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SE ACHICA LA PANTALLA

Con la crisis de las programadoras se demuestra que, como dice la canción, no hay cama pa' tanta gente.

27 de marzo de 1989

Un baldado de agua fría. Esa fue la sensación que tuvieron las programadoras de televisión la semana pasada, cuando conocieron por la prensa el concepto del Consejo de Estado sobre la posibilidad de que el gobierno les "echara una manito" a aquellas que se encuentran en serias dificultades económicas. Según el concepto de ese tribunal, la respuesta es "no": los contratos firmados entre las programadoras y el Estado, como resultado de la licitación de televisión de 1987, tienen que cumplirse al pie de la letra. Al parecer, Inravisión no podría ni renegociar las deudas con las programadoras, ni reducir intereses.
Sin embargo, aunque la respuesta parecía en principio desalentadora y amenazaba con cerrar toda posibilidad de salvación para las programadoras afectadas, Asomedios, gremio que las representa, insistía en la posición inicial con dos argumentos: el concepto del Consejo no es obligatorio para el gobierno y los contratos incluyen una cláusula según la cual las partes pueden acordar formas de pago diferentes. Además, de acuerdo con la ley 42, que reglamenta la televisión, el artículo 34 autoriza a Inravisión a realizar toda clase de actos y contratos y a transigir. Las programadoras sentían que no todo estaba perdido. Por su parte, asesores jurídicos del gobierno analizaban los alcances del concepto del Consejo, pues la filosofía de Inravisión era de no cerrar salidas a las empresas en crisis.
SALTANDO MATONES
Desde hacía meses para nadie era un misterio que varias programadoras estaban con la soga al cuello. Los altos costos de producción, prácticas restrictivas de comercio, lo que algunos consideran "feria de los descuentos", y una pauta publicitaria insuficiente para tantos, fueron algunos de los factores que las llevaron a adquirir enormes deudas con Inravisión y, ante la imposibilidad de cancelarlas, a ponerse al borde de la caducidad administrativa.
Como consecuencia de esta crisis, un grupo de programadoras encabezadas por Promec organizó una especie de sindicato de deudores morosos con el fin de lograr poder de negociación y elaborar una propuesta de solución al problema financiero. Después de muchas reuniones y de múltiples análisis pidieron a Asomedios que elevara una solicitud al gobierno para buscar alivio a la quiebra que se les avecinaba. Un documento que se hizo llegar al Ministerio de Comunicaciones resumía la alternativa de solución: refinanciar la deuda; no aumentar las tarifas en el primer semestre del 89 (ya habían pactado un incremento del 20%); reducir intereses de mora (hoy son del 55% efectivo anual); mayor flexibilidad en los cambios de programación; reclasificación de las tarifas de los tiempos después de las 11 p.m.; posibilidad de algún tipo de crédito bancario de salvamento y la ampliación del plazo para cobro de intereses por mora a 120 días.
En diciembre, el gobierno con la solicitud en la mano, sostuvo que no sabía si tenía facultad para refinanciar la deuda ni reducir los intereses, y que necesitaba consultar al Consejo de Estado. Esta decisión, que para muchas programacloras consultadas por SEMANA constituyó una lavada de manos, fue la que determinó la consulta al Consejo y su respuesta de la semana pasada. Y es la que por el momento parece tener a las programadoras morosas ante la disyuntiva de "pague ahora" o "venda ya".
El número de empresas al borde de la caducidad es un misterio, lo mismo que el monto de sus deudas. Mientras en diciembre se hablaba de 15 (más del 50% de las empresas), hoy se habla de que en esa difícil situación ya no quedan sino tres. Unas han logrado financiarse y ponerse al día con Inravisión y otras han recurrido a contratos de comercialización, mediante los cuales una programadora se encarga de la venta y comercialización de los espacios de otra con problemas financieros. Fue lo que hicieron Promec y Jorge Barón Televisión, y Caracol con Gegar y Jorge Enrique Pulido.
