y felicitarse por ello, y esta dinámica genera una sombra de mezquindad y autocomplacencia que termina siendo tóxica.

Es una película tensionante, como pueden ser tensionantes los contactos obligatorios con gente apenas conocida. Ninguna de las dos parejas sabe muy bien cómo comportarse frente a la otra o qué tanto están dejando ver de su dinámica interna, pero tampoco quieren ser maleducados o sentirse mezquinos.

A medida que avanza el encierro la fachada de amabilidad comienza a caerse, en parte gracias a un pastel de manzana y pera, y los bandos se reconfiguran. La tensión a cuatro bandas, interna a las parejas y externa una contra la otra, le da una gran gama de matices emocionales a esta compacta película (dura 75 minutos).

Es un mundo asfixiante que da para risas incómodas pero que va más allá. Al final Polanski demuestra que debajo de una capa muy delgada de civilización acechan los hambrientos monstruos de la destrucción.