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SE BUSCA UN LECTOR

La biblioteca de Nicolás Gómez Dávila, la más importante de Colombia, enfrenta una paradoja: nadie la lee.

30 de noviembre de 1998

Nicolás Gómez Dávila pasó toda su vida leyendo. Y de su lectura no solo surgió el que ha sido quizás el intelectual más prominente de Colombia sino una biblioteca que hoy es considerada por varios expertos como la más importante del país en manos privadas. Pero tiene un problema: nadie la lee. Los más de 45.000 libros que conforman su legado ocupan prácticamente la totalidad de su casa, ubicada al norte de Bogotá. Y desde su muerte, ocurrida hace poco más de cuatro años, permanecen intactos. Esta gigante y valiosa recopilación es el reflejo de quien dedicó toda su vida a leer. Es el resultado de la pasión de un confeso autodidacta que nunca creyó en la academia y que al terminar su bachillerato en Francia jamás pensó en ingresar a la universidad. Ni siquiera aceptó ser maestro, años más tarde, después de recibir innumerables propuestas. En los Escolios, nombre de sus dos primeros libros, dejó claro lo que pensaba al respecto: "No todo profesor es estúpido, pero todo estúpido es profesor". Prefirió guardar sus conocimientos y compartirlos sólo con sus amigos más cercanos. Fue fiel a su lectura y por ello la practicaba desde el mediodía hasta las cuatro de la madrugada, sentado en una silla ubicada en el centro de la sala principal. Nunca pudo ejercer su hábito en la habitación o en la cama. Se desconectaba de todo durante horas y no interrumpía su lectura por ningún motivo. "El día se compone de sus momentos de silencio. Lo demás es tiempo perdido", dejó consignado en su tercero y último libro Sucesivos escolios a un texto implícito. Escribió muy poco en relación con todo lo que leyó en 81 años de vida. Su breve obra, compuesta tan sólo por tres libros, fue traducida al alemán y valorada por filósofos de la talla de Ernst Junger y Robert Spaemann, quienes lo clasificaron dentro de pensadores tan ilustres en la historia como Platón, Sócrates, Kant y Nietzsche. Pero poco le gustaba figurar, y por esta razón su nombre sigue siendo un enigma para la gran mayoría de colombianos. Sólo se preocupaba por leer y enriquecer su biblioteca, teniendo siempre presente que la cantidad no era lo importante. Su afición no se limitaba a la adquisición de la obra sino al tipo de edición. En otras palabras, solo comparaba las mejores. Recurría a catálogos enviados por sus amigos europeos y a sugerencias de libreros tan prestigiosos como Bucholz para traer obras que en el país nunca iba a conseguir.
Versiones de calidad
La calidad de sus versiones es, para muchos, la diferencia con bibliotecas privadas como la de Alfonso Palacio Rudas, que con 65.000 libros es la más voluminosa de Colombia, pero no por ello la más sobresaliente. "Sólo el 15 por ciento de lo que hay en la biblioteca de Gómez Dávila se puede conseguir en nuestros anaqueles, comenta Jorge Orlando Melo, director de la Biblioteca Luis Angel Arango, el resto son libros únicos en colecciones de América; mientras que de las obras de Palacio Rudas el 60 por ciento se puede encontrar mucho más fácil". Otra razón que mide el valor de la biblioteca es que sólo el 10 por ciento de su contenido está en español, el resto se compone de obras en inglés, italiano, portugués, latín, griego, alemán, ruso y francés, este último el idioma favorito de Gómez Dávila. Siempre tuvo presente la importancia de leer en lengua original y no disimulaba su repudio a las traducciones. En un aparte de su tercero y último libro Sucesivos escolios para un texto implícito da fe de ello: "El que no aprendió latín y griego vive convencido, aunque lo niegue, de ser sólo semiculto".Por ello conseguía versiones inigualables. Incluso el olvidado cuarto de san Alejo alberga obras que