Si el gobierno decide acatar el concepto del Consejo de Estado es indudable que tendrá que decretar la caducidad administrativa de las programadoras que no hayan podido ponerse a paz y salvo con Inravisión. Ante esta posibilidad, se están dando toda clase de movimientos entre quienes están en la olla y programadoras grandes que quieren comprar o comercializar, para ganar así más horas de programación. Esto plantea el problema de la concentración, fenómeno que los gobiernos han intentado evitar desde hace mucho tiempo y que hoy tiene una talanquera en las reglas de juego que establecen que una empresa de televisión no puede tener más del 20% del total de la programación (hoy son 13.5 horas).
Sin embargo, ejecutivos de programadoras consultados por SEMANA, sostienen que los contratos de comercialización se han convertido en la fórmula legal para camuflar venta y en el instrumento para que empresas con el máximo de horas de programación permitidas, puedan aumentarlas sin que aparentemente se viole la ley.
RAICES DE LA CRISIS
El hecho de que después de haberse hablado de 15 empresas al borde del abismo y ahora sólo se hable de tres, no quiere decir, sin embargo, que el problema esté conjurado. Para quienes conocen el tejemaneje de la televisión, la crisis económica es uno de los rituales que se presentan más o menos al año y medio de adjudicada una licitación. Si la apertura de una licitación siempre pone sobre el tapete el mismo debate sobre a quiénes se les adjudican los noticieros, la amenaza de quiebra es el segundo capítulo de la telenovela ya conocida de las adjudicaciones.
Pero estos rituales son apenas las manifestaciones externas de un problema de fondo. SEMANA consultó a los presidentes de Asomedios, Anda y Ucep, así como a directivos de varias programadoras y todos coincidieron en la identificación de algunas de las principales causas de la crisis .
Aceptando que el hibrido del sistema de T.V.-canales del Estado entregados en concesión a los particulares- es de por sí un esquema de difícil manejo, todos coinciden en afirmar que la forma de adjudicación y contratación es uno de los problemas más graves. No sólo la licitación es generalmente adjudicada por legos en la materia improvisados para la ocasión, sino que una adjudicación de cuatro años es demasiado corta para permitir la consolidación y organización de empresas nuevas. Por otra parte, no resulta lógico que las empresas con tradición y experiencia prácticamente tengan que hacer borrón y cuenta nueva en cada licitación, para ganar méritos y lograr su permanencia en el medio.
Otro punto en el cual hay acuerdo es en la cantidad de concesionarios. Aunque nadie aventura cuál podría ser el número ideal de programadoras, la realidad es que las 28 que hay hoy son demasiadas. La cobija de la pauta publicitaria no alcanza para todas, especialmente si se tiene en cuenta que ciertas prácticas restrictivas no muy ortodoxas de comercialización y lo que las mismas programadoras llaman la "feria de los descuentos", determinan que lo que entra efectivamente a las programadoras sea significativamente menor a lo presupuestado. Por ejemplo, aunque no hay datos confiables exactos, el presupuesto estimado para 1988 oscilaba entre 77 y 95 mil millones de pesos, de los cuales, después de comisiones y descuentos, apenas si entraron entre 30 y 35 mil millones. Para algunos, el problema no es necesariamente de plata, sino que mucha de ella se queda a medio camino: en los intermediarios. Para otros, sin embargo, el quid está en el billete, pues el crecimiento de la inversión no es suficiente para absorber tanta programación.
Una vez más, la crisis económica de la televisión deja en claro que ya no es un negocio fácil y que se ha convertido en una industria que requiere grandes sumas y menos improvisación. Es "don Dinero", pues, el que manda la parada. En una economía de mercado son las leyes de la oferta y la demanda las que mandan. Junto, claro está, con el rating que es el que atrae o espanta la pauta. Y como las adjudicaciones generalmente no son equitativas y no todas las programadoras pueden tener buenos horarios, ni todas ofrecen buenos programas, las mejores tajadas del ponqué publicitario se concentran en los programas de alta sintonía, con el obvio resultado de que sólo unos pocos ganan, al margen de que la audiencia misma lo haga. La televisión ya no es una piñata y habrá que pensar, ahora sí en serio, que no puede ser una vara de premios donde todos se pueden ganar el más gordo.