Home

Cultura

Artículo

ARTE Y CUTURA

Sangre, delirio y realidad

En 2004 los lectores colombianos prefirieron novelas que les hablaran de su realidad inmediata.

Luis Fernando Afanador *
19 de diciembre de 2004

En la literatura, como se sabe, los temas son secundarios y lo que importa es la forma. Una forma lograda hace de un texto una obra de arte sin importar cuál es su asunto. En ese orden de ideas, no debe juzgarse nunca una obra literaria por su cercanía o su fidelidad a la realidad sino por la validez intrínseca de la realidad que sea capaz de crear. ¿Una novela colombiana sobre la violencia y el narcotráfico es mejor que otra sobre los problemas metafísicos de un adolescente? Sí y no: depende de sus logros formales; los temas son irrelevantes.

Esta premisa básica, por fortuna, está bien arraigada en los escritores colombianos y, felizmente, no existe en ellos ninguna imposición ni restricción a la hora de elegir sus temas, salvo la de sus propios fantasmas y obsesiones personales. Sin embargo, a juzgar por dos exitosas novelas publicadas en 2004 -Delirio y Cobro de sangre-, todavía parece existir en algunos de nuestros escritores una fuerte inclinación por abordar temas relacionados con la realidad colombiana, y en el público lector una clara necesidad de que así sea, como lo refleja el alto grado de aceptación que tuvieron dichas novelas.

En Delirio, de Laura Restrepo (Premio Alfaguara de Novela), Agustina Londoño, su protagonista, es encontrada en un hotel sumida en la locura. Esclarecer el enigma que llevó a la locura a esta bella mujer, perteneciente a la rancia aristocracia bogotana, da lugar a las cuatro líneas narrativas que constituyen la novela. Aguilar, su devotísimo esposo y el eje de la narración, buscará por todos los medios devolverla a la cordura; Agustina en sus monólogos tratará de revivir su infancia dolorosa y su traumática familia; Midas McCallister, ex amante de Agustina, mostrará el deterioro de su clase social en razón a sus estrechas -aunque no declaradas- relaciones con el narcotráfico y, a través de las cartas y los diarios de Nicolás Portulinus, su enajenado abuelo materno, se hará otra indagación de su locura. Tras ese minucioso rastreo en las estructuras familiares y sociales, la novela trata de encontrar una posible explicación a la locura de Agustina: ella enloquece porque pertenece a un país y a un entorno familiar enfermos. Entre el padre autoritario y el poder político y económico, violento y corrupto, hay evidentes líneas de continuidad: la patología externa se proyecta en la patología interna. La mentira predomina, todos se mienten a sí mismos, niegan la realidad y, ¿no es acaso la locura una negación sistemática de la realidad? A la locura social, Agustina opone su "locura privada" como un espacio de resistencia y de libertad.

En Cobro de sangre, de Mario Mendoza (ubicada en los primeros lugares de los libros más vendidos en Colombia), Samuel Sotomayor es un producto típico de la violencia colombiana: de niño ve morir a sus padres a manos del ejército por pertenecer a la Unión Patriótica. A partir de ahí, el deseo de venganza lo corroe. Ingresa a la Universidad Nacional, se involucra en la violencia urbana y va a dar a la cárcel, donde purga una pena de 17 años. Desde allí observa los terribles acontecimientos nacionales -la muerte de Galán, la toma del Palacio de Justicia- y sufre una transformación: se convierte en maestro idealista y consejero protector. Terminará vagabundo y paseándose por el territorio wayuu con las cenizas de sus muertos. Y, en un final esperanzador, entendiendo el valor de la vida y la inutilidad de "cobrar sangre de su sangre".

Laura Restrepo viene del periodismo hacia la literatura. Libro a libro ha estado en busca de un lenguaje novelístico propio, y si bien no lo ha conseguido plenamente -la estirpe saramaguiana de Delirio es evidente-, este es sin duda su acercamiento más meritorio. Mario Mendoza parece ir en sentido contrario: despreocupado por la forma, privilegia ante todo la incidencia y la actualidad de sus contenidos casi periodísticos. No son quizá las mejores novelas del año que termina, pero sí las más vendidas y solicitadas. Más que preocupaciones formales, en los lectores colombianos prevaleció el interés por las historias y los personajes en sintonía con su realidad inmediata.

*Crítico de libros de SEMANA