difícilmente otro bibliófilo pueda tener. Una Biblia en latín editada en 1551, una edición de 1550 con las obras de Maquiavelo, y otra de 1552 con las de Petrarca se destacan entre sus principales incunables, y también una segunda edición del Diccionario de la Lengua Castellana de 1726, y los casi 300 tomos que componen la historia de la religión en sus versiones príncipes en latín y griego, ahora todas ellas a la espera de que alguien las lea. Gómez Dávila era un hombre celoso de su colección hasta extremos difíciles de creer. Tanto que ni siquiera a sus propios hijos les dejó nunca sacar un libro de la poblada biblioteca. Es por eso que sólo ahora ha sido posible realizar un inventario. En un intento por determinar el valor y la dimensión de este imperio bibliográfico sus hijos se dedicaron a la labor de codificar y organizar todas las obras. La dispendiosa tarea requirió más de dos años y quedó recogida en una extensa resma de papel, que ahora es la única guía para abordar los viejos estantes distribuidos en los tres niveles de la casa. Ante todo,la filosofíaLa invaluable recopilación de Nicolás Gómez se centró en la filosofía, su pasión desde que era un niño. Ningún pensador de la historia se queda por fuera: desde los clásicos griegos como Aristóteles, Platón, Anaxímenes, Tales de Mileto, Anaxágoras, pasando por Santo Tomás de Aquino, Spinoza, Séneca, Schopenhauer, Heiddeger, Kierkegard, Hegel, Engels, Marx, Nietzsche, Sartre hasta llegar a Habermas. De todos al que más admiraba era a Kant. No obstante su inclinación por los asuntos filosóficos, la lectura y la conformación de su biblioteca se extendió a todos los campos. La lista de títulos clásicos de la literatura, de la teología, historia y economía que están allí recogidos se podría tornar interminable. Ciento cuarenta y tres volúmenes con la obra completa de Goethe, 28 con textos inéditos de Rosseau, y escritores como Walter Scott, Paul Valery, Shakespeare, Víctor Hugo, Dickens, Mallarmé, Julio Verne, Bertolt Brecht, Thomas Mann, Proust y Joyce, demuestran su amplio gusto a la hora de leer. Curiosamente no gustaba mucho de la literatura latinoamericana. A pesar de tener algunos de sus principales artífices, la proporción en cantidad respecto a escritores europeos es mínima. De escritores colombianos leyó principalmente a sus amigos más cercanos, como Alvaro Mutis, Juan Gustavo Cobo Borda y al poeta Jorge Rojas. De Julio Cortázar, al igual que de Jorge Luis Borges, sólo hay dos volúmenes; mientras que de Gabriel García Márquez no hay ni siquiera una novela. Y no es que aborreciera leer en su lengua natal. Españoles como Ortega y Gasset, los hermanos Machado, Fray Luis de Granada, Azorín, Federico García Lorca, Miguel de Cervantes Saavedra aparecen entre sus anaqueles representados por sus obras completas. Leyó de todo, y así murió, con un libro en la mano. Nunca dijo a sus hijos antes de morir lo que quería que pasara con su biblioteca. Y aunque hoy la casa de Gómez Dávila sigue siendo el centro de reunión de sus hijos, Rosa Emilia, Juan Manuel y Nicolás, ninguno de ellos vive allí. El mayordomo de confianza, quien ha estado muchos años cerca de la familia, es el único que permanece junto a ese gran tesoro, tal vez sin saberlo. A pesar de que varias universidades del planeta se han interesado en su adquisición, ninguna propuesta es lo suficientemente concreta para convencer a sus actuales responsables de que la biblioteca pase a otras manos. Ellos están convencidos de que el mejor futuro de la herencia de Nicolás Gómez está fuera de Colombia, donde creen que puede ser mejor consultada dada la complejidad de sus obras. Sin embargo sería una lástima que el país desperdiciara la oportunidad de aprovechar una biblioteca única en su género. Por el momento permanecerá intacta y de pronto añorando a quien ha sido su único y fiel consultor.